Una movida decisiva

Al elegir al economista Javier González Fraga como compañero de fórmula y a Francisco de Narváez como aspirante a gobernador bonaerense, Ricardo Alfonsín envió un claro mensaje al establishment: “Síganme, no los voy a defraudar”. En ese selecto club, sin embargo, recuerdan bien la otra cara de la moneda: “Si yo decía lo que pensaba hacer, no me votaba nadie”.

El pequeño mundo que toma las grandes decisiones tal vez prefería otras alternativas; ahora no tiene más remedio que aceptar las cosas como son: Alfonsín es lo que hay, aunque 24 horas atrás estuviese pensando en armar un frente de centro-izquierda, y lo mejor va a ser tender puentes y encontrar caminos para conversar con el candidato sobre la dura faena del gobierno.

Con su inesperada decisión, Alfonsín se colocó resueltamente en el centro de la oferta electoral, obligando de hecho al resto del espectro a redefinir su posicionamiento. No deja de sorprender que el simple hecho de que un candidato escoja su acompañante sacuda el tablero político al punto de que otros jugadores deben estar empezando a oir doblar las campanas.

El centro es el lugar más codiciado dentro del espectro político porque las últimas elecciones, los comportamientos sociales perceptibles por diferentes medios, y en general las encuestas, muestran que allí es donde se ubican, hoy por hoy, las preferencias ciudadanas mayoritarias. El kirchnerismo logró provocar un generalizado hartazgo con la retórica progresista y populista.

El primero que seguramente escuchó los campanazos fúnebres fue Eduardo Duhalde, el legendario pesificador asimétrico que veía el centro político todo para él, y confiaba en que el establishment recordara los favores recibidos en el 2001. También confiaba en que todos nos olvidáramos de los dólares depositados que íbamos a recibir y de los diez vasos que íbamos a poder comprar.

Verdaderamente, Duhalde confiaba demasiado. Confiaba en el Movimiento Productivo, en el libro que había escrito (con ayuda, pero bueno), en el “Momo” Venegas, en Graciela Camaño, y en Chiche. Tanto confiaba que escogió como compañero de fórmula al poco atractivo Mario das Neves, a quien justo ahora se le viene a encabritar la provincia que gobernó con tanto esmero.

Sin embargo, no todo está perdido para el estadista de Lomas de Zamora. Seguramente podrá atraer a los peronistas que no quieren saber nada con el kirchnerismo (entre ellos no pocos intendentes bonaerenses que a Moyano lo tienen acá). Un Club del 45, que permitirá saber cuántos peronistas realmente quedan en el país. Peronismo testimonial, digamos.

Otra que debe estar percibiendo el fatídico tañido es Elisa Carrió, que se sentía también dueña del centro, sensata, ordenada, fiscalizadora y coherente, con el progre Ricardito a la izquierda y, tras la retirada de Macri, con Duhalde y los peronistas federales a la derecha. Firmemente escoltada por Alfonso Prat-Gay y Patricia Bullrich, Carrió tenía razones para soñar.

Ahora tiene razones para el insomnio. A diferencia de Duhalde, que puede eventualmente hacer pie en el territorio imaginario del peronismo residual, Carrió no tiene un lugar donde instalar una carpa. Alfonsín le ocupó todo el terreno. Cerrada, con razón, a cualquier alianza electoralista, lo mejor que puede hacer es seguir sola. Y seguir persiguiendo una alianza con los ciudadanos.

Van a ir a su encuentro quienes valoran los servicios que ella y sus colaboradores prestaron al país en el último decenio, yendo a la justicia con sus denuncias, ofreciendo claridad en los momentos de confusión, devolviéndole dignidad a la política. Carrió ofrece una posibilidad cierta de escapar a la trampa de los dos partidos, y no es persona de apuros sino de propósitos.

Hermes Binner, en otra sintonía, comenzó a escuchar melodías más agradables, parecidas al canto de las sirenas. El desplazamiento de Alfonsín le sirvió entera el ala progresista del espectro electoral. Bueno, entera es una manera de decir: hay que restar a los que se conforman con pelotear al gorila y escupir al contrera. Esos van a votar a Cristina.

