El tren de las 3 y 10 a octubre

Tiroteo en OK Corral

Aunque falta medio año completo para las elecciones presidenciales de octubre, el clima político se va cargando progresivamente de tensión como en esas películas del oeste donde la suma de pequeños incidentes preludia el inevitable duelo final entre dos antagonistas dominantes cuyo perfil se va construyendo a medida que avanza la acción.

La transitada hipótesis de los tres tercios, que pronosticaba una pareja contienda entre kirchneristas, peronistas y radicales, parece quedar en el olvido. El oficialismo busca la polarización, la oposición no la desdeña, la sociedad se acomoda: en las elecciones de Catamarca, Chubut y Salta, la polarización arrastró a más del 70 por ciento de los votantes.

A la hora señalada, iremos a votar como un país dividido, seguramente más movidos por el rechazo que por el entusiasmo: contra el populismo kirchnerista o contra la derecha liberal, según la simplificación que cada bando hará del adversario. El enfrentamiento será duro, especialmente en la calle, y el resultado doloroso, porque gane quien gane el país quedará más dividido.

El tren de las 3 y 10 corre ligero hacia el lugar del choque definitivo. Por cierto, la polarización es inevitable en un sistema con ballotage, pero el kirchnerismo apuesta a adelantarla y profundizarla porque a su juicio un choque entre “buenos y malos” le brinda el mejor escenario para la primera vuelta, e incluso para la eventualidad de una segunda. Pero no cualquier polarización le sirve.

El oficialismo quiere batirse con su opuesto absoluto, con lo que percibe y describe como sus antípodas, y ese lugar sólo lo ocupa Mauricio Macri. Esto explica la campaña de hostigamiento permanente que se le dirige desde el gobierno nacional: desde organizarle piquetes por cualquier motivo, o bloquearle la construcción de autopistas o subtes, hasta quitarle la policía federal.

Los kirchneristas necesitan, en la vereda de enfrente, a alguien que encarne lo que ellos dicen combatir: la derecha neoliberal, el poder económico concentrado, el poder mediático, la política de seguridad de mano dura, el capitalismo codicioso e inhumano. Están convencidos de que a Macri lo pueden pintar con esos colores, y por eso el líder del PRO es el enemigo elegido.

Aspiran a rodearlo, además, de todo lo que ayude a completar esa imagen. Atacan a Clarín para que Clarín apoye a Macri; aumentan el número de directores estatales en las empresas de cuyas acciones se apoderó al estatizar las AFJP para que el establishment apoye a Macri; se acuerdan del trabajo esclavo y la evasión impositiva en el campo para que la agroindustria apoye a Macri.

En el minucioso estudio cotidiano de las encuestas que se practica en la mesa chica del kirchnerismo se busca afanosamente la tendencia que lo muestre a Macri erigiéndose en el campeón de la exasperación antikirchnerista. Sólo cuando se alcance la divina proporción entre los números de Mauricio y los de Cristina, la presidente podrá anunciar su candidatura.

Si el lugar del enemigo a combatir (la “militancia” kirchnerista piensa en estos términos) lo ocupara un radical, incluso el más volcado a la centroderecha, la cosa no sería tan clara porque en el fondo radicales y peronistas piensan lo mismo. El kirchnerismo construyó su identidad inventando conflictos de tipo blanco o negro: los matices, las superposiciones, lo incomodan.

¿Qué hacer con un contrincante que comparte cosas como la estatización de Aerolíneas Argentinas, la confiscación de las jubilaciones privadas, el fútbol para todos, o la convicción de que un gobierno demócrata es preferible a uno republicano para nuestras relaciones con los Estados Unidos? Habría que debatir propuestas, lo que no es el fuerte del actual gobierno.

El oficialismo cree que si puede plantear la elección como un enfrentamiento a todo o nada entre el “progresismo” y “la derecha neoliberal”, para lo cual necesita a Macri como rival a vencer, sus posibilidades de ganar en primera vuelta aumentan, porque atraería a todos esos votantes cuyo “límite es Macri”, según la frase poco feliz en la que coincidieron Elisa Carrió y Ricardo Alfonsín.

