El escritor y diplomático Abel Posse, nuevo ministro de educación de la ciudad de Buenos Aires, escribió cuatro verdades en un artículo para el diario La Nación –entre las muchas verdades que ha venido escribiendo en los últimos tiempos– y la jauría progresista se le fue encima con espumosa rabia.
Un columnista recordaba en estos días una frase del poeta Mario Trejo: “La palabra perro no muerde, el que muerde es el perro”. Los progresistas viven en un mundo de palabras, y para ellos la palabra perro muerde. No condenan a Posse por sus hechos, sino por sus palabras. Palabras que, a juzgar por su furiosa reacción, les resultan insoportables.
En los diarios y en las radios, en la televisión y hasta –¡ay!– en la universidad, el elenco estable de pregoneros progresistas se unió en una sola voz para condenar las opiniones de Posse. Incluso el guitarrero quilmeño Aníbal Fernández les dedicó una sentida payada. Ninguno pudo refutarlas racionalmente.
Cuando se anunció que Mauricio Macri le había ofrecido la cartera de educación en la ciudad, Posse era un desconocido para los progresistas que escriben los despachos y arman los noticieros: algunos lo describían vagamente como “una personalidad de la cultura”, otros como embajador, y unos pocos como escritor. Uno lo llamó “Aldo Posse”.
Pura haraganería, ignorancia, mala praxis periodística: una búsqueda de segundos por Internet permite conocer que Posse es autor de una docena de novelas –por las que recibió premios aquí y en el exterior– y media docena de libros de ensayos, amén de haber sido diplomático de carrera y embajador en Praga y Lima.
Pero bastó que al día siguiente del nombramiento, La Nación publicara su artículo “Criminalidad y cobardía” para que el progresismo le trazara un prontuario caprichoso y falaz como “servidor de la dictadura”, “misógino” y “fascista”, justamente a alguien cuya primera novela fuera censurada en España por el franquismo.
En su nota, Posse acusa al gobierno de “demoler el básico esquema constitucional de orden público y de ejercicio de la fuerza exclusiva del Estado para cumplir con la misión esencial de reprimir (que, según la Real Academia, significa ‘contener, refrenar, templar o moderar’.) Reprimir es obligación del Estado en cuanto ‘contención en acto del delito inminente’.”
“Impusieron la visión trotskoleninista de demoler las instituciones militares y la policía –agrega Posse–, como vengándose de los años setenta, cuando una minoría se alzó contra el Estado para imponer una revolución socialguevarista, ajena y aislada ante la inmensa mayoría, empezando por el mismo Perón, los sindicatos y los partidos tradicionales.”
La referencia a los setenta constituye una verdad histórica difícilmente rebatible. En cambio, me parece que Posse se equivoca al atribuir la destrucción de las nociones de orden, seguridad y defensa al actual gobierno y los “guerrilleros que lo rodean”: más bien, el gobierno está rodeado de ladrones, y los guerrilleros están ahí para disimular el robo.
Ese rechazo a todo lo que signifique policía y fuerzas armadas lo creó por reacción la propia dictadura militar, y luego se consolidó como doctrina en los años posteriores, por el predominio del progresismo declarativo en la prensa y en la política. El actual gobierno, es cierto, enfrenta las peores consecuencias de esa doctrina, sin hacer nada.
Posse fustiga a una justicia “refugiada y silenciosa”: “Muchos ‘garantistas’ pagaron su lujo humanista con los cadáveres humanísimos de ciudadanos honestos acribillados delante mismo de sus hijos o padres, mujeres violadas y decenas de policías que mueren sin afecto oficial ni el respeto debido a su profesión imprescindible y peligrosa.”
También cuestiona que “los mismos dirigentes de la oposición hablen a media lengua y se fuguen hacia la prevención educativa, la recuperación del joven delincuente y la inclusión social. Son escamoteadores del tema, que se refugian en la indispensable acción recuperatoria, rehuyendo la batalla central”.
Esa “batalla central” debe apuntar según Posse a restablecer el orden público. “La recuperación social y moral del delincuente es en todas partes (salvo en la Argentina) un episodio posterior al de desactivar su peligrosidad con la energía suficiente para que el representante del Estado y los ciudadanos o bienes amenazados no corran riesgos.”
Luego asienta Posse algunas de sus observaciones más insoportables para la feligresía progresista. “La Argentina piensa mal”, escribe. “Es el país que llega a la indefensión nacional para castigar a un ejército por hechos de hace cuatro décadas. Es el país que indemniza subrepticiamente a quienes participaron de un alzamiento contra el orden democrático. ”
Confundidos por el progresismo, dice el escritor, muchos “empiezan a creer que el orden es umbral de fascismo y la anarquía, saludable expresión de libertad. No imaginan que democracia implica un riguroso orden. Sin orden como primer valor, la democracia naufraga inexorablemente. Sea democracia socialista u organización liberal de la comunidad.”
Abel Posse concluye su artículo con la pregunta más inquietante: “¿Qué cantidad de poder tendrá que tener el futuro gobierno democrático después de la demolición institucional de los K y la anarquización, desjerarquización e indisciplina que van de la misma familia al colegio, a la universidad, y que cubre tantos aspectos de la vida comunitaria?”
El progresismo no gana elecciones en la Argentina, pero domina el espectro ideológico. Así ha podido imponer criterios “políticamente correctos” de pensamiento, y socavar silenciosamente las instituciones del país, justamente las que más protegen a los desposeídos: la seguridad, la educación, la defensa, incluso la familia.
Cuando comprueban que ése su único poder se debilita, que la sociedad los desoye reiteradamente, cuando se alzan voces razonables y persuasivas, con coraje intelectual y cívico, como la del embajador Posse, entonces reaccionan con furia e intolerancia: la palabra perro les muerde. Donde más les duele.
–Santiago González
Estamos en el camino de un peligroso pensamiento único. En relación con lo expresado por Posse, queda claro que el único fascismo es el que pide que ruede la cabeza de alguien porque no comparte su manera de pensar. El hecho de que en este caso sus detractores crean que están “del lado del bien” los expone estúpidos tal cual son.
El progresismo ha creado una nueva figura delictiva, el delito de opinión, para cuya represión cumple el papel de policía, fiscal, juez y jurado. Y cuidado con que se escape algún preso. Gracias por visitar este sitio.
Esta mañana escuche al Sr Posse dialogando con el periodista Tenembaum. Este Sr ataco fuertemente a Posse cometiendo el viejo pecado de la izquierda argentina de colocarse del lado de la verdadera derecha en contra de un peronista cabal. Jamas he leido un libro de Posse, pero todo lo expresado esta mañana es absolutamente correcto. Pedir orden no es ser fascista. Si el Sr Posse lee estas lineas debe saber que hay en este pais otros “dinosaurios” que pensamos lo mismo que él.
El propio Posse dijo que él sostenía lo que piensa la mayoría de la gente. Pero ocurre que los medios, o mejor dicho los progresistas que dominan el espectro de los medios, no reflejan lo que piensa la mayoría de la gente sino lo que piensan ellos. Gracias por aportar su comentario.