Un tuitero que firma Bushido escribió lo siguiente: “Los cristianos coptos fueron ejecutados uno a uno por no abjurar de su fe, ellos deberían ser los refugiados a los que ayudar y acoger.” Se refería a la matanza ocurrida en Egipto por obra de extremistas islámicos que desde hace tiempo hostigan a esa relativamente pequeña pero milenaria comunidad religiosa, con incidentes de asesinatos masivos incluidos. La observación de Bushido desborda sentido común: en el Occidente cristiano se escuchan muchas más voces solidarias con musulmanes perseguidos por otros musulmanes que con cristianos perseguidos por musulmanes; muchas más voces alarmadas por la islamofobia que por la cristianofobia. Aquí hay un problema de identidad dislocada, y el hecho no es casual sino deliberado. Toda la retórica progesista, izquierdista, liberal, socialdemócrata o como se la llame apunta a quebrar las identidades colectivas, desde la religión y la nacionalidad hasta la familia y el sexo (lo masculino y lo femenino) para producir un individuo aislado, sin anclajes ni puntos de referencia, sin pertenencia afectiva ni comunidad de valores, saberes y creencias, perdido en un magma de consignas confusas y cambiantes. Los cristianos ya no se reconocen entre sí como tales, ni se sienten comprometidos a acudir en socorro de otros cristianos; los argentinos no se reconocen entre sí como argentinos, los franceses como franceses, los hombres como hombres ni los hermanos como hermanos. Del barrio, la parroquia y la casa familiar pasamos al centro comercial y el monoambiente. El poder extraordinario que ha demostrado la internacional progresista para moldear los corazones y las mentes de las personas parece difícil de admitir hasta que uno se da cuenta de que sus acciones son cien por ciento funcionales a la internacional financiera, y que en ésta reside su fuente inagotable de energía. –S.G.