Hegemonías culturales

A lo largo de varios ensayos, la escritora Beatriz Sarlo instaló la noción de una supuesta hegemonía cultural del kirchnerismo. El señalamiento, que se apoya en algunos datos más bien folklóricos como una canción proselitista, un acto público, un programa de televisión, a lo sumo apunta a una intención, algo ingenua si se quiere, pero difícilmente a una realidad.

El kirchnerismo como política, modelo o cultura es una construcción imaginaria con los atributos típicos de lo efímero, un espectáculo teatral en el que nada es lo que parece, y cuya entidad se evapora al apagarse las luces. Si la protagonista decidiera imprevistamente no repetir la función, la plaza quedaría vacía y el viento se llevaría en jirones los telones de papel.

Su condición de posibilidad (su caldo de cultivo) poco tuvo que ver con el peronismo y mucho con la izquierda, con el llamado progresismo, que –éste sí– hegemónicamente domina, condiciona y asfixia la vida social, política, económica y cultural argentina. Sarlo se alarma ante el kirchnerismo cuando debiera reconocerlo, al menos, como un hijo de su propia entraña.

“Tengo, por primera vez –escribe Sarlo al comentar un candombe kirchnerista–, la sensación de que así se expresa una hegemonía cultural; no simplemente en el vago sentido de llamar hegemonía a cualquier intento de dirección de la sociedad, sino a una trama donde se entrecruzan política, cultura, costumbres, tradiciones y estilos”.

¿Por primera vez? Uno se pregunta en qué país ha vivido esta ensayista, una de las figuras más lúcidas de la izquierda vernácula. A tientas desde la caída del peronismo en 1955, pero con fuerza arrolladora desde la recuperación de la democracia en 1983, la izquierda domina el espectro emisor de mensajes sociales y moldea la mentalidad pública, el sentido común.

Cuando hablo de emisores de mensajes me refiero al sistema de educación pública, al espectáculo, y a los medios de comunicación, incluso los que se presentan como “liberales”; todos, en mayor o menor grado, sucumben al influjo de un pensamiento único, intolerante y belicoso, inequívocamente reconocible como izquierdista o progresista.

No es por casualidad que nadie con aspiraciones de ocupar posiciones de liderazgo social en la Argentina, en el campo que se quiera, se atreva a describirse como liberal o de derecha. Sería condenarse a la invisibilidad o la demonización, aún cuando liberalismo o derecha remitan a lugares perfectamente legítimos e incluso necesarios para la salud de cualquier democracia.

El inverosímil relato con el que el oficialismo construyó su fachada –detrás de la cual no parece haber más que negocios espurios– sólo pudo ser aceptado por una sociedad cuya mentalidad, cuyo sentido común, había sido acondicionado previamente por la izquierda, mal que les pese ahora a Sarlo, a Jorge Lanata, y a otros espantados por el monstruo que ayudaron a engendrar.

El vapuleado programa 6.7.8, por ejemplo, sintetiza y resume las prácticas habituales, sectarias, mentirosas y manipuladoras del periodismo progresista, formado en universidades y escuelas orientados por intelectuales progresistas, en los que se enseña que la objetividad periodística es un mito liberal de la prensa burguesa y el periodismo militante un valor ético en la profesión.

Ese programa de televisión, publicaciones como las que produce para el gobierno Sergio Spolski, el observatorio de medios de la Universidad de Buenos Aires, el premio dado a Hugo Chávez por la Universidad de La Plata, no nacieron de un repollo kirchnerista. Muchos de los responsables de esos casos extremos cuentan con largos años en la docencia o el periodismo.

La retórica progresista habitual de los programas radiales, principalmente los dedicados a los jóvenes, y las posiciones “políticamente correctas” que adoptan figuras del espectáculo y la cultura (para asegurarse presencia en los medios y contratos oficiales), contribuyen igualmente a tejer la siniestra “trama donde se entrecruzan política, cultura, costumbres, tradiciones y estilos”.

A muchas personas que creen de buena fe que el progresismo expresa sus aspiraciones de reivindicación social les sorprendería saber cuán funcional resulta la cultura hegemónica de la izquierda a toda esa economía prebendaria que se beneficia de los subsidios, los regímenes especiales, el proteccionismo, la inflación, las devaluaciones y los negocios con el estado.

No es para nada casual que Domingo Cavallo, el ministro que más luchó por sanear la economía, haya sido demonizado por el sentido común progresista hasta borrarlo de la escena política. Como ahora ocurre con Elisa Carrió, que a su manera persigue un parecido saneamiento, se lo tildaba de loco, exagerando en las caricaturas su mirada penetrante.

La hegemonía cultural de la izquierda construyó efectivamente el tablado sobre el cual el kirchnerismo montó su espectáculo. El oficialismo se apropió de la retórica progresista para legitimar y encubrir su “plan de negocios”, y terminó por banalizar y corromper los íconos más preciados y representativos de esa retórica, como por ejemplo los derechos humanos.

