Una velada bochornosa

La presidente Cristina Fernández culminó el jueves su bochornoso periplo académico por los Estados Unidos en una velada que tanto la Universidad de Harvard como la República Argentina desearán olvidar rápidamente. La presentación de la mandataria, en el marco de la Escuela de Gobierno de esa universidad, tuvo tres momentos diferenciados que merecen ser comentados separadamente. El primero fue la introducción del decano David Ellwood, inmoderadamente larga y tediosa como un artículo de la Wikipedia, pero abundantemente sazonada con comentarios sutilmente sesgados y desvalorizadores respecto de la Argentina y la invitada de la noche. Las agresiones habían comenzado antes, cuando las autoridades de la casa de estudios recibieron a la mandataria con comentarios insolentes y racistas acerca de sus “horarios latinos”, en razón de la demora que sufrió para acudir a la cita. El segundo momento fue el de la exposición de la presidente, que tuvo dos partes: la primera, más ordenada, destinada a exponer su visión de los asuntos mundiales, en la que no tuvo empacho en presentar como propias ideas e interpretaciones que hoy son de dominio público en el debate académico, político y periodístico, sin un “coincido con los que creen…” o un “discrepo con los que piensan…” que matizaran las cosas. En la segunda parte de su exposición, la presidente se dedicó a hablar de la Argentina, en parte para elogiar su gestión y la de su esposo, en parte para comentar algunas de las afirmaciones del decano. Poco hay para decir sobre esta reiteración del relato que tan bien conocemos, excepto destacar el curioso momento en el que la presidente se refirió a la relación entre el peso y el dólar haciendo propios los conceptos con los que el grupo Clarín en general, y su periodista Marcelo Bonelli en particular, defendieron a comienzos de siglo el saqueo de los ahorros de los argentinos dispuesto por el insigne estadista Eduardo Duhalde: “es una locura pensar que un peso puede ser igual a un dólar”. (Un peso puede ser igual a un dólar, o a cien o a mil, si se nos diera la gana; eso es en sí totalmente arbitrario. La cuestión es cómo se mantiene en el tiempo la relación elegida. Durante décadas, y con las oscilaciones del caso, se ha necesitado un dólar y medio para comprar una libra esterlina, sin que eso tenga nada que ver con la dimensión de las economías estadounidense y británica, como piensa la presidente.) El tercer momento, el más penoso para todos los involucrados, fue el de las preguntas de los alumnos. Preguntas torpes, mal formuladas, sesgadas en su mismo planteo, lanzadas con arrogancia de gallitos de riña, vergonzosas para quienes cursan en una escuela de gobierno, nada menos. Tal como ya había ocurrido en Georgetown, la presidente demostró durante el interrogatorio por qué no ofrece conferencias en su país: simplemente, porque no está en condiciones de responder por sus actos de gobierno sin recurrir a la mentira, esto es sin que la mentira sea evidente, como lo fue cuando tuvo que referirse a sus relaciones con la prensa o a la evolución de su patrimonio personal. La estrategia comunicacional del kirchnerismo consiste en la repetición constante y sin fisuras de un relato mentiroso, tantas veces como sea necesario para instalarlo en la conciencia pública como si fuese una verdad. Las preguntas socavan el relato, exhiben su revés, corroen el engaño. Es lo que ocurrió con la única pregunta bien pensada y bien formulada de la noche de Harvard, la que quiso saber si Cristina Kirchner va a buscar su reelección, y la única que la presidente no pudo contestar, ni siquiera con una mentira.

–S.G.

Califique este artículo

Calificaciones: 3; promedio: 5.

Sea el primero en hacerlo.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *