Amén

Las elecciones primarias cumplieron su cometido: permitirnos saber cuál es el respaldo real con el que cuenta Cristina Kirchner y trazar el mapa en relieve de la oposición. Hay cosas que uno preferiría no saber. Pero ahí están: el pueblo se ha pronunciado, y la voz del pueblo, dicen, es la voz de Dios. Amén.

El veredicto ciudadano se partió en dos: la mitad de las urnas le subió el pulgar a la presidente de manera tan expresiva como la otra mitad se lo bajó a la oposición, aplastada en una orografía chata, uniforme, en la que apenas saltan a la vista la depresión profunda de Elisa Carrió y la módica elevación de Hermes Binner.

Para quienes imaginamos una República Argentina soberana, edificada según su Constitución e integrada por ciudadanos soberanos, la votación del domingo trajo malas noticias. Sin caer en la superstición de que el pueblo nunca se equivoca, su resultado debe encerrar sin embargo alguna pepita de verdad, alguna lección aprovechable.

Una observación repetida hasta el cansancio en los análisis pre y post electorales es la que argumenta que la oposición al kirchnerismo se presentó desunida. El argumento es matemáticamente equivocado y políticamente falaz: ya hemos tenido en el pasado alianzas improbables que naufragaron a poco de zarpar.

Y, por otra parte, ¿cuáles hubiesen sido las alianzas razonablemente posibles? Por un lado los peronistas Eduardo Duhalde más Alberto Rodríguez Saa más Francisco de Narváez, y por el otro la UCR, el Socialismo y la Coalición Cívica. Ninguna de esas dos alianzas hubiese vencido al oficialismo. La cuestión debe estar en otro lado.

Una comprobación elemental apunta a la incapacidad del país, desde 1983 para generar una clase dirigente con la inteligencia suficiente como para entender cómo funciona el mundo en el siglo XXI, cuáles son los problemas críticos que afectan a la sociedad argentina, y cómo podría lograr una articulación beneficiosa con el resto de los países.

Los programas estratégicos, las propuestas capaces de enamorar a la ciudadanía y movilizarla detrás de “un proyecto sugestivo de vida en común”, la visión poderosa que estimula, hace soñar, e impulsa a postergar el interés personal para apasionarse por el destino compartido, estuvieron ausentes de la oferta electoral.

¿Qué ofrecieron Eduardo Duhalde o Ricardo Alfonsín, las dos figuras que asomaban como potenciales retadores de Cristina Kirchner? Absolutamente nada. Nada más que críticas al actual gobierno y promesas vagas de mejores modales o mayor capacidad de gestión. Palabras medidas, timoratas, calculadas para no espantar votantes.

¿Qué ofrecía Alberto Rodríguez Saa? Casas a noventa pesos y wifi (casi una promoción de supermercado), listas armadas a la disparada con algunos impresentables, y el hermano Adolfo como aspirante simultáneo en la provincia de Buenos Aires y en San Luis. Sobre la oferta fraternal se extendió una pátina de aventurerismo político difícil de disimular.

Duhalde, Alfonsín y Rodríguez Saa, con sus largas historias, propias o heredadas, representaban todos el pasado, y no sólo eso, sino lo peor del pasado: esa malhadada trampa de los dos partidos tradicionales, peronismo y radicalismo, que se vienen alternando en el poder y arrastrando al país en su decadencia.

Otra cosa distinta son Hermes Binner y Elisa Carrió. El santafesino logró sobresalir en la topografía plana de la oposición con una plataforma progresista (en serio) que por primera vez logra reunir a la centroizquierda en torno de una figura presidenciable con alguna dosis de credibilidad y experiencia de gestión.

La inconcebible deserción de Fernando Solanas debilitó en alguna medida el atractivo de la propuesta de Binner, pero no fue decisiva. El tiempo dirá si Binner emerge en el paisaje político argentino con solidez geológica o con fugacidad de médano, como ya ha ocurrido en el pasado con Carrió y el propio Solanas.

El saldo más penoso de la compulsa ciudadana es el que afectó a la Coalición Cívica, que por poco queda fuera de los comicios de octubre. “La intransigencia en valores o principios no suma votos”, dijo Carrió. “La gente me quitó el poder porque consideró que la representaban otras expresiones menos intransigentes con los pactos y acuerdos”.

Sin embargo, fue esa intransigencia la que le permitió crecer políticamente a lo largo de la década pasada, y armar, como no lo hizo ninguna de las figuras políticas surgidas luego de la crisis del 2001, una fuerza de alcance nacional con altos niveles de aprobación, incluso en alianza con radicales y socialistas que luego buscaron otros rumbos.

No fue la falta de alianzas lo que perjudicó a Carrió sino su visión del momento político. Su partido tiene un programa de gobierno inteligente, abarcador y atractivo, y muchas de sus propuestas han sido apropiadas y tergiversadas por el oficialismo. Pero Carrió no lo dio a conocer, no lo puso en el centro de su mensaje a los votantes.

Basó su campaña en la crítica y la denuncia, creyendo capturar y expresar así el hartazgo social con el kirchnerismo. El hartazgo con los estilos y prácticas del oficialismo es real, pero no es el único ingrediente de la relación entre el electorado y Cristina, como lo prueba el 50 por ciento de aprobación que cosechó la presidente.

Carrió prometió no abandonar la política y apoyar a sus candidatos en octubre. Debería superar el desaliento y redoblar el esfuerzo. Un triunfo abrumador del kirchnerismo necesita en el Congreso el tipo de control que garantiza la Coalición Cívica, sólo en parte Binner, y no garantizan en modo alguno ni Alfonsín ni Duhalde.

