Un liderazgo para tiempos inciertos

El ciclo de los cacerolazos masivos parece agotarse. Pese a lo que digan los animadores de las redes sociales y los titulares de los diarios, en los sitios recorridos por este cronista hubo menos gente, menos consignas, menos entusiasmo. Hubo, sí, más dirigentes políticos, fieles a su inveterada costumbre de llegar tarde a las cosas. Uno sentía que los que estaban allí, batiendo palmas o golpeando cacerolas, habían acudido movidos por una especie de deber cívico, pero que en la intimidad percibían la escasa utilidad del esfuerzo, golpeaban las cacerolas y al mismo tiempo reflexionaban: Nada cambió después de las dos grandes protestas anteriores, ¿por qué pensar que esta vez va a ser diferente? En su disimulado desaliento, tal vez precisamente por él, el caceroleo de este jueves condensó su mensaje. ¿Alguien escucha, o será el caceroleo un enorme ruido escuchado por nadie?

No lo escucha, por supuesto, el gobierno, primer destinatario del estruendo. Pero esto es casi irrelevante: el kirchnerismo está herido de muerte, y por su propia mano. Su gestión ha sido un desastre en todos los frentes, y no puede exhibir un solo indicador favorable. Tampoco puede resucitar una mística. Su única estrategia de supervivencia es la destrucción del otro. Puede seguir haciendo daño en la medida en que tiene el aparato del estado en su mano, pero tiene perdida la batalla política. La tropa de malandras dejó de ser tema de debate en la Biblioteca Nacional para terminar en su espacio natural: en el pugilato de los barras bravas, en el conventillo de la televisión, en las noticias policiales. Se diría que la sociedad ya no combate al kircherismo, lo desestima, le toma el pelo, le hace la autopsia.

Tampoco escuchan el caceroleo los llamados dirigentes opositores. Cuando por fin tomaron nota del estado de ánimo de la sociedad, decidieron acompañarla con humildad franciscana, desde el asiento de atrás. Pero no se lidera desde el asiento de atrás, se lidera poniéndose a la cabeza, interpretando las necesidades, demandas y expectativas de una sociedad, proyectándolas hacia el futuro, y señalando un camino y un método para avanzar. Ese líder no aparece, y no por culpa de los actuales dirigentes (no se puede acusar a alguien de no ser lo que no es): el líder no aparece porque las máquinas de generar líderes, que son los partidos políticos, están rotas y oxidadas desde hace mucho tiempo. (La ausencia de liderazgo es tan dramática que algunos comentaristas insisten en poner el foco en los “organizadores” de los cacerolazos… ¡como si promover una fecha atestiguara capacidad de liderazgo político!)

Uno llega a la conclusión de que, en definitiva, son sólo los propios caceroleros los que escuchan su ruido, el ruido que expone su angustia: saben bien lo que no quieren, saben menos bien lo que quieren, y en todo caso, no tienen la menor idea de cómo hacer para alcanzar aquello que confusamente quieren. Por eso su reclamo ha venido desplazándose desde los agravios concretos, como la inseguridad o la inflación, hacia las cuestiones institucionales: la libertad, la justicia, la Constitución. Aunque esté motivada por el desaliento, la propuesta es sabia: en ausencia de liderazgos capaces de proponer una alternativa que enamore, busquemos refugio temporario en el imperio de la ley, hagamos de la Constitución el líder para los momentos de incertidumbre, luchemos por la República. Quién sabe, tal vez ese propósito modesto, realista, alcance para revertir la decadencia, para ponernos nuevamente en marcha.

–S.G.

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7 opiniones en “Un liderazgo para tiempos inciertos”

  1. Coincido con la nota. Las cacerolas sirven para descomprimir el malestar de la gente, pero a su vez le sirve al gobierno: “Qué protesten todo lo que quieran”. De esa manera queda la ilusión de que se está logrando algo contra el gobierno, cuando en realidad, como no escuchan, no pasa absolutamente nada. Los que escuchan, pero no entienden, son los opositores. Saben que la gente está cansada y quiere otra cosa, pero no saben bien qué. Son meros oportunistas pero con recetas añejas. Toda la política argentina parece no entender que el mundo avanzó, que la sociedad avanzó, la tecnología avanzó y la gente quiere otras cosas. Hoy en día al común de la gente no le interesa armar revoluciones, le interesa vivir bien, tener esparcimiento, poder acceder a las comodidades de la vida moderna, cuidar el medio ambiente. Creo que es por eso que muchos jóvenes afines al gobierno toman sus banderas de lucha y sus argumentos, pero no pueden explicar en una charla qué es lo que defienden, porqué y qué país quieren. Están “luchando” una batalla de otra época con cuestiones que poco tienen que ver con la vida diaria.

    El líder que necesita alguien en Argentina debe ser alguien que no huela a naftalina, que no huela a corredor de bolsa ni comerciante. Tiene que ser alguien carismático, claro y sincero en sus ideas y debe expresar un modelo de país a futuro claro que incluya los ingredientes que todos los argentinos tienen en común: Educación y Salud gratuitas de calidad, seguridad, trabajo, un buen sistema de premios y castigos. Con lo anterior se logra lo más preciado que es la capacidad de movilidad social y un horizonte de mejora para todos. La educación y salud garantizan las bases e igualdad de oportunidades de crecimiento personal para todos. Un buen sistema de premios y castigos deja en claro que hay que hacer las cosas bien, y que si se hacen así se obtiene un resultado mejor, dando esperanza y valor al esfuerzo. También tiene que emprolijar y ordenar la economía. Los cambios abruptos de reactivaciones chinas y crisis profundas de los últimos años responden a los intereses de unos pocos poderosos en hacerse con mucho dinero en poco tiempo. El común de la gente quiere vivir tranquila y avanzar, de a poco, pero avanzar. Y para ello se debe facilitar la creación y crecimiento de PyMEs, dando ventajas impositivas, créditos accesibles, etc.

