“Muchos creemos percibir la difusión de una desesperanza, de un desánimo social, un desencanto con las formas democráticas, un cinismo social que, como los depredadores en infortunios impuestos por la naturaleza, aprovechan la desgracia ajena para medrar. Pero eso que nos ocurre, los fenómenos en sí mismos y los que provocan esta desesperanza, no son una condena, son enfermedades del espíritu colecivo susceptibles de ser curadas, no con pociones mágicas que a la postre más envenenan que sanan, sino con el empuje que más de una vez ha permitido ejercer y acrecentar la energía de los mexicanos. No nos deslicemos a la desgracia. Menos aún caigamos de súbito en su abismo. Cada quien desde su sitio, sin perder sus convicciones pero sin convertirlas en dogmas que impidan el diálogo, impidamos que la sociedad se disuelva. No es un desenlace inexorable. Podemos frenarlo. Hagámoslo y con la misma fortaleza reconstruyamos la casa que nos albergue a todos, o erijámosla si es que nunca la hemos tenido” –Miguel Ángel Granados Chapa (1941-2010), periodista mexicano, al agradecer en el 2008 una distinción del Senado de su país. Sus palabras le caben puntualmente a la Argentina de hoy.