Iglesia y pobreza

En el marco de las celebraciones de este 25 de Mayo, varios monseñores utilizaron el púlpito para ocuparse del acuciante drama de la pobreza. La preocupación es comprensible, porque según cifras oficiales 30 por ciento de la población del país se encuentra por debajo de la línea de pobreza, y la proporción aumenta cuando se restringe la estadística a jóvenes y niños. Lo que es menos comprensible es el escenario elegido para ventilar esa preocupación: expresada en la cara de las autoridades nacionales y provinciales, parece culparlas directamente de la situación, o en todo caso eso es lo que entiende la mayoría de la gente. Una acusación semejante es falsa de toda falsedad, y los obispos lo saben perfectamente bien: conocen el estado en que el actual gobierno recibió el país, y tienen idea de lo difícil que es encontrar una solución a ese problema en el marco del actual ordenamiento institucional. Como saben que sus denuncias y lamentaciones van a ser leídas como críticas al actual gobierno, su comportamiento más o menos unísono parece más una operación política –vaya uno a saber si de inspiración local o vaticana– que una aflicción sincera por las penurias de los desposeídos. Si realmente la extensión de la pobreza les preocupa tanto, y andan en tren de atribuir responsabilidades, podrían volver la mirada a la década de 1960, cuando el nivel de pobreza no llegaba al 4 por ciento y la Iglesia promovía entre empresarios y militares los golpes de estado de derecha desde los Cursillos de Cristiandad, y apañaba entre los jóvenes las subversiones de izquierda con sus curas del Tercer Mundo y su Teología de la Liberación. Asfixiada en ese juego de pinzas, en el que la Iglesia tuvo todo que ver, la Argentina se precipitó a la situación que ahora acongoja a los purpurados. –S.G.

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