    Me fui un poco por las ramas, pero en definitiva el argentino quiere que le den la oportunidad de SER y no padecer.

    Saludos!

    1. Usted resumió con bastante claridad las modestas ambiciones del argentino medio, justamente esas que deberían servir de base a cualquier programa político. Por qué los dirigentes no logran traducir eso en un programa político simple, atractivo, de metas posibles y resultados comprobables, es algo incomprensible. Tenemos un país organizado en beneficio de los que manejan zigzagueando tratando de sacar ventaja, y en perjuicio de los que marchan por su carril, de los que –como usted dice–, “quieren vivir tranquilos y avanzar, de a poco, pero avanzar”. Gracias por compartir sus reflexiones.

  2. Tal como usted afirma, el kirchnerismo está herido de muerte y por su propia mano (de puro brutos que son); pero, para decirlo dramáticamente, va a “morir matando”. Las manifestaciones son una manera de curarse en salud y no sabemos bien hasta donde calan en la mentalidad de la élite del poder, a la que usted denomina, desembozadamente, “mafia”… Llamar a las cosas por su nombre, en una era de neologismos y de eufemismos de pésima calidad (eufemismos no poéticos; eufemismos de estafadores, el “pensar doble” del que hablaba Orwell) se hace necesario. Error no es falsedad; es error y, una vez reconocido, se puede tratar de revertir. Pero, como caímos (sin quererlo, por deriva política; ¿quién puede desear algo así?) en las garras de gente inauténtica, que ha vivido toda la vida enmascarándose y disfrazándose (que no es lo mismo que el error); que entiende la política no como servicio sino como negocio; y al negocio como política (solo saben hacer negocios parasitando en el estado comunal, provincial y nacional y de ninguna otra manera); como caímos, decía, en manos… ¡mafiosas! (¡para qué darle vueltas al asunto!) que actúan invariablemente embarrando la cancha y haciendo trampa, ¡no tenemos códigos para reaccionar, y estamos en un estado de cuasi impotencia! Pura táctica, nada de estrategia. Y es desesperante porque, aunque ellos se caigan solos, van a tratar de arrastrarnos en su caída. En realidad, ya lo están haciendo…
    Arrastran, por ejemplo, a tipos como ¡Feinmann! Feinmann está siendo castigado, asombrosamente, de una manera inédita: ha llegado a la coherencia absoluta. Ningún ser humano, por ser humano, es absolutamente coherente. Pero José Pablo F. sí: dice gansadas, tiene voz de ganso, tiene cara de ganso, cuerpo de ganso y movimientos de ganso. Y todo eso envuelto en un halo de autocomplacencia que fulgura. ¿No es asombroso el poder de seducción de los Kirchner? A los que nunca hemos sido seducidos ¿nos faltará algo?
    Sus últimas notas, Santiago, calzan con la realidad política argentina como guante a la mano. Son para leer una y otra vez.

    1. De su rico comentario me gustaría subrayar el momento en que usted habla de “gente inauténtica, que ha vivido toda la vida enmascarándose y disfrazándose” por contraste con la que humanamente se equivoca. Y en ese sentido, tal vez la coherencia de Feinmann sea la coherencia de la máscara, en el fondo una impostura. Gracias por visitar este sitio.

      1. Yo hubiese subrayado lo mismo – la inautenticidad -, porque está en el meollo de todo este complicado, envejecido y turbio asunto que nos tiene enrredados. Pero no estoy seguro que los casos Feinmann, Forster, González y otros, se puedan comprender caracterizándolos como máscara e impostura. Eso pude estar bien para la pareja Kirchner, personalidades perversas pero no muy complejas. El caso de los intelectuales del régimen (fallido) es más complejo, y más fascinante, porque se instala en el corazón de algo deseado que no nace (por el contrario: aborta) ni termina de morir. Hasta ahora no pude acceder a ninguna interpretación que cale hondo. Y no me alcanza con las mías. Los intelectuales de fuste se oponen en el barrio desde veredas opuestas, pero ninguno le pisa el poncho al otro. Quizás hacen bien: esperan a que la evidencia se produzca sola.
        Muy atento de su parte.

        1. Por cierto, los intelectuales que Ud menciona no son iguales a los Kirchner, ni son iguales entre sí. Sin embargo, creo que en el fondo de sus motivaciones hay un denominador común (el resentimiento y la venganza por un antiguo agravio probablemente imaginario), y en la superficie de sus actos todos viven del estado y tienen a sus familiares directos viviendo del estado. En otros contextos históricos, en el fondo no muy diferentes, se habló de la traición de los intelectuales. He ahí un punto para debatir: ¿cuándo traiciona un intelectual?

      2. Su interpretación se mete con la hondura (el resentimiento y la venganza por un antiguo agravio probablemente imaginario) pero señala la ambigüedad (en la superficie de sus actos todos viven del estado y tienen a sus familiares directos viviendo del estado). Una conducta muy, pero muy esquizoide. Sí, por ahí debe andar la cosa. Pero hay algo más que percibo en algunos conocidos: el orgullo. Aunque se dan cuenta de la impostura (por acumulación), han llevado tan lejos su actuación que ya no podrían retroceder en público.

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