El señor Jorge Coscia es secretario de cultura de la Nación. Sus credenciales para ocupar ese cargo son por demás exiguas pero bueno, ahí está. Su currículum dice que decidió militar en el justicialismo a partir del cordobazo, y que ha dirigido varias películas de esas que el estado financia, se proyectan en las salas del INCAA, y nadie va a ver ni siquiera gratis. Para quien quiera saborear el estilo de este director, por televisión suele proyectarse El general y la fiebre, un arduo relato visual del período de convalescencia que José de San Martín pasó alguna vez en Córdoba. Luego de la formidable caceroleada que le estalló en el rostro al gobierno del que forma parte, el señor Coscia se sintió obligado a comentar el episodio. Desde su doble condición de artista del cinematógrafo y funcionario del área de cultura, el señor Coscia declaró “Nosotros sabemos tomar las calles, a Cristina no la van a tocar”, y exhortó a quienes se identifican con su gobierno a “cuidar la calle y cuidar a la presidenta”. El señor Coscia no explicó cómo debían prodigarse esos cuidados, dejando al arbitrio de su audiencia un amplio y peligroso margen para la interpretación. Pero lo más notable de la intervención del secretario de cultura, durante la inauguración en San Juan de una muestra fotográfica en memoria de Néstor Kirchner, fue otro pasaje en el que afirmó que la Plaza de Mayo “no es la plaza de la señora que lleva a su mucama para que golpee la cacerola”. El pasaje es notable porque revela, con sinceridad suicida, la manera como desde el gobierno con asiento en Puerto Madero se considera a los sectores más humildes de la sociedad, representados en este caso por la mucama. Se dice que el ladrón supone que todos son de su condición: en este caso, el señor Coscia supone que los caceroleros no se ensucian las manos con las cacerolas y que acarrean en cambio a sus empleados, que se ven forzados por la necesidad a cumplir esos vistosos y sonoros menesteres. Supone eso porque eso es lo que hace su gobierno cada vez que quiere llenar una plaza: acarrea a los que golpean el bombo, sostienen los estandartes, o simplemente hacen número, y logra acarrearlos porque los fuerza la necesidad (en la que el propio gobierno los mantiene). Al señor Coscia no se le ocurre pensar que las mucamas de este mundo tienen sus propias opiniones, que pueden ser favorables o contrarias a las cacerolas, pero que en todo caso les pertenecen; la frase del funcionario les desconoce esa dignidad elemental, y las reduce a la condición de objetos. Para el secretario de cultura de la Nación, quien declara casi medio siglo de militancia peronista, todo el debate político suscitado a partir del cacerolazo se limita a determinar quién maneja a la mucama; en otras palabras, y según el criterio por él sugerido, quién manipula en su favor, por la fuerza o el engaño, al sector más humilde, más frágil, más indefenso del electorado. La secretaría de cultura depende directamente de la presidencia de la Nación.
S.G.