“El Olimpo vacío”

El Olimpo vacío1 es una especie de reportaje filmado al escritor Juan José Sebreli. Se lo estrenó hace un par de años en exhibiciones casi privadas; ahora que sus responsables lo han subido a la red, seguramente podrá ser visto por públicos más amplios y es una buena oportunidad para comentarlo. El reportaje sigue más o menos la estructura del libro Comediantes y mártires, que Sebreli publicó en el 2008 con el subtítulo de Ensayo contra los mitos. En el libro, y en el reportaje, el autor adopta una curiosa metodología intelectual: toma cuatro figuras argentinas muy populares, verdaderos ídolos como Maradona, Gardel, Evita y el Che; asegura que los argentinos los han convertido en mitos, en una suerte de arquetipos de la nacionalidad; y seguidamente acumula argumentos para demostrar que los cuatro carecen de los atributos que según él la gente les confiere. La conclusión implícita es que los argentinos son francamente estúpidos por creer en las patrañas que él afirma que creen.

La argumentación de este ensayista, original, crítico e inteligente cuando habla de ideas, pero dominado por los prejuicios cada vez que desciende a las cuestiones terrenales, es tan arbitraria, tan escasamente rigurosa, que los responsables de esta película se han sentido en la necesidad de incorporar opiniones de terceras personas que matizan, cuando no refutan, los comentarios de Sebreli. En lo que aparenta ser un elogio a su colega, Beatriz Sarlo asegura en el filme que las afirmaciones de este autor no son verdades de enciclopedia sino que “se sostienen en su escritura”, y uno no acierta a decidir si la ironía de la frase es casual o deliberada.

Lo que la escritura, o la elocuencia filmada, de Sebreli sostiene es en realidad una falacia tras otra, una cabriola del razonamiento tras otra. Empieza por reunir en un mismo paquete a cuatro figuras que discurren por andariveles distintos. Probablemente hubiese sido posible analizar conjuntamente a Gardel y Maradona, en tanto ambos son figuras surgidas de la industria del espectáculo, y de algún modo los mecanismos que les permitieron alcanzar su gran popularidad son parecidos. Pero Evita y el Che son otra cosa, pertenecen a órdenes distintos de la vida social, y ni siquiera son comparables entre sí.

Otra falacia de Sebreli consiste en atribuir la popularidad de los cuatro a motivos subalternos y ajenos a las cualidades que los colocaron en posiciones sobresalientes frente a sus contemporáneos. Sebreli, por ejemplo, nos informa de que Gardel cantaba para los ricos, para caudillos conservadores como Barceló, y para los golpistas de 1930, y además pretendía ganar dinero; de que Evita no era ni feminista ni guerrillera; de que el Che no tenía preocupaciones sociales sino que era un aventurero, y de que Maradona, además de drogarse, cortejó a líderes políticos de todas las tendencias, todas cosas ciertas pero que nada tienen que ver con el magnetismo que ejercieron esas figuras, ni desvirtúan ni desmienten su imagen popular.

Sorprende la incapacidad de Sebreli para reconocer y ponderar con la solvencia de su juicio los méritos genuinos que elevaron a estas cuatro personas en el reconocimiento de los públicos: no se le ocurre pensar que la gente idolatró a Gardel porque fue un cantor excepcional (además de haber captado rápidamente las reglas de juego del negocio del espectáculo, para convertirse en su propio y eficaz administrador), o a Maradona porque fue un jugador de fútbol excepcional (además de crítico valiente del establishment futbolístico, a su propio riesgo). A ninguno de sus admiradores le importaron jamás un comino las opiniones políticas de estos dos, ni ellos mismos las tomaron en serio; sí quienes los recompensaron con dinero o especies para aparecer junto a ellos, en una foto o en un tango.