Mauricio, mientras tanto, trata de sacar partido de la condición de “enemigo” que le ha conferido Cristina. La polarización le conviene, y procura entonces afirmarse como líder de la oposición irrumpiendo con iniciativas mediáticas: hace gestos teatrales de renunciamiento y propone vagos acuerdos sobre una agenda que nadie podría rechazar… sin discutir primero el “cómo”.

Mientras otros se apresuran a anunciar candidaturas, se suben y se bajan como si se tratara del juego de las sillas, Cristina y Mauricio demoran ese movimiento decisivo. Como los duelistas del lejano oeste, se estudian desde lejos, observan las posiciones que van tomando sus seguidores, tratan de adivinarse las intenciones, hasta que reconozcan el momento justo de desenfundar.

El resto de la oposición hace lo posible por contribuir a la instalación de este escenario. Los peronistas federales Eduardo Duhalde y Alberto Rodríguez Saa nos entretienen todos los domingos con un simpático torneo amistoso que concluirá con el tan previsible como irrelevante triunfo del pesificador asimétrico, cuya posibilidad de volver a la Rosada ronda el cero absoluto.

Y los radicales han decidido apresurar la candidatura de Alfonsín, en el que creen ver una carta ganadora para derrotar al gobierno. Esto podría ser descripto como un caso de alucinación colectiva si no fuera lo que es: un acto fallido. La mera posibilidad de volver al poder sumerge a la UCR en la zozobra, y por eso toma el camino que más la aleja de ese temible tembladeral.

Radicales y peronistas federales andan muy atareados tejiendo y destejiendo alianzas con otros jugadores menores, como los socialistas, o los seguidores de Fernando Solanas, Elisa Carrió o Margarita Stolbizer, pero esos movimientos no van a modificar la marcha de un tren que corre alocadamente no hacia Yuma sino hacia Tombstone, hacia el trágicamente célebre Corral OK.

Antes de que termine mayo, Mauricio y Cristina habrán desenfundado sus intenciones y entonces se definirán los bandos y se desatará un fuego cruzado que sólo concluirá en octubre; cinco meses de refriega continua -no sólo verbal, si episodios como el de los docentes de Santa Cruz sirven de indicio- hasta que se disipe el humo y se sepa cuánto respaldo efectivamente tiene cada uno.

Los enfrentamientos que marcan el momento culminante de los westerns épicos, como El tren de las 3 y 10 a Yuma o A la hora señalada, son obra de la imaginación. Aluden a conflictos de otra naturaleza, en los que descuella un héroe, y que se resuelven en un choque final entre buenos y malos. Y ganan los buenos, condición propia de la ficción según nos enseñó Oscar Wilde.

El tiroteo en el Corral OK fue un episodio real, que ocurrió justamente en octubre hace 130 años. Allí se enfrentaron cruentamente una partida de alguaciles, defensores de unos ganaderos deseosos de incorporar su actividad a las leyes del capitalismo, y un grupo de vaqueros indóciles y violentos, que de tanto en tanto cuatrereaban con la complicidad del anterior sheriff y la tolerancia popular.

El episodio ha sido llevado varias veces al cine, e interpretado de distintas maneras a lo largo del tiempo. Como suele ocurrir cuando se trata de la vida real, no hay acuerdo sobre quiénes eran los buenos y quiénes los malos:  los partidarios de la mano dura y la tolerancia cero, o los “vagos y mal entretenidos”. La sociología del lejano oeste no es muy distinta de la de nuestra pampa.

* * *

El escenario descripto hasta aquí es posible en tanto y en cuanto Cristina pretenda efectivamente un segundo mandato. Algunos analistas, como Jorge Giacobbe, sostienen desde hace tiempo que no lo hará. Otros, como Joaquín Morales Solá, venían afirmando lo contrario, pero ahora, atentos a razones anímicas, políticas o de salud, parecen dudar.

Las crónicas dicen que Cristina pasa sus días en Olivos con la única compañía familiar de su hija Florencia, la más renuente a que su madre aspire a otros cuatro años en la presidencia. Máximo, el animador de la rampante agrupación La Cámpora, optó últimamente por volver al sur, a cuidar de los negocios de la familia, como lo hacía en vida de su padre.

–Santiago González

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