Quién mató a Candela

Candela Sol. Tenía un nombre doblemente consagrado a la luz, y acabó en la peor de las tinieblas. En menos de una semana la vimos haciendo mohínes frente al flash de una cámara, con el pelo recogido y un flequillo, y luego acurrucada y muerta dentro de una bolsa negra de residuos. Su caso, dirían los diarios, sacudió al país. ¿Lo sacudió realmente?

A la Argentina no la sacudió la violencia de los setenta, no la sacudió la guerra de Malvinas, no la sacudió la catástrofe del 2001, no la sacude el destino incierto que aguarda a sus jóvenes. La sociedad argentina no se conmueve, si por conmoción se entiende ese sacudón fuerte que permite ver lo que antes no se veía, y obliga a modificar convicciones y conductas.

La suerte de Candela no sacudió a la sociedad argentina: excitó en cambio su curiosidad, su morbo, su necesidad malsana de mirar por televisión lo que les pasa a otros. Le dio la oportunidad de hacer comentarios escandalizados, de lavar su mala conciencia señalando culpables, de ocultar, en el barullo, lo que en el fondo sabe: a Candela la matamos entre todos.

A Candela la mataron, en principio, sus verdugos. Desalmados profesionales del delito, que supieron cómo preparar un cuerpo sin dejar huellas; supieron cómo, cuándo y dónde abandonarlo; y se movieron, y se comunicaron, con absoluta tranquilidad y dominio de la situación. Como quien se sabe pisando sobre seguro.

A Candela la mataron, luego, sus padres, que eligieron los caminos torcidos de la vida e imaginaron que por caminos torcidos iban a poder construir una vida derecha; padres que en todo momento dieron la impresión de saber más que lo que informaban a la policía, y que evaluaron mal la situación creyendo que zafarían de ella apelando a los medios.

A Candela la mataron, también, las fuerzas de seguridad, por complicidad o impericia, vaya uno a saber. La policía trabajó sobre dos hipótesis, la trata y la extorsión: cualquiera de las dos sigue teniendo validez. Tras la muerte de Candela asomó a los medios amplia información de inteligencia en apoyo de la hipótesis de la extorsión.

Si se contaba con esa información, que por el detalle no es de la que se consigue en un minuto, no se entiende cómo las fuerzas de seguridad no actuaron desde un primer momento siguiendo los protocolos que buscan preservar la vida de la víctima. La madre, la policía y el poder político se comportaron como si tuvieran la convicción de que Candela iba a aparecer sana y salva.

A Candela la mató, asimismo, el poder político, por su insistir en que en el país no existe un problema de inseguridad, cuando en realidad no es capaz de controlar a sus propias fuerzas de seguridad, ni de reprimir la expansión de las mafias de todo tipo y calibre que se extienden por el país y en especial por la provincia de Buenos Aires.

Tan pronto como apareció el cadáver de Candela, los medios conocieron (incluso antes que el fiscal interviniente) un llamado que respalda la hipótesis del secuestro extorsivo, y que el poder político utilizó de inmediato para sostener la peregrina teoría de que no se trataba de un problema de inseguridad sino de un ajuste de cuentas entre mafias.

¡Para el poder político, la existencia de mafias capaces de secuestrar a una persona a la luz del día, mantenerla cautiva durante una semana sin inmutarse, asesinarla, cargar el cadáver en un vehículo, desplazarse por una zona infestada de policías y arrojarlo al borde de una autopista, tomándose el tiempo para dispersar sus ropas, no es un problema de inseguridad!

Por otro lado, el mensaje mencionado, que anuncia el asesinato de la niña y reclama a sus padres el pago de una supuesta deuda, bien pudo haber sido una cortina de humo para desviar la investigación de la hipótesis de la trata, hipótesis que según los fiscales se ve avalada por el cuidado –alimentación, higiene– que recibió Candela antes de ser asesinada.

Tanto la trata de personas como el secuestro extorsivo se encuentran entre los llamados delitos federales. Sin embargo, en ningún momento el caso de Candela fue entregado a la justicia federal ni la Policía Federal tuvo intervención formal en el asunto. ¿El poder político provincial quiso reservarlo para sí, convencido de que iba a poder lucirse con un final feliz?

A Candela la mató también la televisión, entusiasmada como cada vez que encuentra la ocasión de poner en el aire un reality show con sangre verdadera. Sus editores explotaron el caso como un espectáculo, lo mantuvieron continuamente en el aire, y aportaron a la desinformación general al presentar testimonios no calificados y opiniones de autotitulados expertos en seguridad.

La televisión no sólo no ayudó en nada a la suerte de Candela (lo único que debió hacer fue poner en el aire su foto por si alguien la reconocía), sino que la agravó entre otras cosas al anticipar en tiempo real los planes y los movimientos de las fuerzas de seguridad, cosa que probablemente impuso una presión adicional sobre sus captores y aceleró el desenlace.

A Candela la mataron entonces sus secuestradores, su familia, las fuerzas de seguridad, el poder político, y la televisión. Pero también, y sobre todo, la mató la inercia de una sociedad acobardada, que ya no recuerda cuáles son sus derechos ni sabe cuáles son sus obligaciones, que ignora que el poder le pertenece, y que a la hora de votar acude servilmente a apoyar a los mismos que le arruinan la vida.

Inflación, corrupción, debilidad institucional y desinformación definen el agujero negro que se traga la libertad, la seguridad, la solvencia y la educación de los ciudadanos, y permite al mismo tiempo la acción de las mafias, la de guante blanco que hace los negocios incruentos, y la mafia armada, que se ocupa de los negocios violentos: trata, droga, armas, secuestros.

En un país con una moneda estable, con bajos niveles de corrupción, con solidez institucional y con una ciudadanía informada y consciente de sus derechos, la trata y los narcos tendrían menos espacio para moverse, los padres de Candela habrían encontrado tal vez un camino recto por el que dirigir su vida, y la niña estaría hoy imaginando el cauce futuro de sus estudios.

Candela Sol tenía un nombre doblemente consagrado a la luz, y acabó en la peor de las tinieblas. En algún sentido se parece a la Argentina, cuyo nombre evoca a un tiempo un destello visual y otro auditivo, y que aceleradamente se precipita, ante la indiferencia pusilánime de nosotros, sus ciudadanos, hacia un abismo oscuro y sordo.

–Santiago González

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