Ese cinismo institucionalizado no ha impedido a los progresistas apoyar al kirchnerismo, o trasvasarse a sus filas. Uno podría preguntarse, con la culposa inocencia de Ernesto Tenenbaun, ¿qué les pasó? No les pasó nada. El progresismo vernáculo pocas veces ha sido más que fascismo ilustrado, movido por el resentimiento social, con una amplia labilidad ética.

Los gestos desafiantes de Néstor Kirchner seguramente le habrán permitido a muchos izquierdistas canalizar alguna oscura necesidad de revancha. Y nunca hay que subestimar el poder que tienen la publicidad oficial, los cargos públicos, las generosas contrataciones, para adormecer la conciencia, buena o mala.

* * *

El concepto de hegemonía cultural, que Beatriz Sarlo puso en juego en sus análisis, se debe al marxista italiano Antonio Gramsci, y significa conducción u orientación del sistema de saberes, valores y creencias de una sociedad. Como resulta funcional a cualquier pretensión de ingeniería social, ha sido aprovechado tanto por la izquierda como por la derecha.

Gramsci sostenía que cada clase social tiene su visión del mundo, que organiza según su experiencia. Sin embargo, la clase dominante de alguna manera se las arregla para que su propia visión impregne las de las otras clases, con lo que logra naturalizar esa dominación y hacer que forme parte sin violencia de la mentalidad o sentido común de la época.

Como marxista, entendía que la historia era lucha de clases y que la revolución contra la clase dominante debía perseguir antes que nada la conquista de los corazones y las mentes de las personas. Por lo tanto, correspondía a los agentes culturales (maestros, periodistas, incluso sacerdotes) invertir el proceso y hacer de la mentalidad revolucionaria el nuevo sentido común.

Para tener éxito en la empresa, decía, es necesario apelar no a la coerción, sino a la persuasión y a la búsqueda de consensos, procurando integrar en la mentalidad hegemónica, incluso con astucia, aquellos valores, saberes y creencias de otras clases sociales que no entrasen en colisión directa con los presupuestos del sentido común hegemónico.

Tras el fracaso de los experimentos socialistas en todo el mundo, y el descrédito generalizado de la izquierda en las democracias occidentales, algunos pensadores post-marxistas, entre ellos Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, se acordaron de Gramsci y propusieron a los desorientados izquierdistas luchar por la hegemonía cultural, es decir por apropiarse del sentido común.

Este es el programa que la izquierda argentina ha cumplido al pie de la letra, con las consecuencias ya reseñadas. Las algarabías kirchneristas se inscriben en ese marco, y son apenas una variante circunstancial, bochinchera, colorida y guaranga, de la hegemonía cultural del progresismo, aunque esto no les guste a los progresistas más serios.

A Beatriz Sarlo, por ejemplo, no le gusta la manipulación y simplificación de la información que hace 6.7.8. Pero, ¿en qué difieren esas prácticas de las que son habituales en los medios progresistas, que liquidan complejas situaciones usando latiguillos con valor de axiomas como “el neoliberalismo de los 90”, “el genocidio de Roca”, o “la teoría de los dos demonios”?

Tampoco le gusta a esta (parafraseando a Doris Lessing) “buena progresista” la distancia que advierte entre el dicho y el hecho kirchnerista: “Gramsci, en sus Cuadernos de la cárcel, escribía que la hegemonía cultural debía apoyarse en cambios en los centros decisivos de la economía. Naturalmente, no estaba pensando en los subsidios”, refunfuñó Sarlo.

Otra académica reconocida, la socióloga María Pía López, también docente de la UBA como lo fue Sarlo, e inscripta en el riñón mismo del oficialismo, más que disgusto expresa “angustia y alarma” ante las batucadas culturales kirchneristas, especialmente cuando se las encara como batallas, porque tienden –dice– a banalizar la decisiva empresa de la hegemonía.

“La hegemonía tiene un doble latido: un corazón del conflicto y otro de la conciliación”, enseña López, y aporta toda una novedad para el progresismo argentino: “Construir hegemonía requiere traducir, también, la voz del otro, retomar sus valores o marchar hacia la construcción de lo común. Es el esfuerzo de la perspicacia comprensiva más que la obstinación combatiente”.

La malhadada muestra facciosa organizada por el gobierno en el Palais de Glace, donde un juego proponía a los visitantes atacar a pelotazos al “gorila” y otro emprenderla a escupitajos con personajes que disgustan al oficialismo, motivó las críticas más duras de estas dos profesoras, que exhiben una notable coincidencia de fondo.

“Con un gesto burocrático, que sólo puede hacerse desde una secretaría de Estado, no sólo se cuenta la historia argentina como epopeya de un único pensamiento nacional, sino que se banaliza el Mal que se quiere combatir”, escribió Sarlo. “El juego del gorila, se dirá, es un chiste; la escupida es como realizar un sueño imposible. Nada más significativo”.

