Ciudadanía

Que alguien me corrija, por favor, si es que no entiendo bien las cosas. Tras el episodio de los bonos chaqueños, el gobierno dijo que si yo decido invertir mis ahorros en bonos argentinos denominados en dólares, emitidos en el exterior y sometidos a la justicia extranjera, puedo tener la seguridad de que oportunamente van a ser amortizados en dólares tal cual está comprometido en la operación. Ahora, si hago la misma inversión en bonos en dólares emitidos en la Argentina y sometidos a la justicia argentina, me los van a amortizar en la moneda que se les ocurra, al cambio que les venga bien. Mi conclusión inmediata es que si quiero preservar el valor de mi inversión me conviene adquirir bonos que estén sometidos a la jurisdicción extranjera, porque la jurisdicción argentina, esto es la justicia argentina, que es parte del Estado argentino, no me garantiza nada, según el mismo Estado me hace saber. Durante su reciente gira académica por los Estados Unidos, la presidente del Estado argentino afirmó que es una locura suponer que un peso argentino puede ser igual a un dólar estadounidense, afirmación insostenible ya que el valor relativo de las monedas es en algún momento arbitrario, y a partir de ese momento ese valor depende de diversos factores de política económica que determinan la salud de una moneda. Simplificando mucho podemos decir que cuanto más estable es una moneda, esto es cuanto más conserva su valor, más sana es. Cuando la presidente afirmó que un peso jamás puede ser igual a un dólar, nos dio a entender que el peso argentino padece una enfermedad incurable que corroe su valor. Por superstición tendemos a no nombrar las enfermedades incurables, y es por eso seguramente que la presidente evita con todo cuidado pronunciar el nombre del mal, pero todos lo conocemos y lo que es más conocemos el agente patógeno. Pero no es de eso de lo que quiero hablar ahora. Lo que quiero decir es que si pretendo preservar el valor de mis ahorros, y tomo en cuenta la honesta advertencia de la presidente de los argentinos, no me conviene utilizar el peso porque es evidente que el Estado argentino que ella encabeza no sabe, no puede o no quiere hacer nada para que la moneda nacional recupere la salud. Hubo otro notable momento de honestidad de parte de la presidente cuando desde ese mismo atril nos hizo saber, con exceso de ironía, que no hay siquiera punto de comparación entre la educación que proporcionan las universidades argentinas y la que ofrecen universidades estadounidenses como la que le brindaba el escenario para hablar. Hubo honestidad en esa advertencia porque ya desde hace rato, las universidades argentinas desaparecieron de los primeros puestos de reconocimiento no ya mundial sino regional y hasta diría barrial. Esto quiere decir que el Estado argentino tiene acabada conciencia de que sus instituciones educativas carecen de una calidad más o menos reconocida en el mundo académico, y quiere decir también que si quiero, como es mi ambición, adelantar mi formación profesional, tengo que buscar en otras casas de estudio, no argentinas pero en las que seguramente habré de encontrar no pocos profesores argentinos que me habrán precedido en el mismo camino. Un cuarto momento de franqueza brutal del Estado argentino lo tuve esta semana con sólo observar lo ocurrido con un conocido periodista, saqueado y maltratado por los servicios de inteligencia de un estado extranjero donde había cumplido una rutinaria misión de cobertura. El Estado argentino, representado en este caso por la embajada en el país en cuestión y por las más altas autoridades del servicio exterior, no se interesó por la suerte del reportero, no le prestó asistencia, no investigó lo ocurrido, no protestó ante el gobierno involucrado en el caso, ni hizo otra cosa que atribuir al periodista la culpa de lo que le había ocurrido. Ahora, si el Estado argentino, a partir de las palabras y las acciones de sus más altos funcionarios, me da a entender que no me puede garantizar la protección de la ley, ni el valor de la moneda, ni la calidad de la educación, ni la seguridad personal en caso de agresión por un tercer Estado, que son todas cuestiones claras y sencillas, ¿qué sentido tiene para mí, y para cualquier otro argentino, la ciudadanía argentina? (Y conste que no hablamos aquí de otras ausencias notables del Estado, como en el combate al delito, la seguridad en el transporte, la provisión de energía.) La presidente se ufanó en el estrado académico citado de que ya no se ven argentinos haciendo cola en los consulados para obtener cuando pueden una segunda nacionalidad, heredada de sus antepasados. La presidente debe saber que esa cola es menos visible pero no se ha detenido, y que la mayoría que se decide a hacer ese trámite no busca necesariamente una puerta por la que emigrar legalmente. En el fondo, busca ciudadanía.

–S.G.

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2 opiniones en “Ciudadanía”

  1. Sólo una cosa:

    A los argentinos nos “acostumbraron” a la mediocridad en la mayoría de las cosas que hacen a un país. En la educación, en la salud, en la seguridad, en la economía, en su producción, en su cultura, en el voto (“y… Roban pero hacen…”). Es por eso que los únicos momentos en los que los argentinos nos sentimos orgullosos es en los destellos de personalidades: Messi, Maldacena, Favaloro (como muchos otros luego de sufrir la tragedia argentina).

    No por nada sacamos las banderas en los eventos deportivos. Lo que parece un detalle es todo un mensaje.

    1. Es cierto lo que usted dice. Pero no se trata del orgullo o no de ser argentino, sino de lo que significa ser ciudadano del Estado argentino, que es más bien una cuestión jurídica. La función del Estado es asegurar que se cumplan y respeten los derechos y garantías de cada ciudadano, eso es lo que confiere ciudadanía al ciudadano. Y el problema surge cuando el Estado no sólo deja de cumplir esa función sino que se convierte en obstáculo y perturbación de esos derechos y garantías.

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