La juventud y el aborto

El otro día una jovencita me acusó en Twitter de alentar ideas de un “conservadurismo rancio”. El tema era el aborto, y no quise seguir la discusión porque para discutir se necesita calma, tiempo y espacio, y el ambiente Twitter no brinda ninguna de esas tres cosas. Me di cuenta de que era jovencita porque sus argumentos eran elementales, y de que estaba bien educada porque pocos usan la palabra “conservadurismo” y porque además me trató de usted, sospechando probablemente que yo pertenecía a otra generación: ¿de qué otro modo podía decir las cosas que decía? Al principio pensé que cada uno había ocupado en ese frustrado debate el lugar que le correspondía, por aquello de que “quien en su juventud no es de izquierda no tiene corazón, y quien en su madurez no es de derecha no tiene cabeza”. La naturaleza tiende a organizar bien las cosas, o mejor dicho las cosas tienden a organizarse naturalmente bien si se las deja en paz. Parece razonable que la juventud sea el momento de impugnarlo todo, en procura de mayor justicia, de mayor equidad, de mayor eficacia: en ese momento la energía desborda, y del mundo se conocen sólo los modelos ideales leídos en los libros. Y también parece razonable que la madurez sea el momento de hacer los libros a un lado y atender un poco más a la experiencia, para moderar el ímpetu renovador de los jóvenes, a veces meramente destructivo, y resguardar aquello que costó mucho edificar y para lo cual no se ofrecen reemplazos adecuados. Esta dialéctica generacional permite que la historia avance sin mayores dislocamientos, que obligarían a reinventar todo cada quince o veinte años. Pero había algo en la interpelación de la jovencita que me hacía ruido. La frase “conservadurismo rancio” ya era vieja cuando yo era chico, y no me atrevería a usarla ahora porque perdió todo significado. Esto me llevó a preguntarme de qué lado de la abortada polémica estaba entonces lo “nuevo”. Y más aún, ¿cómo podía ser que alguien joven, y por añadidura mujer, estuviese alegando a favor del aborto, que es lo mismo que decir a favor de la muerte y del derecho a matar? Yo ya había visto con espanto la foto de unas colegialas en ruidosa algarabía por el voto de los diputados a favor de la legalización, esto es la aberración de que quienes despuntan a la vida y a la capacidad de multiplicarla festejaran la posibilidad de troncharla en su mismo origen (ab orto). La matanza de los hijos siempre fue cosa de adultos –así está grabada en la matriz bíblica de nuestra cultura, como lo demostró hace tiempo Arnaldo Rascovsky–, y no conozco idea más conservadora que el malthusianismo. ¿De qué lado de la nonata polémica con mi anónima interlocutora estaba lo nuevo, lo progresista, y de qué lado estaba lo conservador, lo retrógrado, lo reaccionario? Allí me di cuenta de que el gran éxito de los promotores del nuevo orden mundial había sido instilar en la rebeldía juvenil el “conservadurismo rancio” y volcar a los jóvenes al partido de la muerte cuando sus manos naturalmente deberían portar la antorcha encendida y luminosa de la vida. Desde mediados del siglo pasado, cuando fue evidente que la medicina iba a salvar y prolongar muchas vidas, y que las mortíferas armas disponibles volverían imposibles las guerras generalizadas, los dueños del mundo temblaron ante la amenaza demográfica que inevitablemente se volvería contra ellos. Entonces comenzaron a promover el aborto en aquellos países del tercer mucho que no podían despoblar mediante las guerras y las enfermedades, como ha sido el caso del África subsahariana. En el proceso, advirtieron además que en sus propias sociedades la práctica del aborto iba a ser un negocio, y las “clínicas de fertilidad” y la subrogación de vientres otro negocio. Y que para que ambos negocios funcionaran necesitaban además promover el aborto y desalentar con mil y una regulaciones la adopción, que debería ser el destino natural de los hijos no deseados. Me gustaría que mi interlocutora desconocida pudiera leer esta nota y quizás darse cuenta de que cada vez que agita el pañuelito verde le está haciendo el juego a lo más retrógrado que existe en el planeta, a quienes buscan a toda costa mantener en pie un sistema que acentúa las desigualdades, que promueve la concentración del poder político y económico, que liquida las identidades y que conduce inexorablemente a la esclavitud. Me gustaría que advirtiera que el dinero -¿hay algo más conservador que el dinero?– fluye a manos llenas para solventar las campañas abortistas, y no al revés. Pero sobre todo me gustaría que la potencia revolucionaria de su juventud y de su condición femenina obraran como antídotos del veneno ideológico que le han inyectado. –S.G.

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