Virginia Luque (1927-2014)

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Sus ojos llenaban toda la pantalla. Estábamos en el cruce de los cincuenta a los sesenta, eran los años de la televisión en blanco y negro, y todavía no existía el video-tape. Mientras su voz, suave y poderosa a la vez, entregaba uno de los tangos que ya la habían hecho famosa, el director (¿”Globito” Fontanals, “Pancho” Guerrero? No pude confirmar el dato…) se engolosinaba con primeros planos de esos ojos negros, enormes, expresivos. El programa se llamaba “La familia GESA”, una suerte de revista musical en la que Virginia Luque era la atracción principal, el plato fuerte de la noche. Para entonces Virginia (Violeta Mabel Domínguez) ya era “la estrella de Buenos Aires”, una hermosa muchacha de pelo negrísimo cortado à la garçon: había actuado en casi veinte películas, y era una de las voces femeninas consagradas del tango, al que había llegado casi por azar, o porque el destino existe. Su primera vocación había sido la actuación, después vino el canto, cualquier género, hasta que Azucena Maizani la convenció de que cantara tangos, sólo tangos. Y le sugirió la vestimenta masculina, una especie de frac, con que solía presentarse y que explicaba su corte de pelo. Virginia era una cantante natural, con un oido musical impecable; le sumó la educación cuidada de su maestro Julián Viñas, y su vocación de actriz, para darle al tango una de sus mejores intérpretes femeninas. Tan lejos de los gorgoritos como de las voces aguardentosas. “Me gusta definirme como una actriz que canta. Nunca he dejado de lado a la actriz que fui en un comienzo, por eso para mí­ los personajes de las canciones son siempre diferentes. Cada obra necesita ser estudiada, investigada, ensayada. Cada canción es un personaje, o si se quiere un monólogo, y los he encarado a partir de que se trata, sin duda, de un texto teatral y de la actriz que soy”, dijo en un pasaje de las memorias que publicó el año pasado. En el 2006, Gustavo Santaolalla la convocó para participar en una especie de antología del tango que se presentó en el Teatro Colón con el nombre de “El café de los maestros” (después se hizo una película). Allí Virginia cantó su clásico “La canción de Buenos Aires”. Santaolalla relató así a Página/12 cómo había sido su participación: “Virginia vino durante la grabación de ‘La canción de Buenos Aires’, y puso una voz de referencia. Es un tema que está lleno de lo que en términos musicales se llama calderón, que significa que está todo en el aire, no tiene una rítmica fija, hay espacios totalmente abiertos. La orquesta para, entra la voz (canta: Buenos Aires, cuando lejos te vi...), y en cada una de esas paradas, la orquesta la va siguiendo a ella para volver a entrar. Yo pensé: ‘Cuando venga a poner la voz definitiva, no la va a poder grabar nunca, ¿cómo sabe cuándo tiene que entrar?’. Al otro día viene a poner la voz definitiva, y yo le digo: ‘Mire, Virginia, no se preocupe que hoy en día con la tecnología que tenemos, el Pro Tools y todo eso, si se llega a equivocar, la voz se puede correr y mover’. Ella me miró con una cara como diciendo no me ofendas, y dijo: ‘Lo voy a hacer en una toma’. Y es la toma que hay en el disco. O sea, entró y la clavó. Cuando terminó de cantar, estaba llorando”. –S.G.

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