Crisis, inteligencia, milagro

En 1898 España perdió a manos de los Estados Unidos sus últimas colonias, circunstancia que parecía rubricar trágicamente un creciente deterioro político, moral y social. Los españoles sintieron que habían tocado fondo. El impacto sobre las conciencias fue tan grande que la intelectualidad de la época se sintió convocada a repensar España, en todos los términos y por todos los medios; a esos escritores y artistas se los conoce ahora como la generación del 98. En el verano del 2001-2002 creímos que la Argentina había tocado fondo. No tuvimos una generación del 2000. La crisis generó apenas unos ensayitos de morondanga, brotados del oportunismo editorial: no vale la pena recordar los nombres de sus autores, todos los cuales, por otra parte, siguen trabajando y produciendo, rodeados de la más alta consideración pública. En la década recorrida desde entonces hemos advertido que en realidad no habíamos tocado fondo, que siempre se puede estar peor. Carlos Escudé acaba de decirnos que la Argentina no satisface el requisito mínimo que define a un Estado, la capacidad de defender su territorio, y que nos sobrevuela el fantasma de la disolución. Parece que ahora sí estamos tocando fondo, que esta vez es en serio. Pero no se percibe en el horizonte una generación del 2010. El momento quizás más dramático de nuestra historia no incentiva otro género que no sea el periodístico: la crónica policial de la mafia que se adueñó del poder, a cargo de autores varios, o la crónica social de la picaresca mafiosa, a cargo exclusivamente del ameno causeur Jorge Asís. La inteligencia argentina (si es que tal cosa existe: desde la década de 1960 no da señales de vida) parece aletargada, en estado de estupefacción: asiste impasible al desmoronamiento, más allá de las lúcidas vislumbres que aportan de tanto en tanto las columnas de Eduardo Fidanza, de Santiago Kovadloff, de Luis Alberto Romero.

Acabo de mencionar la década de 1960. En los 60, la Argentina, o Buenos Aires al menos, era una fiesta, un momento de intensa actividad del pensamiento y las artes, tal vez el último. En la década de 1960, un corresponsal estadounidense, Mo García, describía en privado a la Argentina como “un ex país”. A los intelectuales argentinos de la época les habría sorprendido esa descripción; de conocerla, no le habrían hecho caso, entregados como estaban a replicar las polémicas inauguradas en París, y alegremente resueltos, al compás de ritmos caribeños, a continuarlas por las armas. Apenas se escuchaba la voz discordante de H. A. Murena, que en absoluta soledad y con la insolencia de un pensamiento original llamaba la atención sobre los progresos de la gangrena: el mal venía de atrás, y ya había sido denunciado. Murena era el heredero de otra generación, una generación de argentinos inteligentes que percibió la crisis en el momento en que se gestaba, y se lanzó a repensar la Argentina por todos los medios y con sus propias categorías, como los españoles del 98, y con Ezequiel Martínez Estrada y Eduardo Mallea a la cabeza. No faltó inteligencia para percibir de inmediato las grietas que se abrían en el magnífico edificio construído en el siglo XIX, faltaron liderazgos políticos capaces de tomar nota de las señales de alarma, de darse cuenta de que la Argentina iba en camino de ser un ex país, y reaccionar a tiempo. Las derechas y las izquierdas aprovecharon la ocasión para repudiar la república liberal concebida por los fundadores, y para ensayar sus proyectos de ingeniería social. Desde Uriburu a Kirchner, no hicieron otra cosa que hundir más al país como quien se agita en arenas movedizas. El envilecimiento de la vida pública al que asistimos, el escarnio de la verdad, la justicia y la belleza practicado desde el poder, la corrupción que todo lo impregna, son estertores de aquella crisis desatada hace ochenta años. A falta de inteligencia contemporánea tal vez debamos remitirnos al trabajo de viejos maestros como los mencionados. Tal vez encontremos allí las claves que nos iluminen el camino, tal vez alguien sea capaz de traducirlas en propuestas políticas atractivas, tal vez estemos a tiempo de revertir la caída. Tal vez ocurra el milagro.

–Santiago González

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