El exitoso fracaso de las cacerolas

Ni con el empleo a fondo de todo su aparato de propaganda y de clientelismo político, el oficialismo habría logrado poner en la calle siquiera la mitad de la gente que el 13 de septiembre salió espontáneamente a manifestarse con sus cacerolas a lo largo y ancho del país, y esto sin contar a los automovilistas que hacían sonar sus bocinas y a quienes aplaudían desde los balcones.

La otra cara de la moneda es que ninguna organización política, sola o en alianza con otras, habría logrado poner en la calle siquiera el uno por ciento de los que se movilizaron para hacer saber al gobierno que están hasta la coronilla de su incompetencia para resolver alguno de los problemas que los afectan, y del autoritarismo y la soberbia con que encubre esa incapacidad.

El cacerolazo fue un éxito como expresión masiva e incuestionable del estado de ánimo de la sociedad. Pero el manejo de la cosa pública, de la res publica, no es una cuestión de estados de ánimo, sino de ideas, diálogo, trabajo, organización, y promoción de liderazgos; en una palabra, de política. Cuando ocupan el lugar de la política, las cacerolas son la voz del fracaso.

La primera reacción del gobierno fue tratar de desvalorizar el masivo repudio del que fue objeto atribuyéndoselo a la clase media. No sabe, o no quiere saber, que las democracias occidentales son construcciones elaboradas, sostenidas, y modificadas en el tiempo por las clases medias, al menos cuando esas democracias funcionan sin graves distorsiones.

Las clases altas están muy ocupadas con el manejo de su fortuna, y las clases bajas con la obtención de su sustento. En las clases medias existe el terreno donde germinan las ideas y florecen las vocaciones políticas, y en las clases medias se encuentra la gran masa de votantes que contribuye a definir el rumbo de una nación, las más de las veces con efecto moderador.

La clase media argentina, que distinguió durante mucho tiempo a nuestro país del resto de la región, nació y se fortaleció al amparo de la república liberal instaurada por los organizadores de la nación. Esa república liberal comenzó a ser demolida en 1930, y la clase media careció de la claridad de ideas y la voluntad necesaria como para salir en su defensa.

Una parte de esa clase media se hundió en un ensimismamiento mezquino y a la larga suicida, otra parte fue abrazando a lo largo del tiempo una serie de ideologías salvadoras, de derecha o de izquierda pero uniformemente antiliberales, que se sucedieron en el manejo del país y lo sumieron en los extremos de decadencia en que hoy se encuentra.

Los sucesos de la década de 1970 –subversión armada más represión militar– derribaron lo que quedaba de la república y desde entonces los partidos políticos perdieron toda representatividad y quedaron vaciados de contenido. Los constituyentes de 1994 pretendieron revertir ese proceso incorporándolos con bombos y platillos a la Carta Magna.

Pero ninguna ley puede modificar el temperamento de la sociedad, y la sociedad, la clase media, decidió prescindir de los partidos políticos, y ratificó esa actitud a partir de la crisis del 2001. Entonces quedó a la vista el proceso que se había iniciado un cuarto de siglo atrás: los asuntos públicos ya no eran conducidos por la política sino por una mafia político-económico-sindical.

Los testimonios que revelan día a día, en las páginas de los diarios, que las cosas son de este modo resultan demasiado contundentes como para suponer que la gente, la clase media, no está enterada de lo que ocurre. Su respuesta, sin embargo, no pasa de la reacción temperamental, cacerolera, como en 2008-2009, y como seguramente ocurrirá ahora en 2012-2013.

No olvidemos que entre una y otra caceroleada celebramos las elecciones del 2011, donde el 54 por ciento de los votantes le dio su respaldo a un gobierno que ya había dado acabadas muestras de su incompetencia y falta de escrúpulos para manejar el país. Ese 54 por ciento no se alcanzó sólo con la clientela de los planes sociales y los punteros de barrio.

El mensaje de las cacerolas resulta así extremadamente cínico. Quiere decir: nosotros no queremos saber nada con la política, hay cosas más interesantes en la vida, como el intercambio de parejas; ocúpense ustedes de esa tarea ingrata, los dejaremos robar un poco y hasta quitarnos algunas libertades, pero no se excedan porque si nos empiezan a complicar la vida, nos enojamos.

El caceroleo envía el mensaje del enojo, pero no pasa de ahí. Y mientras la sociedad, su clase media, no entienda que si quiere sobrevivir debe comprometerse y trabajar (y sacrificar tiempo y dinero) por una nueva representación política, mientras no se reencuentre con las ideas que en algún momento le permitieron crecer en calidad y en cantidad, nada va a cambiar.

La mafia político-económico-sindical que se apoderó del país ya debe estar tomando nota de que para mantener esa situación de privilegio no le conviene un gobierno que pretende ir por todo ni que brinda públicamente protección a los delincuentes más groseros. Ha llegado el momento, como viene ocurriendo una y otra vez desde 1930, de cambiar para que nada cambie.