Para quienes tienen una idea un poco más refinada sobre cómo funciona el mundo el dirigente santafesino puede ser una opción. Si Binner elige a su compañero de fórmula con la misma pericia con que lo hizo Alfonsín, seguramente multiplicará el respaldo que ahora le brindan Solanas en la capital, Stolbizer en Buenos Aires, Juez en Córdoba, Bonfatti en Santa Fe.

Pero los socialistas tienen un problema. Desde hace un siglo vienen jugando cómodamente en primera B, y ahora se les presenta la oportunidad de dar el gran salto. Pero, como a los clubes de fútbol, el ascenso a primera le impone muchos gastos difíciles de afrontar. El inminente congreso partidario analizará estos temas y será el que finalmente determine la decisión de Binner.

Si Binner se presenta, por primera vez desde el retorno de la democracia el progresismo podrá encarar unas elecciones presidenciales con identidad propia y con alcance casi nacional, y no con candidaturas testimoniales, o integrando alianzas. Esto, claro, si las distintas denominaciones de izquierda olvidan por un momento sus diferencias en la interpretación de las escrituras marxistas.

Un párrafo para Alfonsín. En un comentario escrito poco tiempo atrás, no dábamos un centavo por sus posibilidades de alcanzar la presidencia. Hoy eso ha cambiado de medio a medio, y el mérito es todo suyo. No tiene experiencia en la gestión, es cierto, pero en estos meses ha demostrado una envidiable muñeca política: dejó de ser Ricardito para convertirse en Ricardo.

La decisión de incorporar a González Fraga a la fórmula fue sumamente inteligente. Por tratarse de un economista unánimemente respetado, su presencia envía una señal tranquilizadora al establishment; por tratarse de alguien con fluidos contactos con el peronismo, envía un saludo amistoso al justicialismo no kirchnerista, con el que Alfonsín quiere mantener puentes tendidos.

El líder radical siempre estuvo dispuesto a incorporar a los socialistas a su proyecto, pero nunca tuvo dudas sobre su alianza con Francisco de Narváez, que le aporta una “pata peronista” en el crucial distrito bonaerense. Y obligado a elegir, eligió. Al hacerlo, mostró la misma claridad de propósitos y la misma voluntad que evidenció desde que se vió a sí mismo como candidato.

Uno por uno, fue dejando atrás a sus competidores dentro del radicalismo (el favorito de las encuestas Julio Cobos, el preferido por el establishment Ernesto Sanz), y puso en caja al tenaz aparato progresista que su padre legó al partido. Pero los radicales son mañeros y la capacidad de Alfonsín para mantener su posición centrista una vez en el gobierno es todo un interrogante.

Este candidato no debe ignorar lo que le ocurrió a Ricardo López Murphy, derribado del ministerio de economía por sus propios correligionarios. Dicho sea de paso, un entendimiento con López Murphy en la ciudad beneficiaría a Alfonsín, no sólo al fortalecer la línea centrista que ha elegido. Hay muchos votantes radicales en la capital federal y hay poca visibilidad de Silvana Giudice.

López Murphy sería una mala noticia para Daniel Filmus, Fernando Solanas y Mauricio Macri, porque una candidatura suya puede restar votantes a cualquiera de los tres, especialmente al último de los nombrados. Pero tal vez Alfonsín prefiera mantener al PRO entre los amigos (en esto, otra vez, De Narváez aporta lo suyo), y no entrar con fuerza en la capital.

A dos meses de las internas, el panorama electoral queda dibujado más o menos como se ha dicho, y poco habrá de cambiar en el futuro. El tema pendiente es la candidatura de Cristina Kirchner. Si decide no presentarse, habrá una gran conmoción que excederá al oficialismo para extenderse hacia el peronismo en su conjunto y hacia un sector de la izquierda.

–Santiago González

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