Respecto de Cristina Kirchner lo primero que debe decirse es que su triunfo le pertenece por completo. No se lo debe al sindicalismo, ni se lo debe a los intendentes del conurbano, ni siquiera se lo debe al Partido Justicialista, al que humilló manejándole las listas en muchas jurisdicciones.

Su triunfo responde más bien a la mezcla de un relato fantasioso –la imaginaria epopeya de inspiración setentista que domina la retórica oficial pero carece de correspondencia en la vida real– con algunos planes de asistencia social y la distribución de billetes devaluados que sin embargo crean una sensación de bienestar entre la población.

Algunos describen ese voto con frases despectivas como “voto cuota”. Es cierto que la enorme mayoría del voto recogido por Cristina Kirchner no proviene de la inteligencia ni del corazón, sino del bolsillo, pero esto no lo desmerece en absoluto porque es normal, aquí y en cualquier parte del mundo, que la gente vote según sus intereses.

Muchos, muchísimos argentinos padecieron largos períodos de angustiosa zozobra cuando perdieron sus empleos a comienzos de la década pasada y tardaron años en recuperarlos, cuando pudieron hacerlo. A otros les llegó el salvavidas de un plan social, o la moratoria previsional que permitió a muchas amas de casa obtener su jubilación.

Esas personas atribuyen el cambio de su suerte al actual gobierno. Otras sienten que atraviesan un momento económico razonablemente tranquilo e incluso próspero, cosa que también atribuyen al actual gobierno. Las dos creencias son en buena parte erróneas, pero eso es irrelevante.

Esas creencias influyen decisivamente a la hora de emitir el voto, e inclinan al ciudadano hacia una actitud conservadora, tendiente a mantener las cosas como están, porque como están, según su perspectiva y más allá de la inflación, de la marginalidad y la pobreza persistentes, de la imposibilidad de acceder a una vivienda, están bien.

Todo indica que Cristina Kirchner va a ser reelecta sin problemas en octubre, con un respaldo popular de la magnitud anticipada por la elección primaria. En sus primeras declaraciones luego de conocidos los resultados, pidió humildad a los suyos y llamó al resto de las fuerzas políticas a la unidad. Las dos convocatorias son oportunas.

Para enfrentar los problemas que le aguardan en su segundo mandato –problemas económicos derivados de la situación internacional, problemas políticos derivados de la lucha por definir su sucesión– la presidente necesitará al mismo tiempo respaldo popular y unidad nacional
.
“Necesitamos la unidad de todos los argentinos –dijo el domingo por la noche–. No esperen de mí ninguna palabra que menoscabe, agravie u ofenda porque no vine a eso”. La presidente no se ha caracterizado hasta ahora por una excesiva coherencia entre sus palabras y sus hechos, pero corresponde abrirle una cuota de credibilidad. Que así sea.

–Santiago González

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4 opiniones en “Amén”

  1. Me permito recordarle que las promesas electorales del 2007 de la formula “Cristina, Cobos y vos” eran precisamente las mismas, de concordia y un camino hacia una mayor institucionalidad. Nada de eso ocurrió, y estamos a cuatro años ya.
    No solo nada de eso ocurrió, sino que el camino tomado es diametralmente opuesto al que pregonaba la parejita feliz de Cristina Elisabeth y Julio Cesar Cleto.
    Por si no fuera suficiente en 2009 luego de una paliza similar a ésta de las primarias, pero de signo contrario, se “tendieron puentes” a la oposición solo para pasar el vendaval de los primeros días. La oposición, como siempre, con tanta inteligencia como una ameba le siguió el juego y perdió la oportunidad de marcarle la agenda o al menos producir cambios para ir hacia la mentada “institucionalidad republicana”. Dos semanas después de recibir el cachetazo, el gobierno con Nestor Kirchner a la cabeza, estaba nuevamente haciendo de las suyas. Y la oposicion en off side.
    Hay que reconocerle mayor inteligencia a la presidente que a muchos de sus seguidores. Luego de las declaraciones post electorales de Fito Paez, Horacio González y Ricardo Forster, y teniendo en cuenta que estas primarias no tienen relevancia legal mas que para disminuir la cantidad de boletas en Octubre, hubiera sido un error inmenso declarar en la noche de la victoria de manera similar a los antes nombrados.
    La ciudadanía se ha manifestado en desacuerdo con las declaraciones de los tres “intelectuales” antes nombrados. Lejos de la actitud que solía tomar NK, la Presidente no redobló la apuesta con un discurso cargado de combustible, sino que con la mira en la elección verdadera adaptó su discurso a la moderacion y respeto por las opiniones ajenas que se le reclama tanto al gobierno como a sus seguidores.
    Me gustaría tener la pequeña cuota de esperanza que presumo en su último párrafo, pero la historia de los últimos ocho años, y sobre todo de los últimos cuatro me hacen pensar que el discurso de la noche del domingo está basado mas que nada en la alegría de un resultado mas abultado que el esperado y la necesidad de no incendiar lo que no es necesario incendiar, al menos hasta el 23 de octubre a la noche.

  2. Al parecer, Argentina es un país de extrema labilidad. Y sí, se vota con el bolsillo.
    Tal vez exista diferencia entre los diversos países latinoamericanos. O no?

    1. Me parece que en todas partes, excepto en circunstancias nacionales excepcionales, se vota con el bolsillo. La diferencia está en que algunos pueblos saben distinguir entre los billetes reales y los billetes de cotillón. Gracias por su comentario.

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