Más sorprende todavía, porque se espera otra cosa de una persona que consagró su vida al pensamiento y la palabra, la incapacidad de Sebreli para percibir la dimensión trágica que exhiben las vidas y las muertes de Evita o el Che. Sugiere despectivamente que nada habrían sido si no se hubiesen encontrado respectivamente con Juan Perón y Fidel Castro, pero eso es historia contrafáctica. El hecho es que se encontraron, y de allí extrajeron el combustible y el rumbo que imprimieron a sus vidas. Evita convirtió sus resentimientos de hija natural y provinciana en una pasión arrolladora por Perón, por su patria y por su pueblo, y quemó su vida en aras de esas cosas tal como ella las entendía. El Che tradujo su arrogancia y soberbia de hijo de buena familia, acostumbrado a salirse con la suya, en una vida de aventura y prepotencia que casualmente encontró el ingrediente del socialismo para convertirse, a sus propios ojos, en una vida heroica. Uno tiene la sensación de que el Che estaba más preocupado por su imagen que Evita por la suya.

Pero Sebreli es ciego a estos dramas humanos, riquísimos en matices, que fascinan al mundo; da rienda suelta en cambio a sus prejuicios en los términos más superficiales, y ni siquiera se molesta en preguntarse por qué estas dos figuras fueron las personalidades más potentes que la Argentina entregó al mundo en el siglo XX, y qué es lo que la Argentina y el mundo encontraron en ellas. Solo le interesa demostrar, con distancia sobradora, que la adoración de ídolos de barro es una tara de los argentinos, unos necios siempre dispuestos a chapalear en el lodo de los populismos, y que su Olimpo (para usar la imagen que sirve de título al documental) en realidad carece de ocupantes o, más bien que en ese monte legendario sólo reina, soberbio en su lucidez, solitario en su intransigencia, el infatigable destructor de mitos Juan José Sebreli.2

Fin.

–S.G.

Para ver la películaEl Olimpo vacío
Notas relacionadas“El diálogo”
  1. Producido y dirigido por Pablo Racioppi y Carolina Azzi, también autores de El diálogo, documental en el que Graciela Fernández Meijide y Héctor Leis conversan sobre la violencia en la década de 1970. []
  2. Alguien mordió ese anzuelo, paradójicamente otra destructora de mitos, aunque ésta más laboriosa y documentada. La periodista Silvia Mercado, autora del libro El relato peronista, en el que se propone derribar algunos mitos asociados al justicialismo, sostiene que el apelativo gorila, que los peronistas obsequian a sus detractores, apunta a silenciar y descalificar a quien lo recibe. “La representación del gorila –dijo en una entrevista con La Nación–, es Juan José Sebreli, un hombre que realmente ha padecido la soledad, la distancia; un gran intelectual, un hombre de pensamiento profundo, realmente original, que ha sido estigmatizado. Cuando critico la estigmatización pienso en lo mucho que debe haber sufrido Juan José Sebreli”. Una contribución de este sitio a la campaña de destrucción de mitos: Sebreli nunca fue estigmatizado ni sufrió mucho. Publicó todo lo que se le antojó, sobre los temas que se le ocurrieron, y pudo vivir de su producción. En todo caso no fue estigmatizado por ser antiperonista, y no sufrió más que cualquiera de los mortales que transitamos este valle de lágrimas. []

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1 opinión en ““El Olimpo vacío””

  1. En efecto, Sebrelli siempre fue muy engreído. Su libro sobre el arte contemporáneo es una auto-radiografía que demuestra lo poco sensitivo y perceptivo que es. Un cierto monto de narcisismo es necesario; un exceso conduce a la pobreza (“miseria” se diría, satreanamente, en la época en que Sebrelli nos regaló “Bs. As. Vida cotidiana y alienación”, el primero y, quizás, el mejor) del libro que usted comenta.
    Pero vale la pena leerlo, con manejo de la distancia.
    “Los deseos imaginarios del peronismo”, fue un gran aporte en su momento.

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