La vuelta del viejito amarrete

La reforma impositiva propuesta por el ministro Nicolás Dujovne y su equipo se parece mucho al jueguito de las tres cáscaras de nuez y el garbanzo tan diestramente manipulado por los truhanes callejeros: las mueven tan rápidamente de un lado a otro que nos es prácticamente imposible recordar debajo de cuál había quedado la semilla. En el planteo oficial, los impuestos saltan de un lado a otro, suben aquí, bajan allá, y ya no sabemos qué pasará con nuestros bolsillos. La cosa sería cómica si no fuera trágica: todo este juego de prestidigitación esconde una transferencia de recursos de los agentes económicos más débiles hacia los más fuertes, mientras el Estado se resiste como gato entre la leña a recortar sus gastos, incluso los más escandalosos. Los voceros oficiosos del gobierno, o el periodismo militante, como se prefiera, están tratando de instalar en la opinión pública la idea de que la culpa del déficit fiscal no la tiene un Estado omnívoro y glotón, sino a) los jubilados, que ganan mucho, como bien saben los hijos de jubilados, y b) los depositantes de plazos fijos, que no pagan impuestos por la renta negativa que reciben sus ahorros, negativa porque es siempre inferior a la inflación. Los jubilados componen el sector más indefenso de la sociedad, por el simple hecho de que ya no tienen fuerzas ni recursos para defenderse, y los depositantes de plazos fijos componen el sector más débil de la escena financiera, carentes de conocimientos, oportunidades o voluntad para buscar instrumentos más refinados y rendimientos efectivos. Muchas veces, jubilados y depositantes de plazos fijos son las mismas personas, esos “viejitos amarretes” que tanto molestaban a la ex presidente. –S.G.

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