¿Tiene Occidente vocación de sobrevivir?

Por Pat Buchanan *

“Si uno es lastimosamente débil, el país se va a ver infestado por millones de personas, y si uno es fuerte, entonces no tiene corazón; el dilema es complicado: Yo prefiero ser fuerte.” Esto dijo el presidente Donald Trump cuando emitió la orden de no seguir separando a los niños de los padres que fueron atrapados cuando ingresaban ilegalmente al país. Los enemigos de Trump lo celebran como una victoria. Y sin embargo la cuestión sigue en pie.

Según la ley estadounidense, los adolescentes y los niños no pueden permanecer detenidos por más de 20 horas, y deben ser alojados en instalaciones menos restrictivas. Pero si los niños no pueden ser separados de los padres mientras esperan ser juzgados, entonces todos deberán ser puestos en libertad para mantener las familias unidas.

Volvimos al juego de “atrapar y soltar”.

Cuando esa esperada noticia llegue a América central, la corriente migratoria hacia el norte se convertirá en un río que nunca cesará de fluir.

La cuestión que se le plantea a los Estados Unidos y a Occidente puede formularse así: ¿Existe alguna manera liberal, progresista, cristiana, de sellar una frontera de 3.500 kilómetros, evitar que millones de migrantes la atraviesen ilegalmente, y mandar a los intrusos de vuelta por donde vinieron? ¿O la preservación de las naciones y los pueblos de Occidente requiere medidas que las sociedades izquierdistas de hoy deliberadamente se niegan a adoptar? ¿Acaso la supervivencia de Occidente como civilización exige una crueldad que Occidente ya no posee?

Pensemos en lo que hicieron nuestros padres para construir este país.

Los colonos ingleses trajeron unos 600.000 esclavos, limpiaron étnicamente a los indígenas, se unieron a sus primos en una guerra para expulsar a los franceses, y después se sublevaron y echaron a esos primos y reclamaron para nosotros todas las tierras hasta el Mississippi. Jefferson se aseguró el vasto territorio de la Louisiana pagándole 15 millones de dólares a Napoleón, que no tenía derecho a venderlo. Andrew Jackson expulsó a los españoles de La Florida, despachó a los cherokees por el Rastro de las Lágrimas, y le explicó al juez disidente John Marshall qué cosa podía hacer con sus disidencias. Sam Houston le arrebató Texas a México, “Jimmy” Polk se hizo del sudoeste y California mediante una guerra que Ulyses Grant describió como “la más injusta que jamás se haya librado”. Cuando el sur declaró su independencia, Lincoln le mandó un ejército de un millón de hombres para hacerlos cambiar de idea en un conflicto que cobró 600.000 vidas. William McKinley empeñó tropas y barcos de guerra para apoderarse de Puerto Rico, Hawaii, Guam y las Filipinas. Los pueblos indígenas no fueron consultados. “Dios me dijo que tomara las Filipinas”, declaró McKinley.

La conquista y colonización del Nuevo Mundo y la creación de los Estados Unidos y su ascenso al poder mundial exigieron actos de agresión y guerra de los que buena parte de nuestras élites se avergüenzan. Expresan su sentimiento de culpa derribando las estatuas de los hombres que perpetraron los “crímenes” que crearon los Estados Unidos. Pero de esas élites pude decirse sin temor a equivocarse que jamás habrían sido capaces de crear una nación como la nuestra.

Lo que nos remite nuevamente a las preguntas más amplias.

Mientras nuestros antepasados no habrían titubeado en hacer lo que fuese necesario para asegurar nuestras fronteras, no es seguro de que la presente generación tenga la voluntad necesaria para preservar a Occidente. Los progresistas pueden exhibir su superioridad moral mientras celebran la derrota de la política de “tolerancia cero”. Pero carecen de una solución para la crisis. A decir verdad, muchos ni siquiera creen que haya una crisis porque no se ven a sí mismos como pertenecientes a una tribu, nación o pueblo distinto, amenazado por una invasión sin precedentes desde el Tercer Mundo. Se consideran como pertenecientes a una nación ideológica, una nación de ideas, cuya misión es promover, predicar y enseñar a todos los pueblos el evangelio de la democracia, la diversidad y la igualdad.

Esta es la razón por la que el establishment fue repudiado en 2016. Se lo percibía como demasiado elitista, demasiado izquierdista, demasiado débil para asegurar las fronteras y rechazar a los invasores. “Si uno es de verdad, de verdad lastimosamente débil, el país se va a ver infestado por millones de personas”, dijo Trump el miércoles. ¿Acaso se equivoca?

Desde que concluyó la Guerra Fría con el colapso de la Unión Soviética, se ha vuelto evidente que la amenaza existencial para Occidente no viene de las divisiones rusas del zar Vladimir que regresan al Elba.

La amenaza existencial llegó desde el sur.

Hace medio siglo, Houari Boumedienne, líder de una Argelia pobre pero militante, proclamó según las crónicas ante las Naciones Unidas: “Algún dìa, millones de hombres abandonarán el hemisferio sur en dirección al hemisferio norte. Y no lo van a hacer en tren amistoso. Porque van a ir con la intención de conquistarlo. Y lo van a conquistar con sus hijos. El vientre de nuestras mujeres nos dará la victoria.”

Esta es la crisis existencial de Occidente.

Por eso Trump pretende construir un muro, rechazar a los intrusos, y recuperar a Vladimir Putin para el campo occidental, al que Rusia pertenece. Por eso el nuevo régimen populista de Roma impide que los barcos cargados de refugiados toquen tierra en Italia. Por eso Angela Merkel es el rostro del ayer, y Vikton Orban el del mañana.

* Ex asesor de los presidentes Richard Nixon, Gerald Ford y Ronald Reagan, aspirante a la presidencia de los Estados Unidos en 1992 y 1996. Su último libro es Nixon’s White House wars: The battles that made and broke a president and divided America forever.

© Patrick J. Buchanan.
Versión castellana y notas © Gaucho Malo.

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