Laberintos políticos

Alianzas como los que ahora acercan a radicales y coaligados se proponen como novedades pero huelen a resabidas componendas electorales.

La Unión Cívica Radical y la Coalición Cívica han dado esta semana el primer paso hacia la constitución de un frente electoral antioficialista con vistas a las elecciones del año próximo, al que ya se habían acercado los cordobeses que lidera Luis Juez y al que se espera atraer al socialismo que tiene su figura de referencia en el santafesino Hermes Binner.

Estos contactos dibujan un espacio que podría describirse a grandes rasgos como socialdemócrata, espacio en el que al menos idealmente se ubican en su gran mayoría las clases medias del país, no solamente urbanas, y que desde hace demasiado tiempo espera una representación política clara y explícita.

Que no la haya tenido hasta ahora es primordialmente responsabilidad del radicalismo, cuyo posicionamiento en el espectro político nacional lo ubicaba precisamente en esa zona, pero que por la persistente y malsana influencia del alfonsinismo, terminó polarizándose en su interior al punto de expulsar a figuras como Elisa Carrió y Ricardo López Murphy.

La mera fotografía en grupo de los integrantes de la “coordinadora” durante la reciente convención radical en Córdoba provocaba escalofríos, al evocar los pactos, las alianzas, y los tortuosos enjuagues de todo tipo que brotaron de su seno, justificados siempre mediante alambicadas especulaciones estratégicas tan típicas del progresismo.

A nadie sorprende que hayan sido los alfonsinistas los que primero pusieron el grito en el cielo cuando el presidente del radicalismo Gerardo Morales le tendió la mano a Carrió. Incluso indujeron a Raúl Alfonsín a escribir una carta pública para aclarar que él no había bendecido ese encuentro como se decía por ahí.

El radicalismo, como se ve, dista de ser un territorio homogéneo, y mucho va a tener que trabajar Morales para sacar estos acuerdos adelante. Los alfonsinistas lo resisten por esas manías ideológicas y de poder que les son habituales, otros porque ven peligrar la esperanza de colocar sus nombres en lugares privilegiados de las listas, y otros porque esa costumbre de Carrió de denunciar la corrupción sin pelos en la lengua les provoca cierta aprensión.

Quedan los socialistas, que son menos pero no menos quisquillosos. Y además tienen mala suerte: Binner gobierna una provincia, una de las más afectadas por la crisis para peor, y necesita dar pasitos de bailarín para ser opositor sin malquistarse con el gobierno central. En la capital, Roy Cortina no parece tener problemas de convivencia con el oficialismo. Todos contribuyeron sin complejos a confiscar los fondos jubilatorios privados.

En esto, ¡horror!, tengo que darle la razón a Leopoldo Moreau: los socialistas votaron con el gobierno la estatización de las jubilaciones, y la Coalición Cívica y los radicales votaron con el Pro contra el proyecto, y ahora radicales, coaligados y socialistas pretenden unirse en un frente. Nunca falta algún aguafiestas que se percata de estos detalles.

En donde las cosas lucen mucho peor es en el ámbito de lo que los analistas gustan llamar centroderecha: allí Mauricio Macri es el único que ha logrado acumular capital político, y sabe que tiene que invertirlo para que no se le devalúe. Pero estos son tiempos difíciles y los riesgos son mayores que lo normal.

López Murphy es un llanero solitario, y para peor con exigencias. Más interesantes parecen Francisco de Narváez y los “peronistas disidentes” acaudillados por Eduardo Duhalde. Pero Macri sabe bien que ni los reyes magos ni los peronistas disidentes existen, y que peronismo hoy por hoy es una marca muy devaluada como para considerar una fusión.

El Pro parece condenado a ir solo a los comicios, o por lo menos a elegir con extremo cuidado a sus aliados si no quiere perder identidad, y credibilidad.

Uno de los problemas críticos del ordenamiento político argentino ha sido la falta de una representación explícita, clara, convencida y convicente, de las posiciones liberales, que defienda con parejo énfasis la libertad de mercado y las libertades individuales, y como esqueleto y garantía de ambas una sólida institucionalización del país.

