Estúpidos, pero de buen corazón

Desde la insurgencia guerrillera de la década de 1970 nunca hubo tanta muerte en la Argentina como bajo el kirchnerismo, muerte atribuible en su totalidad a la corrupción, la ineficacia, la inacción gubernamental. La corrupción mata, pero también matan la impericia, la desaprensión. El caso de las recientes inundaciones se distingue de otros por la claridad con la que están deslindadas las responsabilidades: en La Plata, sus dos últimos intendentes, los peronistas Julio Alak y Pablo Bruera, y el gobernador Daniel Scioli, fueron advertidos a tiempo por los propios ciudadanos, por la Facultad de Ingeniería local e incluso por la Corte Suprema de Justicia bonaerense sobre el peligro y las medidas necesarias para amortiguarlo. Nada hicieron. Peor aún: aprobaron un código de edificación destinado a agravar las cosas. La provincia no sólo no pudo administrar la crisis, no pudo administrar las donaciones enviadas para paliarla. En el caso de la ciudad de Buenos Aires, la responsabilidad de los daños recae directamente en la presidenta  de plano en la presidente de la Nación, por su caprichosa negativa a autorizar el endeudamiento de la ciudad para financiar un plan de obras que ya estaban adjudicadas en el 2009. Faltan informes técnicos que determinen la incidencia en la inundación sin precedentes del barrio de Saavedra de las obras de Tecnópolis en el vecino partido de Vicente López, y del centro comercial Dot, aprobado durante la gestión de Fernando de la Rúa, dentro del ejido urbano. Pero parecen detalles menores: no hace falta más que simple observación para afirmar que desde hace más de medio siglo la edificación en la ciudad de Buenos Aires no conoce otros límites que los del negocio inmobiliario. En ese lapso, todos fueron alguna vez gobierno u oposición. ¿Alguno de los funcionarios involucrados ha sido, va a ser llamado a rendir cuentas?

Uno aprende de sus errores, suele decirse. Los argentinos somos la viva desmentida de ese lugar común. Acumulamos errores, tragedias, muertes, y no aprendemos. No removemos ni sorteamos la piedra que nos obstruye el camino: no la vemos, no la reconocemos. Tropezamos tercamente con ella, una y otra vez. Entregamos al Estado la mitad de lo que producimos, y poco y nada recibimos a cambio. No tenemos educación, salud ni justicia de calidad, tampoco tenemos seguridad ni defensa, ni mucho menos planificación o infraestructura. Preferimos estúpidamente suplirlas pagando educación, salud o seguridad privadas, y seguir viviendo como si esas carencias fueran contingencias naturales inevitables, como si la corrupción, la ineficacia, la inoperancia culposa de los gobernantes fuera normal. Pero la escandalosa anormalidad de las cosas salta violentamente a la luz con las grandes tragedias sociales, cuando la carencia de los servicios que el estado está obligado a proveer se traduce en muerte y destrucción masivos: desde los atentados terroristas de los noventa a Cromagnon, Once y La Plata bajo el kirchnerismo. Para no hablar de endemias tales como el delito criminal, la inseguridad vial, la desnutrición, las adicciones, la trata, con su cuantioso saldo de vidas sacrificadas.

Las cosas no van a cambiar mientras no cambiemos de actitud. Esto por lo menos deberíamos haberlo aprendido. A partir de 1930 soportamos medio siglo de golpes de estado que nos arruinaron la vida, y que sólo se terminaron cuando, colmada la medida, dijimos basta, sentamos a los golpistas en el banquillo, y los mandamos a la cárcel (con la ayuda de Margaret Thatcher, es cierto). Lo mismo va a pasar con la corrupción y el aventurerismo político. Sólo cuando nos decidamos a sancionar a los corruptos e ineficaces (¿con la ayuda de Thomas Griesa?), a sentarlos en el banquillo y pedirles cuentas de sus actos, vamos a terminar con ese azote que, escudado tras consignas como “achicar el estado es agrandar la nación” o “un estado fuerte, presente y asistencial”, no ha logrado otra cosa que privar al estado de su antigua pericia administrativa para convertirlo en un instrumento de las mafias político-económico-sindicales, en una herramienta de extorsión y sometimiento a su servicio. Hasta entonces, seguiremos pagando estúpidamente dos veces por los mismos servicios, seguiremos supliendo el papel del estado con organizaciones civiles (la ministra de acción social Alicia Kirchner tuvo el descaro de llamar a la gente a organizarse), seguiremos sacrificando vidas en el altar de la corrupción, seguiremos acallando nuestra indolencia y cobardía con ejercicios de solidaridad culposa. Estúpidos, pero de buen corazón.

–S.G.

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6 opiniones en “Estúpidos, pero de buen corazón”

  1. Impecable la nota, como muchas otras. Pero no puedo dejar de protestar por la inclusión del término “presidenta”, hasta donde sé un invento del kirchnerismo, que atenta no sólo contra las reglas de nuestra lengua sino también contra la lógica y la estética. No decimos “presidento” ni “docento”, mucho menos “capilla ardienta”….

    1. Protesta justificada, no por las reglas (la Real Academia acepta esa forma), pero sí por la lógica y estética (la Real Academia acepta cada cosa…). Este sitio siempre rechazó la forma que usted impugna, pero al mejor cazador… La corrección ya está hecha, gracias por la observación.

  2. Sus palabras me recuerdan las de Elisa Carrió, quien en lugar de aplicar el discurso elogioso tan común en los políticos, nos recuerda nuestra responsabilidad por haber votado a estos representantes. No me sorprende la respuesta de Alicia Kirchner: varios meses atrás, un funcionario de seguridad del Gobierno de la Ciudad nos recomendaba -sin ruborizarse- a los vecinos “pasarnos los teléfonos” para alertarnos mutuamente sobre movimientos extraños. Es evidente que la mayoría de los políticos desconoce ya cuál es su función y entiende su designación como un premio de lotería; no por nada es tan habitual hablar de que “ganó” tal o cual.

    1. Exactamente. Los ciudadanos ya no saben qué significa elegir gobernantes, ni cual es su relación respecto de las “autoridades”, ni los políticos saben ya cuáles son sus obligaciones y responsabilidades. ¿Todavía se dicta en las escuelas Instrucción Cívica?

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