Dos a quererse

Hay algo inevitable en el encuentro entre el kirchnerismo y Marcelo Tinelli, algo que necesariamente tenía que ocurrir. Aunque hayan recorrido hasta ahora caminos separados, uno en el ámbito de la política, otro en el del espectáculo, como fenómenos sociales son demasiado parecidos entre sí: representan lo mismo, dicen lo mismo. Reivindican, casi orgullosamente, la descripción trillada: son las dos caras de la misma moneda. El kirchnerismo es política con vocación de espectáculo, el tinellismo es espectáculo con vocación de política; uno y otro han tratado en varias oportunidades de cumplir con esas vocaciones, pero seguramente nunca lo habrán hecho con tanta felicidad como ahora. Simplemente porque les resulta muy fácil entenderse: hablan el mismo lenguaje, manejan procedimientos parecidos, suburbanos, arrabaleros. Los dos han apelado a las emociones más torpes del público para construir su clientela: el resentimiento, la revancha, la patota, en el primer caso; la burla, el manoseo, el uso del otro, en el segundo. Con su dinero inflacionario, el kirchnerismo regaló a sus seguidores una riqueza imaginaria, exigua, incapaz de superar el límite de la autosatisfacción; con su erotismo virtual, el tinellismo obsequió a su público la ilusión de una fiesta continua, igualmente imaginaria y fugaz, probablemente ni siquiera capaz de alcanzar el límite de la autosatisfacción. Con su seguidilla de enemigos imaginarios, el kirchnerismo alimentó epopeyas que muchos festejaron sin creer en ellas; con sus concursos y sus jurados, el tinellismo inventó competencias que muchos siguieron atentamente sin creer tampoco en ellas. Kirchnerismo y tinellismo se identifican y se reconocen como política y espectáculo clase B; allí encuentran su denominador común: nada de lo que ofrecen es genuino, tiene calidad, perdura, vale. No elevan o enriquecen la vida de sus respectivas audiencias, al contrario: la entorpecen, la degradan. La estafan.

Pero hay un problema. El kirchnerismo ha ganado prácticamente todas las elecciones en los últimos diez años, y los programas de Marcelo Tinelli han obtenido en el mismo lapso los mayores niveles de audiencia. Kirchnerismo y tinellismo proporcionan involuntariamente, con la simple adhesión que despiertan, un retrato bastante acertado de la sociedad argentina, mejor dicho de una parte mayoritaria de la sociedad, consumidora de las ficciones, de las puestas en escena, que se le arrojan desde las instituciones de la república o desde la pantalla del televisor. En este sentido, kirchnerismo y tinellismo son los emergentes de una sociedad degradada, embrutecida y estúpida, sumergida en la inmediatez más crasa, agotada en la esterilidad del onanismo.

El que crea que el sector de la sociedad representado por kirchnerismo y tinellismo puede recortarse siguiendo líneas clasistas, se equivoca. Los votos kirchneristas no se cuentan sólo en las áreas pobladas por amplias clientelas políticas, ni la audiencia de Tinelli se ubica en las vastas barriadas del gran Buenos Aires. El sitio en Internet de La Nación, el diario más pretencioso de la Argentina, se vio obligado a cubrir regularmente las alternativas de los concursos de Tinelli, y esas notas figuraron siempre entre las más leídas. Así estamos.

–Santiago González

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