Esto puede sellar la suerte del kirchernismo. A pesar de sus palabras, la presidente seguramente se ha puesto nerviosa. Es muy probable que se aceleren ahora los contactos entre presuntos opositores de inclinación progresista, con la segura participación de peronistas dispuestos a describirse como “disidentes”, que van a proponer a la ciudadanía una oferta alternativa.

Pero por deserción de la clase media, la construcción política seguirá ausente. Por negligencia, por revancha, e incluso por mal digeridas convicciones ideológicas, probablemente esa oferta supuestamente alternativa reciba el respaldo mayoritario de los votantes. Detrás de ella se reacomodará la mafia, y dentro de pocos años todo volverá a empezar, sólo que desde varios pasos atrás. Estemos avisados.

–Santiago González

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5 opiniones en “El exitoso fracaso de las cacerolas”

  1. Su nota, Santiago, es realmente problematizadora; no le hace la vida fácil a ningún grupo social; no es una válvula de escape para ningún desahogo, y no recurre a los estereotipos ya instalados. Recuerdo que, cuando Menem estaba en ascenso, mucha gente se “enamoraba” de él (para Sabatella la política debe “enamorar”… ; para mí no, entusiasmar apenas) sin reparar en sus antecedentes y sin escuchar atentamente las estupideces que decía (“voy a riojanizar al país…”, en la culminación de su campaña). Cuando Néstor K. hizo descolgar la foto de Videla del C. de Mayo -un gesto de un oportunismo y una demagogia tan barata, que daba vergüenza ajena, en línea directa con el discurso de la ESMA donde se auto-atribuyera la iniciación de la política reinvindicatoria de los Derecos Humanos- se “metió” una cantidad tal de gente (de clase media, claro) en el bolsillo, que bien puede considerarse un caso exitosísimo de “capitalismo político”. Y así fué que los encantó, los “enamoró”… También “enamoraron” -primero Néstor, luego Cristina- a intelectuales y profesores… Y les retribuyeren su amor con cargos y privilegios. El único que salió de la trampa (habrá más, seguramente, pero no los conozco) fue José Nun. La clase media es muy boluble… Y el enamoramiento (que no es igual al amor) suele jugarnos malas pasadas. Cristina ya no enamora… ¿no?

    1. Según su retrato, acertado por otra parte, la clase media parece una de esas mujeres que se dejan seducir una y otra vez por el hombre equivocado… Sobre el acto de la ESMA, es cierto que fue un momento decisivo para Néstor Kirchner y así como sedujo a muchos también perdió la simpatía expectante con que otros lo miraban. Cada vez que planteé esta idea fue recibida con incredulidad. Me consoló escuchar el otro día a Tomás Abraham mencionar también ese acto como un momento de quiebre para el kirchnerismo. Gracias, Enrique, por visitar este sitio.

      1. Sí, pero no pienso en mujeres en particular, sino en mujeres y en hombres; lo mismo da: el entusiasmo y el enamoramiento político, cuando irrumpe en una vida (individual y colectiva) sufrida que no sale del gris, no se paga con nada; en gratitud se encierran y solo consumen la información proveniente de los medios oficialistas: es decir, el relato oficial. Pero la burbuja se rompe de tanto golpearla desde afuera y ese es el error del principal “argumento” del oficialismo: que ellos ganaron con el 54 % de los votos… Si, pero ya no tienen el 54: a muchos se les rompió la burbuja y, con ella, el encantamiento. Habría que hacer un estudio de las pancartas de la manifestación del 8N; algunas, particularmente jocosas y procaces, manifiestan desencantamiento y despecho. Hoy, en su discurso, a la presidenta se la notó irritada y físicamente incómoda. Acusó recibo.

  2. Es indudable que de las masas no surge nada útil. Es de los individuos, que se destacan por sus conquistas morales, que vienen los cambios positivos. El primer paso es dejar de ser hombres-masa, ignorantes, incompetentes y no pensantes, para pasar a ser seres libres, independientes, que no se entreguen a nada ni nadie. Sólo cuando hayamos conquistado nuestra propia libertad y la salud moral de la Nación esté en condiciones, cuando el número de ciudadanos íntegros alcance la masa crítica, sólo entonces el rumbo de la Argentina va a cambiar. Los individuos no son lo que la sociedad los hace ser: la sociedad es tan lacra o tan elevada como así la defina la sinergia de los valores de los individuos que la componen.

    Hasta entonces habrá que seguir aguantando la decadencia que arrancó por 1928…

    1. La libertad cuesta, y me parece que es ese costo el que los argentinos no queremos pagar. Gracias por su comentario. (Advierto, de paso, que se lo cargó a don Hipólito…)

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