Otra vez

Otra vez contando las víctimas. Otra vez el obsceno espectáculo de la muerte en la televisión. Otra vez la búsqueda de culpables para descargar la propia conciencia. Hace menos de un mes fue el caso Candela, ahora el accidente en un paso a nivel, y mañana será otra tragedia, y así seguiremos mientras no asumamos nuestras responsabilidades como ciudadanos.

En algún momento tendremos que entender que la institucionalidad no es sólo una cuestión que entretiene a los abogados, que la corrupción no es simplemente un funcionario que se queda con un vuelto, que la democracia no es nada más que ir a votar una vez cada dos años, y que ser ciudadano de un país es mucho más que alentar a sus selecciones deportivas.

Sabemos que estamos mal, y que está en nuestras manos hacer que las cosas cambien, pero por desidia, cobardía o ignorancia optamos por meter la cabeza debajo de la almohada. Creemos que es más seguro dejar todo como está que arriesgarnos a probar otra cosa, menos aún a dar un paso al frente y edificar nosotros mismos otra cosa.

Como en el caso de Candela, podemos identificar sucesivos niveles de responsabilidad en el accidente de Flores, niveles que van desde la presidente de la Nación que hace tres años prometió terminar en 36 meses el soterramiento del Sarmiento y no cumplió, hasta el chofer del colectivo que arriesgó su vehículo por una barrera a medio cerrar.

Pero ni la presidente ni el chofer nacieron de un repollo: son parte de nuestra sociedad, son parte de nosotros, son nosotros, como lo son los restantes protagonistas de los titulares del día, relacionados con estafas en la construcción de viviendas sociales y contrabando de armas amparado desde el Estado, con violaciones y asesinatos, y ajustes de cuentas entre mafias.

Esto ocurre porque como sociedad, nos hemos acostumbrado a tolerar la mentira, la falta de palabra, la irresponsabilidad, la deshonestidad en grande y pequeña escala, la falta de pudor, la carencia de valores o principios, la ausencia absoluta de solidaridad, el desapego afectivo y el incumplimiento contractual.

No queremos tomarnos la molestia de participar siquiera en aquello que nos toca de cerca, como la sociedad de fomento barrial o la comuna urbana, la asociación de padres en la escuela, o el consorcio de propietarios en el edificio. Dejamos el camino libre a los aventureros o los improvisados, y después somos los primeros en enarbolar el dedo acusador.

No nos importa la cosa pública, la república, y no hacemos el esfuerzo de escuchar y entender a quienes nos proponen alternativas, a quienes llaman la atención sobre los problemas, ni tampoco nos preocupamos por estudiar sus propuestas, compararlas, y decidir. Ni siquiera cumplimos con la responsabilidad elemental de votar a conciencia.

En un alarde de egoísmo de cortas miras, sobornados con billetes de cotillón, sin pensar en el país que dejaremos a nuestros hijos, renovamos el apoyo a gobiernos que no nos brindan las cosas mínimas que deben brindarnos: educación, salud, justicia, seguridad (seguridad penal y seguridad vial), y administración honesta de los recursos públicos, es decir de nuestro dinero.

Sabemos que estamos mal, sabemos perfectamente que cada año que pasa estamos peor que el anterior. Y hemos sido advertidos de las amenazas que pesan sobre nuestra sociedad, desde el crimen organizado armado al crimen organizado de guante blanco, pero parecemos incapaces de reaccionar, más allá de la ingenuidad de poner rejas o mudarnos a barrios privados.

Seguimos felizmente aletargados, mirando a Tinelli y pagando las cuotas del plasma. Y confiados en que vaya a saber por qué a nosotros no nos va a tocar. Hasta que nos toca. Pero entonces ya es tarde: de nada vale culpar al chofer, o al martes 13, o a los que se oponen a los “sapitos”, o a la barrera que no anda. La responsabilidad de lo que nos ocurre es nuestra. Y de nadie más.

–Santiago González

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2 opiniones en “Otra vez”

  1. Hola!

    Yo veo este caso muy parecido al de Cromañón. Salvando la cantidad de muertos, uno termina encontrando muchas similitudes. En ambos casos hay una gran lista de irregularidades, falta de respeto a las normas, y falta de sentido común. Esto demuestra que el problema es de base, o sea, educativo.

    Lamentablemente hoy se reduce la educación a la entrega de unas netbooks y la educación va mucho más allá de eso, incluso más allá de los contenidos. La educación incluye el respeto por el otro, el respeto por uno mismo, entender cuáles son nuestros derechos y a reclamarlos sin miedo, y cuáles son nuestras obligaciones y respetarlas, entendiendo que de esa manera logramos una mejor convivencia entre todos.

    Habiendo tantos piquetes y reclamos de varios sectores, incluyendo el de los colectiveros, por ejemplo, no entiendo cómo su sindicato no hace un reclamo serio o medida de fuerza para lograr que el gobierno se comprometa, y lleve a cabo, un plan para terminar con el problema de los pasos a nivel.

    Ejemplos como este hay en todos los rubros del país, y encima TODOS sabemos que existen y sabemos cómo se deberían solucionar, pero nadie hace nada. Como bien dice la nota, no participamos lo que tenemos participar, como ciudadanos, como sindicalistas, como persona de alto cargo en alguna institución, gobierno u ONG, y al momento de votar votamos espejitos de colores (netbooks, TV-Digital, fútbol, tecnópolis, imágenes de Evita y apelaciones al pasado).

    1. Exactamente. Si cada uno de nosotros cumpliera en cada caso con la norma, la regla, la ley o lo que fuera, y exigiera con firmeza que los demás también cumplan otra sería nuestra situación. Pero en vez de plantarnos y decir No, preferimos buscar el atajo y salir del paso como podamos. Precisamente lo que hizo el chofer del colectivo. Gracias por su comentario.

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