Zannini, el valido

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Una docena de muertos, unos 2.000 comercios devastados por saqueos, pérdidas millonarias, promesas salariales a las policías provinciales por encima de cualquier presupuesto, miles de empleados públicos en plan de batalla para conseguir aumentos del mismo rango, un jefe de gabinete severamente desacreditado a poco de asumir y varios gobernadores en serios problemas fue el saldo que arrojó la desdichada decisión de negarle a Córdoba el auxilio de la Gendarmería para asegurar el orden mientras negociaba salarios con la policía en huelga.

Todas las fuentes señalan como inspirador de esa brillante táctica al furtivo secretario legal y técnico de la presidencia Carlos Zannini. Desde la muerte del ex presidente Néstor Kirchner, y a pesar (o a favor) de su escasa visibilidad, Zannini ha sido una de las figuras más importantes del gobierno de Cristina. Junto a Máximo, el hijo mayor de la mandataria, conforma el reducidísimo círculo de confianza que la asiste en la toma de decisiones. Es tiempo entonces de poner el foco en la figura de este hombre, cuyo poder ha crecido desde la enfermedad de la presidente.

Al igual que Julio de Vido, Zannini ha acompañado la carrera política de los Kirchner desde que Néstor llegó a la intendencia de Río Gallegos en Santa Cruz, donde todos se conocieron. A lo largo de los años, y pasando de la intendencia a la gobernación y de la gobernación a la presidencia, ambos hombres han cumplido funciones bien diferenciadas: mientras De Vido fue el encargado de mantener abastecida la caja política, a Zannini le cupo la tarea de proteger la acumulación de poder por parte del matrimonio, dotándola de los instrumentos y recaudos legales necesarios, e incluso manipulando a discreción juzgados y fiscalías.

Obsesionado por el dinero como era, Néstor siempre se llevó mejor con De Vido. Cristina, en cambio, prefirió el diálogo con Zannini. Este cordobés elocuente y mesurado, de formación y militancia juvenil maoista, abogado de buena prosa, se le presentaba como un hombre de ideas. Y a Cristina le gustaron siempre las ideas, la discusión política, las apasionadas asambleas estudiantiles en La Plata que le habían revelado un mundo impensado, incluida su propia capacidad para la controversia. Néstor y Cristina veían en Zannini a un hombre culto, que sin embargo no los intimidaba y que les demostraba fehaciente lealtad.

Zannini fue ocupando la clase de cargos públicos desde los cuales podía brindar sus servicios al matrimonio: secretario de gobierno de la municipalidad de Río Gallegos, ministro de gobierno de la provincia de Santa Cruz, legislador y jefe del bloque de diputados cuando Cristina vino a Buenos Aires, al Congreso Nacional, y finalmente titular del Superior Tribunal de Justicia. Néstor ya tenía problemas con la justicia provincial, y había destituído ilegalmente al procurador general Eduardo Costa.

Pero por detrás y por encima de los cargos formales, Zannini cumplia otras funciones. En Santa Cruz dicen que así como Néstor era el ejecutor infatigable, el “Chino” era el cerebro del grupo, el que con perfil bajo y desde una posición deliberadamente secundaria trazaba la estrategia que les permitía ir conquistando y ampliando su poder, dominando las legislaturas y avasallando la justicia. Esas cualidades pasarían a primer plano a partir del 2003, cuando, de la mano de Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner se lanzó a la conquista de la presidencia de la nación.

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A diferencia de Cristina, que se había hecho fama de aguerrida polemista legislativa, en defensa de lo que entonces se denominaba “nueva política” y en contra de las prácticas tradicionales del peronismo (“pejotismo”, decía ella), Néstor era prácticamente un desconocido en Buenos Aires, que es lo mismo que decir un desconocido en todo el país. Al parecer por sugerencia de Zannini, lograron que Jorge Lanata entrevistara casi semanalmente al matrimonio en su programa Día D, mediante enlaces satelitales con Santa Cruz, e incluso llevara al piso a Néstor para un reportaje sin complicaciones con público presente.

Lanata instaló a los Kirchner en el imaginario del progresismo porteño como alternativa al detestado Carlos Menem que amenazaba con volver. Desde ese mismo programa los Kirchner lanzaron una fantasiosa denuncia en la que se describieron como perseguidos por la SIDE, encabezada en ese momento por Carlos Soria. Esa jugarreta de la victimización la iban a emplear muchas veces en el futuro, y una vez más las fuentes atribuyen su creación a la rica imaginación del abogado cordobés. En los tribunales santacruceños todavía recuerdan el “estilo novelado” de sus escritos.

