Nicolás Mancera (1930-2011)

Nicolás Mancera hizo por primera vez en la Argentina casi todo lo que la televisión puede hacer. Como productor, conductor y por momentos protagonista de sus legendarios Sábados circulares expandió los límites de un medio cuya finalidad ideal es mantener al espectador con la mirada fija en la pantalla el mayor tiempo posible.

Por eso su ambiente preferido, su hábitat, fue el programa ómnibus, con el que desde 1962 hasta 1974 logró cada fin de semana tener atornilladas a las sillas de la cocina y en torno del televisor en blanco y negro a familias enteras durante maratónicas entregas de seis a ocho horas, en las que el interés no decaía ni un instante.

Hoy se reconoce su talento, su creatividad, su audacia, su profesionalismo. Mancera consagró esas cualidades a un medio cuya naturaleza no permite trascender lo banal, lo efectista. Por eso, la televisión argentina le debe mucho, pero la cultura popular no mucho más que entretenimiento efímero sin chabacanería. Hoy en día eso es un valor.

Antes de ingresar a la televisión, Mancera había pasado por el periodismo gráfico y la radiofonía, principalmente como crítico de cine. El cine fue su primera gran pasión, y contaba que había llegado a ver media docena de películas por día. Incluso produjo una película, y apareció en otras dos.

Sin embargo, a la vuelta de la vida prefería describirse como periodista. “Soy periodista. Nací y moriré como tal. Soy curioso, tengo amor por la noticia y sobre todo me gusta hurgar en la realidad que subyace detrás de lo que se ve”, dijo en 1996. Supo pasar del texto a la imagen, y callarse cuando ésta hablaba por sí sola.

A comienzos de la década de 1960 la cultura popular argentina estaba saltando de la palabra (oral o escrita) a la imagen: junto a la televisión aparecieron revistas semanales como Gente, con profusión de fotografías de gran tamaño. El público estaba ansioso por ver el mundo que lo rodeaba.

Mancera exhibió en Sábados circulares la imaginación de un editor de revistas, y combinó esa vocación periodística con el conocimiento del lenguaje visual que le había dado su prolongado contacto con el cine. No es exagerado decir que Sábados circulares y Gente marcaron la impronta de la cultura popular de los sesenta.

Por su programa desfilaron personalidades consagradas del país y del mundo, como Aníbal Troilo y Tita Merello, Sofía Loren y Marcello Mastroianni, Charles Aznavour y Alain Delon, Pelé y Amadeo Carrizo, y también futuros ídolos como Sandro y Palito Ortega, Joan Manuel Serrat y Raphael y Diego Maradona cuando tenía apenas diez años.

Pero esos momentos estelares se mezclaban con artistas de circo, entrevistas, momentos de humor, números musicales, baile. A la Biblia le seguía el calefón, y luego un sable corvo, y un acordeón, apenas separados uno de otro por la invocación de “Pipo” a su auditorio: “¡Fuerte ese aplauso!”

En términos actuales, su espectáculo era una mezcla de Marcelo Tinelli con Susana Giménez, con unas gotas de Nicolás Repetto y una pizca de Mirtha Legrand. Mancera era un profesional formado: podía hablar en varios idiomas, y entrevistar a un actor o un deportista, pero también a un escritor o un científico, y hacerlo decorosamente.

Pero también sabía apelar a la demagogia y los golpes bajos para sacudir emocionalmente a su audiencia y ganar su adhesión, como cuando invitó a unas damas de sonoros apellidos, dedicadas a la protección de animales, y les mostró en imágenes cómo mataban brutalmente en Liniers las vacas que criaban “sus maridos”.

Un plato fuerte de sus programas era habitualmente el que lo tenía como protagonista de alguna hazaña, aventura o desafío, dramáticamente puesta en pantalla: desde arrojarse en paracaídas hasta sumergirse encadenado en el río, desde aventurarse por las alcantarillas de Buenos Aires hasta vivir en una burbuja sumergida en una pileta.

“Era un gran gusto correr riesgos en televisión –comentó en el reportaje de 1996 al diario La Nación–. Para hacer una nota sobre una villa miseria viví allí durante una semana. De igual manera cuando hice el informe sobre el hospital Borda me interné cinco días”. Esos son comportamientos de un periodista.

En la historia de la televisión argentina, Mancera fue el primero en varias cosas: en transmitir desde “exteriores” (con un cable largo), en recibir imágenes vía satélite, en usar el formato “ómnibus”, en emplear el polígrafo (detector de mentiras), en transmitir un casamiento (Ortega-Salazar), en apelar a la “cámara sorpresa”, etc., etc.

La televisión puede mostrar noticias o películas o partidos de fútbol o documentales o teleteatros, pero eso no es exactamente televisión. Es cine o deporte o teatro capturado por una cámara y difundido por la antena de TV. La televisión como lenguaje específico, como entretenimiento, es lo que hacía Mancera y siguen haciendo hoy sus continuadores.

Ahora se lo reconoce como un pionero y un maestro. Pero como recordó oportunamente en Clarín la periodista Adriana Bruno, en la década de 1960 la crítica cultural lo acusaba rutinariamente de superficialidad. “Puede que yo sea superficial, o que la persona que dice que lo soy no tenga hondura suficiente para poder captarme”, respondía él.

En su novela de 1967 Tiempo de morir, el narrador y guionista (e inspector de la Policía Federal) Eugenio J. Zappietro incluye un personaje con el transparente nombre de Dancer, que es la viva imagen de Mancera tal como lo veía la intelectualidad de la época, y al que le hace decir: “El espectáculo soy yo”.

“Mientras Dancer –escribe Zappietro– mostraba en cámara un parto cuádruple, una anciana de ciento diez años que recordaba a Juan Manuel de Rosas, o al pistolero de turno acribillado junto a su jergón; mientras él compraba datos para armar el aquelarre de los sábados, Troilo, Aníbal, se sentaba bajo un haz de luces…”

Y en otro pasaje: “Dancer no era un genio, pero tenía in mente su propia autodefinición: ‘Dancer: prócer argentino que inmortalizó la profesión de guía espiritual de televidentes’. Sonaba bien. En el Espasa, claro.” A la luz de lo que hoy se ve por televisión, la mordacidad de Zappietro parece exagerada.

Los Sábados circulares sobrevivieron con su alta cuota de audiencia hasta promediar los setenta, cuando nos arrasó la locura asesina. En estos días se ha comparado a Mancera con Tinelli, pero la distancia que separa a uno del otro es abismal: otro indicador más, en el terreno del entretenimiento popular, de nuestro embrutecimiento como sociedad.

–Santiago González

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