¿Derecha fascista o izquierda histérica?

Por Pat Buchanan *

Si los seguidores de Trump son realmente “una canasta de deplorables … racistas, sexistas, homófobos, xenófobos, islamófobos” y también “irredimibles”, tal como Hillary Clinton los describió ante un audittorio LGBT, ¿no merecen acaso el desprecio y el escarnio públicos? Así lo cree por lo menos una porción creciente de la izquierda norteamericana.

El viernes, unos camareros homosexuales del restaurante Red Hen en Virginia, horrorizados al comprobar que la secretaria de prensa de la Casa Blanca, Sarah Huckabee Sanders ocupaba una de las mesas, presionaron al chef para que llamara al propietario. Entre todos decidieron pedirle a Sanders y sus acompañantes que se retiraran. Cuando la noticia llegó a la costa izquierda, la legisladora Maxine Waters proclamó extática ante una multitud: “¡Dios está de nuestro lado!” No se detuvo allí. “Por eso, fijemos el rumbo –dijo Maxine–. Asegurémonos de hacernos notar en todas partes… Allí donde aparezca cualquiera de ese gabinete, en un restaurante, en una tienda, en una estación de servicio, hay que salir al frente y armar un grupo de apoyo, y correrlos, y hacerles saber que ya no son bienvenidos en ninguna parte.”

Aparentemente, la izquierda ya había recibido ese plan de operaciones.

La secretaria de seguridad interior Kirstjen Nielsen fue abordada y abucheada la semana pasada en un restaurante mexicano, y más tarde acosada por una turba frente a su casa. Al colaborador de la Casa Blanca Steven Miller le gritaron “fascista” mientras comía en Washington. A la procuradora general de La Florida Pam Bondi, la echaron de un cine. En junio del año pasado, el costado sombrío de la política izquierdista se volvió letal. James Hodgkinson, de 66 años y voluntario de la campaña de Bernie Sanders, abrió fuego contra legisladores del GOP que se entrenaban para el partido anual de béisbol con los demòcratas.. El jefe del bloque mayoritario de la cámara baja, Steve Scalise, resultó herido casi mortalmente. Si no hubiese sido por los guardaespaldas de Scalise, Hodgkinson pudo haber cometido una atrocidad en masa.

Y la atmósfera cultural se está volviendo tóxica.

El actor Robert de Niro logra en Hollywood que una multitud se ponga de pie al grito de “¡A la m… con Trump!” Peter Fonda dice que Barron Trump, de 12 años, debería ser encerrado junto con pedófilos. La comediante Kathy Griffin enarbola una imagen de la cabeza decapitada del presidente. Para sugerir lo que puede estar ocurriendo con los hijos separados de los inmigrantes ilegales, el ex director de la CIA Michael Hayden distribuye por las redes sociales una foto de la entrada al campo nazi de Auschwitz-Birkenau.

¿Qué nos dice todo esto acerca de la situación de los Estados Unidos en el 2018?

La izquierda, en el límite con la irracionalidad, desprecia a la triunfante derecha trumpiana y cree que compararla con los fascistas no sólo es legítimo, sino que demuestra que sus acusadores son la verdadera disidencia, moral, correcta y valiente, en estos tiempos terribles.

Los historiadores aseguran que estos estallidos de odio no tienen precedentes. Pero los tienen.

En 1968, la turbas insultaban a Lyndon Johnson, que acababa de aprobar todas las leyes sobre derechos civiles, aullando: “¡Hola, hola, LBJ, ¿a cuiántos chicos mandaste a la picota?” Tras el asesinato del doctor [Martin Luther] King, centenares de ciudades, incluida la capital, sufrieron saqueos e incendios. Las víctimas fatales fueron muchas. Hubo que llamar a las tropas y a la Guardia Nacional para restablecer el orden. A los soldados que volvían de Vietnam los escupían. Terroristas urbanos ametrallaban a los policías de calle. Las bombas y los atentados dinamiteros eran cosa de todos los días. Los campus universitarios debieron ser clausurados. En mayo de 1971, decenas de miles de manifestantes radicalizados arrasaron Washington con la intención de paralizarla.

Advertencia para los progresistas: el extremismo fue la razón por la que la izquierda perdería el futuro a manos de Nixon y de Reagan.

Pero aunque nuestra prensa pueda comportarse como si estuviéramos en 1968, no llegamos a ese punto, todavía. Aquello fue historia, esto es todavía en gran medida, una farsa.

Las comparaciones con la Alemania nazi son absurdas. ¿Alguien cree realmente que los centros que alojan a los hijos de los inmigrantes ilegales, manejados como lo son por los burócratas progresistas del Departamento de Salud y Servicios Humanos, se asemejan al Gulag de Stalin o a los campos de Hitler? Esa es una exageración desmesurada, nacida de la histeria y el odio.

Pensemos un poco. Hay dos millones de norteamericanos en cárceles y prisiones, todos separados de sus familias y de sus hijos. ¿Cuántas horas dedicó la televisión a mostrar los padecimientos de esos chicos?

El treinta por ciento de todos los chicos estadounidenses se crían en un hogar con un solo padre. ¿Cuántos programas especiales dedicó la televisión a los chicos separados durante meses, a veces durante años, a veces para siempre, de padres y madres que cumplen servicio en las fuerzas armadas y participan de misiones en el exterior en nuestras guerras interminables?

Debido al apoyo de los Estados Unidos a la guerra que los Emiratos y Arabia Saudí libran contra los rebeldes hutíes en Yemen, centenares de miles de niños enfrentan la amenaza del hambre. A esos chicos yemenitas no les sirven hamburguesas en los centros de día. ¿Cuántas cámaras de la televisión occidental registran su sufrimiento?

En materia de retórica de odio, de insultar a los políticos, de acallar a los oradores, la derecha no es inocente, pero la izquierda es infinitamente más culpable. Fue en los mitines de Donald Trump, no en los de Bernie Sanders, donde aparecieron los provocadores para encender las trifulcas. ¿Por qué? Porque si a uno le dijeron, y así lo cree, que sus opositores son fascistas, entonces sus reuniones no son merecedoras de respeto sino de perturbación. Y, tal como ocurría en los 60, si uno exhibe esa clase de rechazo se habrá hecho acreedor a la indulgencia de una prensa que celebrará su superioridad moral.

* Ex asesor de los presidentes Richard Nixon, Gerald Ford y Ronald Reagan, aspirante a la presidencia de los Estados Unidos en 1992 y 1996. Su último libro es Nixon’s White House wars: The battles that made and broke a president and divided America forever.

© Patrick J. Buchanan.
Versión castellana y notas © Gaucho Malo.

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