Néstor ganó las elecciones con algo más del 22 por ciento de los votos, lo que le obligó a dedicarse casi de inmediato a la tarea de construir una base de poder propia. Durante el menemismo, Kirchner había sido un gobernador perfectamente alineado y un cavallista devoto, pero en el 2003 esas virtudes no cotizaban en el mercado. Pero ante la buena recepción lograda entre el público de Lanata, Zannini inventó la fábula del matrimonio militante de los setenta y su compromiso nacional y popular, jamás corroborada por documento alguno. La idea resultó exitosa, y de ahí en más Zannini, aparte de cuidar la prolijidad de los decretos de necesidad y urgencia, fue el guionista del modelo.

Los que dicen conocer, aunque sea de oídas, la intimidad del grupo, aseguran que Zannini escribió los pocos discursos formales de Néstor Kirchner. A juzgar por el deleite con el que el “Chino” suele citar el mensaje inaugural del ex presidente, es probable que al menos ése haya salido de su pluma. Como quiera que hayan sido las cosas, lo cierto es que Néstor se encontró finalmente con un equipo finamente aceitado: De Vido asegurando la provisión continua de bolsos con dinero, y Zannini alimentando el relato encubridor. El progresismo vernáculo se les entregó en cuerpo y alma, y los “trabajadores de la cultura”, tan espontánea como interesadamente, le aliviaron el trabajo a Zannini.

Según quienes los han visto actuar desde los días de la modesta unidad básica “Los muchachos peronistas” donde unieron sus destinos en Santa Cruz, toda esa perversa inteligencia que el kirchnerismo ha desplegado desde su llegada al poder, y también sus grandes errores políticos como el que desencadenó los saqueos, deben atribuirse al secretario legal y técnico. Kirchner aportaba su voracidad por el poder y el dinero, Cristina su vedetismo y su arrogancia magisterial, pero la capacidad para mantener la iniciativa, para generar conflictos e inventar enemigos, para crear maniobras de distracción, para elegir adversarios, para anular a la oposición a lo largo de diez años, para recuperarse de caídas aparentemente definitivas, se deben al genio de Zannini.

Su nombre está asociado a la creación de las principales agrupaciones políticas con las que el kirchnerismo quiso responder a la consigna peronista según la cual sólo la organización vence al tiempo. Desde Compromiso K, que fundó junto al chofer Rudy Ulloa Igor, pasando por La Cámpora, donde estuvo acompañado por Máximo Kirchner, hasta Unidos y Organizados, Zannini procuró encauzar orgánicamente el apoyo a sus comitentes. Pero partió de la idea errónea aunque entrañablemente kirchnerista de que todo es cuestión de plata, y nunca pudo superar el nivel de la militancia rentada.

El antiguo afiliado de Vanguardia Comunista ganó una cuota más de poder cuando Cristina llegó a la presidencia, habida cuenta del buen entendimiento que existía entre ambos. A diferencia de Néstor, mucho más pragmático, Cristina era más permeable a la prédica ideológica. El “Chino” había encontrado además la manera de hacerle creer que las ideas se le ocurrían a ella, y que él era su simple intérprete. Zannini pudo anunciar entonces que con Cristina se iniciaba un periodo de “mayor densidad política”, en otras palabras: menos pragmatismo y más ideología.

Pero cuando Zannini habla de los Kirchner en realidad habla de sí mismo. Algo le estaba pasando al cordobés. El relato funcionaba tan bien que él mismo empezó a entusiasmarse, a tomárselo en serio, a revivir sus años maoístas. Confesó que en el espejo su propia imagen de niño lo interpelaba, le preguntaba qué había hecho con su vida (más que servir a los Kirchner). Entonces empezó a concebir, seriamente, la idea de “cambiar el paradigma” de la Argentina, como dice cada vez que quiere evitar decir “hacer la revolución” socialista. Por el momento, ese proyecto, debía pasar necesariamente por Cristina.

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La influencia de Zannini sobre la presidente encontraba un dique natural en la figura de Néstor Kirchner, que rápidamente descartaba de un plumazo cualquier noción ajena a sus intuiciones políticas inmediatas. Por lo mismo, esa influencia se multiplicó desde el momento en que el dique estalló. El “Chino” conservó el lugar de hombre de confianza de la familia, de miembro ineludible del círculo íntimo de toma de decisiones, acompañó a la viuda de Kirchner en su dolor, le brindó el reaseguro de su serenidad y sus palabras, se convirtió en su interlocutor privilegiado, literalmente envolvió a la mandataria con el abrigo persuasivo de su hablar pausado.