“Son demasiados los precios que se pagan por la aceptación de esas imágenes bélicas”, observó por su parte López. “Ningún pelotazo acertado al gorila sustituye el ejercicio, profundamente político, de interpretar la época y procurar descifrar sus nombres”.

Lo que las dos observan es exacto, pero no debería sorprender. Cuando desde la cátedra se instila a Gramsci, Foucault y Laclau en la mente de un estudiantado semialfabeto como el que los institutos secundarios arrojan a la universidad, se obtiene kirchnerismo puro: la ley de medios de Gabriel Mariotto, los pelotazos al gorila, los escupitajos al que piensa distinto.

* * *

Más allá de estas críticas, estas dos “buenas progresistas” no tienen, por supuesto, disidencias mayores con la idea de instalar una hegemonía cultural izquierdista. A Sarlo le preocupa que los dislates kirchneristas terminen por arrasar al progresismo en su conjunto (algo bastante probable); López, creyente en el proceso kirchnerista, teme por la suerte de su fe.

“La hegemonía cultural no es siempre una marca autoritaria”, afirma Sarlo con sorprendente desenvoltura. “Es posible pensar en una hegemonía democrática, pluralista, como la que brevemente vivió la Argentina en los años ochenta.” Hegemonía y pluralismo son términos antitéticos, pero lamentablemente la ensayista no nos aclara esa pirueta lógica.

Ni tampoco ayuda a aclararla la referencia histórica. Al calor de la recuperada democracia, el gobierno radical de Raúl Alfonsín facilitó el despliegue del progresismo en todo el aparato estatal, y por inercia en todo el universo mediático. El progresismo en el estado destruyó el sistema de educación pública y agravó hasta lo imposible el desorden de la economía.

Para López la noción de hegemonía supone “no tanto la imposición de la lógica de un sector como la capacidad de un sector de traducir, deglutir y retomar temas y valores que no han surgido de él y que sin embargo por su mediación pueden generalizarse.” Esto parece tan inocente como el casi existencialista acercamiento al otro citado más arriba. Pero sigamos leyendo.

“El kirchnerismo ha tenido una profunda capacidad de producir esas intervenciones hegemónicas”, admite la socióloga. “Es claro en el caso de los derechos humanos o en el de la ley de medios: se recupera un valor defendido por minorías activas y se lo convierte en política estatal. Y al hacerlo se articula una adhesión a esa política que va más allá de los partidarios del Gobierno”.

A pesar de lo intrincado de su lenguaje, López es mucho más transparente que Sarlo. Nos dice sin pelos en la lengua que hegemonía cultural significa tomar los “valores” (definidos como tales no se sabe por quién) propuestos por “minorías activas” e imponérselos luego a la mayoría usando el poder coercitivo del estado. Exactamente lo ocurrido con la ley de matrimonio homosexual.

Como vemos, no hay tal hegemonía cultural kirchnerista; existe sí una hegemonía cultural izquierdista o progresista, autoritaria, facciosa e intolerante, que se instaló con Raúl Alfonsín, por convicción de éste; logró avances importantes con Néstor Kirchner, por conveniencia de éste; y promete seguir, activa y militante, más allá del kirchnerismo.

A menos que los ciudadanos argentinos se resuelvan a sacudirse ese sentido común impuesto, que los mantiene en la miseria, el atraso y la ignorancia desde hace décadas, y recuerden que la Nación Argentina se constituyó como un proyecto liberal y eligió para su gobierno la forma republicana, representativa y federal, que por definición repudia las hegemonías de cualquier tipo.

–Santiago González

Referencias

Hegemonía cultural del kirchnerismo, por Beatriz Sarlo
La superficialidad del mal, por Beatriz Sarlo
La batalla por el sentido común, por Raquel San Martín
Batallas y hegemonías, por María Pía López

Califique este artículo

Calificaciones: 3; promedio: 5.

Sea el primero en hacerlo.

2 opiniones en “Hegemonías culturales”

  1. Muy buena nota. Mucha información.

    Me quedo con dos frases que son perlitas para mí:

    “Cuando desde la cátedra se instila a Gramsci, Foucault y Laclau en la mente de un estudiantado semialfabeto como el que los institutos secundarios arrojan a la universidad, se obtiene kirchnerismo puro: la ley de medios de Gabriel Mariotto, los pelotazos al gorila, los escupitajos al que piensa distinto.”

    “…y recuerden que la Nación Argentina se constituyó como un proyecto liberal y eligió para su gobierno la forma republicana, representativa y federal, que por definición repudia las hegemonías de cualquier tipo.”

    No hay que olvidarse de esta última parte… Habiendo hecho, hace poco, un viaje al noroeste argentino, recorrí muchos lugares que formaron parte de la historia de la revolución y los primeros cimientos de este país. Allí se perciben, y llenan a uno, claramente estos ideales y valores, de un grande y extenso país, en Unión y Libertad.

    1. Gracias por compartir en este sitio esas emociones de su viaje. En el escenario de las grandes batallas, en este caso las de Belgrano y Güemes, se siente el latido de la Patria.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *