La aciaga conjunción del 3O

Los antikirchneristas preparaban ansiosos el 8N, el oficialismo concentraba sus expectativas en el 7D; de la nada, como un rayo en un cielo despejado, apareció el 3O: una conjunción de episodios aciagos que se ordenaron inesperadamente para dibujar un horizonte distinto. Esos episodios presentan distintas jerarquías: no es lo mismo el motín de las fuerzas de seguridad que la inmovilización de la fragata Libertad en Ghana, ni es lo mismo la desaparición del testigo del caso Ferreyra que el corte de luz en un estadio del Chaco. Sin embargo, los atraviesa un hilo común: son todos señales de un gobierno en retroceso, agotado, sin imaginación ni ideas, incompetente, incapaz de hacer frente a los problemas más previsibles. Así como resultó difícil entender apenas una semana antes cómo fue que la presidente no acudió preparada a los interrogatorios previsiblemente hostiles que iba a enfrentar en las universidades norteamericanas, tampoco es posible entender cómo el gobierno no previó que un recorte salarial en tiempos inflacionarios iba a provocar la reacción de los uniformados, no previó que quienes pretenden cobrar lo que la Argentina les adeuda van a actuar en cualquier parte del mundo contra cualquier propiedad del estado, no previó que los testigos en un caso que involucra a pesadas mafias sindicales y económicas deben ser protegidos, no previó que las fantasiosas pretensiones de un gobernador de promover su figura apoyándose en grandes acontecimientos deportivos podían ser derribadas mediante el sencillo expediente de “pinchar” un cable de electricidad. Pareciera que el gobierno no ha podido prever esas cosas tan previsibles porque terminó preso de su propio relato, al que ya toma como la realidad misma. Y en lugar de enfrentar los problemas reales que se amontonan sin solución frente a las rejas que aislan la Casa de Gobierno –la inflación, la inseguridad, la pobreza, el déficit energético– prefiere ocuparse de los problemas imaginarios que animan su relato: el grupo Clarín, los fondos buitres, los grupos concentrados, el neoliberalismo, y otros villanos de historieta. Mientras prefectos y gendarmes desconocían a sus mandos, el oficialismo estaba muy ocupado tratando de imponer a una jueza propia para hostigar al grupo Clarín y de expulsar de sus funciones a un honesto auditor general de la nación. Para no hilar demasiado fino sobre el sospechoso caso del testigo desaparecido-reaparecido, y sus todavía más sospechosas declaraciones posteriores. Este agotamiento del kirchnerismo, este alejamiento de la realidad para sumergirse en sus propios mundos de fantasía, ya era visible en el 2009. Abandonándose a la oleada de sentimentalismo que produjo la muerte del ex presidente y alimentó su viuda, y cediendo al goce efímero de los billetes de cotillón, el electorado respaldó en el 2011 a un gobierno tan carente de vida como su inspirador. La ilusión no duró siquiera un año: el batir de las cacerolas es la voz de la realidad que hace trizas el relato del gobierno y la credulidad complaciente de los gobernados. La situación es particularmente grave porque tanto los cacerolazos, como el acoso que padeció la presidente en su gira norteamericana, como los acontecimientos del 3O, han sido espontáneos, sin intervención alguna de lo que la prensa llama oposición. Y esa falta de contención y ordenamiento del reclamo tiene su costado peligroso, porque nunca se sabe en qué momento sobreviene el desborde. Para peor, la llamada oposición no logra superar el estupor, por no decir la estupidez, en que quedó sumida tras la victoria kirchnerista del año pasado. Y volvió a caer por enésima vez en las trampas del oficialismo al firmar una declaración legislativa “en defensa de la democracia” como respuesta al reclamo salarial de unas fuerzas de seguridad que tienen vedada la sindicalización. Los signos del 3O son por cierto inquietantes, para todas y todos.

–S.G.

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