Desamparo

“Abril es el mes más cruel”. La frase de T.S. Eliot, concebida para otros contextos y otros hemisferios, viene inevitablemente a la mente al concluir este abril nuestro, en el que quedó en evidencia con toda su crudeza el desamparo en que se encuentra el pueblo argentino, en primer lugar por culpa de la ineficacia, la torpeza y la mezquindad de sus dirigentes, y en segundo lugar por su propia culpa, porque esos dirigentes no ocupan los lugares que ocupan por un acto de fuerza sino por la acción, o la omisión, de sus dirigidos. Empezamos con las inundaciones, y el marco de obras no hechas, mal hechas o ni siquiera imaginadas en el que se produjeron, con el aderezo de los fondos dedicados originalmente a esas obras que fueron desviados posteriormente a otros fines. Más de medio centenar de muertes evitables hicieron del desastre un escándalo, del que sin embargo nos olvidamos rápidamente, porque enseguida llegaron las denuncias de corrupción y lavado de dinero en las más altas esferas de la conducción nacional, expuestas por primera vez con toda franqueza por los propios encargados de llevar a cabo las maniobras. Increíbles relatos sobre bóvedas bancarias instaladas en las casas particulares de las principales figuras del grupo gobernante, conocidos desde hace tiempo por quienes siguen de cerca los avatares políticos, llegaron por primera vez al dominio de la mayoría. Como si fuera poco, tuvimos en la última semana un gran final brillante con toda la compañía: el gobierno nacional violó todas las normas legislativas para asestar un tiro de gracia al sistema republicano, haciendo aprobar un paquete de leyes orientado a permitirle el manejo de la justicia y asegurarle la impunidad, a más de abrir peligrosas avenidas que corren en la dirección de la reelección presidencial; la oposición se mostró incapaz de oponer siquiera obstáculos administrativos que aplazaran los designios oficialistas en el Congreso; por el contrario, le hizo el campo orégano al gobierno al ausentarse del recinto en una reacción más emocional que práctica. La violenta embestida kirchnerista contra la independencia de la justicia puso nuevamente en circulación la única figura penal descripta específicamente en la Constitución Nacional: la del infame traidor a la patria. Mientras este escándalo institucional acaparaba la atención pública, la economía nacional aceleraba su vertiginoso desquicio, con un dólar a 10 pesos y la patética imagen del ministro del ramo deseando una imposible fuga hacia la estratósfera para evitar ser arrastrado por el torbellino. Su permanencia en el gobierno estaba en duda, al igual que la de otros grandes bonetes del área económica, tambaleantes por su propia incompetencia pero también por las presiones de los jóvenes llamados camporistas, que continúan impertérritos su larga marcha hacia la ocupación de todos los espacios. El torbellino parece ya imparable, y excede lo económico para abarcarlo todo. Dos de las principales figuras de la oposición sufrieron traspiés inconcebibles. Elisa Carrió aprovechó su intervención en el debate legislativo para lanzar una resonante denuncia sobre un presunto pacto entre el presidente de la Corte Suprema y el gobierno. El alto tribunal en pleno respaldó las acciones de su presidente, y la denuncia de Carrió quedó girando en el vacío. Gentil como siempre con las damas, el juez Raúl Zaffaroni acudió en auxilio de la diputada con su propuesta para aumentar a 19 el número de miembros de la Corte a la que pertenece. Pero el gesto de caballerosidad no alcanzó y Carrió pagará los costos de esa imprudencia. Mauricio Macri, al que debe reconocérsele un nivel de responsabilidad política desconocido en la Argentina de hoy, puso la cara y se hizo cargo de la torpe intervención de la Policía Metropolitana para manejar a un grupito de revoltosos empeñados en atacar violentamente al gobierno porteño. Aunque un poco tarde, Macri parece haberse hartado de los energúmenos que en el pasado han incendiado las puertas de la legislatura de la ciudad, han incendiado edificios de gestión educativa, han ocupado dependencias oficiales durante años, y no pierden oportunidad de cometer desmanes contra los bienes públicos. Pero la policía a su cargo, de la que suele mostrarse tan orgulloso, reveló un alto grado de incompetencia para manejar situaciones complejas, incompetencia atestiguada por el elevado número de periodistas lesionados en los incidentes, y Macri pagará los costos de ese estropicio. Con un gobierno y una oposición tales como han quedado en evidencia en los sucesos de las últimas semanas, es claro que los ciudadanos argentinos nos encontramos en absoluto desamparo. A cuatro meses de las internas abiertas y obligatorias la situación reviste una gravedad y una urgencia inusitadas. Así como en otros momentos de la historia el pueblo se abroqueló en torno de la Corona para enfrentar los abusos de una nobleza ensoberbecida y despiadada, así los argentinos debemos cerrar filas en defensa de la Constitución y la República, exigiendo un respeto irrestricto a la ley y las instituciones, y votando sólo a quienes prometan, con claridad y sin vueltas, asegurar ese respeto. Es nuestra única salida; en última instancia es, como dijimos en nuestra nota anterior, el mandato del 18A.

–S.G.

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