Curiosamente, esas ideas estuvieron presentes y alimentaron el proceso de nuestra independencia y organización nacional, pero pocas veces a lo largo de la historia sirvieron de base a la formación de un partido político, que en la proximidad de nuestro bicentenario ya debiera tener su doctrina y su tradición.

Nuestros sedicentes liberales sólo se han preocupado por asegurarse las libertades económicas, y ni siquiera eso, mientras que las libertades civiles les importaron muy poco. Nunca se ocuparon de formar un partido político porque les resultaba más fácil recurrir al golpe de estado, o a la cooptación de algún partido existente (alvearismo, menemismo).

El Pro ha sido el primer intento sostenido, y electoralmente exitoso, de proponer al electorado una plataforma liberal. Y en este momento, si bien se mira la foto, parece haber más coincidencias entre la Coalición Cívica y el Pro que entre la Coalición Cívica y el radicalismo en su conjunto; mayores puntos de contacto entre, digamos, una Patricia Bullrich y un Federico Pinedo.

Y, por otro lado, se advierten mayores coincidencias con el radicalismo entre los ex aristas que abandonaron a Carrió, como Carlos Raimundi o Eduardo Macaluse.

Entonces aquí hay algo que no funciona. ¿Por qué Carrió no encuentra un terreno común con Macri, sabiendo que sus fuerzas tienen ante sí un espacio político vacío, e incluso un planteo programático con el atractivo de lo inédito? Dicho de otro modo, ¿por qué, después de su desplazamiento hacia la centroderecha, que justamente provocó deserciones como las de los nombrados, Carrió vuelve hacia la centroizquierda?

Tal vez haya profundas convicciones personales, tal vez sea sólo una cuestión de ambiciones. Carrió quiere ser presidente, sabe que el radicalismo no tiene una figura para proponer y aspira a ocupar ese lugar, después de limar prolijamente a Julio Cobos como ha venido haciendo desde el voto no positivo. Una alianza con el Pro la enfrentaría con Macri, que también quiere ser presidente.

En definitiva, alianzas y agrupamientos como los que ahora acercan a radicales y coaligados se proponen a la ciudadanía como novedades, pero en realidad huelen a viejo, a resabidas componendas electorales. Esta película ya ha sido vista tantas veces que el celuloide está surcado de rayas, y las imágenes saltan en la pantalla.

Los espacios políticos no tienen límites bien definidos, los mensajes se parecen sin ser iguales, las figuras saltan de un lado a otro sin que los ciudadanos puedan hacerse una idea clara de cuál es su rumbo, y cuál es el rumbo que les proponen.

Estos son los laberintos de los que la clase política no acierta a salir. Y cuando las papas queman, escapa por arriba.

En helicóptero.

–Santiago González

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2 opiniones en “Laberintos políticos”

  1. Qué interesante planteo. Más interesante aún es que estos laberintos sean tan parecidos a los actuales. Los radicales aprendieron la lección sobre la arrogancia cuando el PS le ganó por ocho puntos a Alfonsín en el 2011. Ahora hacen alianzas hasta con el frente renovador de la permanencia.

    Por supuesto que, si gana algún opositor, será necesario algún acuerdo con Binner, Cobos, Massa, De La Sota y Macri para asegurar la gobernabilidad de un país dividido y arruinado, rebosante de pesos inconvertibles. Pero si siguen dominados por una mentalidad perdedora y, al buscar “la alianza más amplia posible” pactan impunidad, lo único que harán será el “ajuste” funcional al kirchnerismo para que vuelva en el 2020 para terminar con la misión camporista de la dominación total. Sin justicia y libertad no quedará otra opción que el exilio para los que queremos crecer y desenvolvernos con tranquilidad en nuestras respectivas profesiones, acompañados de nuestros seres queridos.

    Nada de esto tiene valor para los que construyen poder con la droga. Si esta alianza supuestamente republicana no define sus objetivos desde adentro y los ejecuta con firmeza y responsabilidad, las nuevas generaciones no tendrán recuerdo de un país con cultura moral y volverán a naturalizar el fascismo.

    1. “Las nuevas generaciones no tendrán recuerdo de un país con cultura moral”. La posibilidad es tan real como estremecedora. Gracias por su comentario.

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