La enfermedad de la presidente lo dejó virtualmente a cargo del ejecutivo, aunque Amado Boudou ejerciera formalmente esas funciones. Zannini tuvo un papel decisivo en el trazado de los cambios que acompañaron el regreso de Cristina a la escena pública, pero no logró todo lo que se proponía: la presidente rechazó al entrerriano Sergio Urribarri como jefe de gabinete, y optó en cambio por Jorge Capitanich. Cristina sabe que la economía está en problemas y necesitaba en el cargo a alguien como el chaqueño con cierto conocimiento de las cosas. Zannini no tiene la menor idea de las cuestiones económicas, ni le interesan demasiado, ya que su “paradigma” sólo incluye la economía centralizada y dirigida.

El escritor Jorge Asís lo llama “el cenador”, porque todas las noches come en Olivos con la presidente y discute con ella las tácticas y las estrategias, la instala en el mundo de ideas, de batallas épicas, de sacrificios heroicos, de entregas desinteresadas, de gestas nacionalistas y populares del que a Cristina le gusta sentirse reina. De esas conversaciones, de esa voluntad compartida por “cambiar paradigmas” (voluntad literaria, ficcional, autosatisfactoria, entiéndase) nacieron todas las decisiones que vienen marcando el acelerado fracaso del segundo mandato presidencial, incluidas las que precipitaron la caída electoral en octubre y la oleada de rebeliones policiales y saqueos en las provincias en diciembre.

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Zannini se ha transformado de hecho en lo que la teoría política llama en nuestro idioma un valido, un hombre de confianza que gobierna informalmente desde las sombras. La figura del valido tuvo su auge entre las monarquías hispánicas más autoritarias, con cuotas enormes de poder concentradas en la corona. Cuando el rey no puede, no quiere o no sabe gobernar la figura del valido asoma casi espontáneamente. En nuestro país la hemos visto aparecer en dos momentos en que un presidencialismo absoluto se combina con un presidente débil o enfermo: José López Rega en tiempos de Perón e Isabel, y Carlos Zannini en tiempos de Cristina.

El destino de los validos es incierto, y depende de su relación con el gobernante al que sirven: históricamente, la mayoría ha terminado mal. Cristina, golpeada por la muerte de su esposo, acosada por la debilidad de su salud, desbordada por los problemas gestados a lo largo de una década de desgobierno, ¿seguirá reclinando su voluntad sobre el hombro amistoso y convincente de Carlos Zannini? ¿Tendrá las fuerzas necesarias para tomar en sus manos las riendas del gobierno? ¿O buscará refugio entre las complacientes fantasías de la revolución imaginaria que le relata su hombre de confianza?

–Santiago González

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3 opiniones en “Zannini, el valido”

  1. “Pero partió de la idea errónea aunque entrañablemente kirchnerista de que todo es cuestión de plata, y nunca pudo superar el nivel de la militancia rentada”.
    He vuelto a leer su análisis de este tipo tan extraño, y tan poco extraño para nosotros. Cada vez que habla en público se emociona… Es patético.
    Toda su vida entregada a la “causa” de un matrimonio de ambiciosos y codiciosos. Perón nos dejó a López Rega; los Kirchner nos dejan a este intrigante…
    ¿Porqué lo entregó, Cristina, a la luz del día?
    La gente egocéntrica como ella, no puede tener descendencia política, y no la tiene. El hijo no lo es.
    Lo que hizo con Scioli y Zannini es una amalgama inestable, no una complementación.
    Espero que unos cuantos se den cuenta que – aún con lo pálidos que se ven los grupos de la oposición – la propuesta K no es una propuesta: es el resultado de la mala fe entre Scioli y Cristina, que considera que los simpatizantes son ganado, ovejas que siguen un sonido y un señuelo.
    Pero esos dos, como señuelo, no son creíbles: son dos simuladores.

  2. Impresionante retrato. Hasta cierto punto, se trata de cosas que “se conocían”; por los interesados, al menos. Pero ponerlas en orden y en perspectiva histórica es un salto cualitativo, que pasa de la imagen nebulosa de Zannini a una imagen bien dibujada contra un fondo turbio y complicado: ese emerger interminable de políticos conservadores u oportunistas disfrazados de revolucionarios.
    No conocía la palabra “valido”. Supongo que se acentúa en la “i”.

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