“Villa”

villa

Marginalidad, mundial de fútbol, emociones desatadas, punteros, drogas, violencia. Los mismos ingredientes que tras la final de la copa disputada en Brasil convirtieron en un caos el centro de Buenos Aires ya habían estado juntos, combinados de otro modo, en una película argentina de esas que los argentinos prefieren no ver. Villa (Ezio Massa, 2008) cuenta la historia de tres muchachos de la Villa 21, Fredy, Lupín y Cuzco, decididos a ver por televisión el partido contra Nigeria con el que la Argentina hizo su debut en la copa Corea-Japón 2002. Los tres logran su objetivo, pero cada uno lo hace por su cuenta, buscando su propio camino, y así proyectan sendos destinos posibles para unos jóvenes que no estudian ni trabajan y transcurren su adolescencia en una villa miseria. Los tres tienen padres ausentes, los tres se mueven todavía libremente entre dos polos magnéticos a cuyas órbitas pareciera que en algún momento irán a parar: el cura villero y su convocatoria asidua al camino del bien por un lado y el puntero que les alquila los fierros y les proporciona trabajos, como la concurrencia a un piquete o la comisión de un delito, por el otro. Como quiso el autor, la película fue filmada desde la villa, con sus propios actores, y en sus propios escenarios; y tiene la virtud de haber encarado su tema sin preconceptos ni teorías ni ideologías: cuenta unas historias convincentes que se desarrollan en un medio creíble. Esas historias nacen de un rechazo. Pero Villa no se presenta como una película sobre las villas de emergencia, sino como una película de acción, cuyos personajes y situaciones se despliegan en una villa de emergencia. Muestra, y no pretende demostrar. “Realismo sin manoseo”, dice el director. Por su tema y sus personajes, el filme se erige como el mejor logrado en una línea que había arrancado promisoriamente con Pizza, birra, faso (Israel Caetano-Bruno Stagnaro, 1998) y continuado con suerte diversa para naufragar más tarde estrepitosamente con Elefante blanco (Pablo Trapero, 2012). Villa debe probablemente su buena factura al afortunado encuentro entre Massa, un talentoso cinematografista nacido en Formosa, que ya tenía en su haber cuatro largometrajes y un período de perfeccionamiento en Nueva York, y la inquieta Nidia Zarza, tercera generación de habitantes de la Villa 21, de ascendencia paraguaya, que en su tarea de productora contribuyó a reorientar una historia originalmente pensada para la Villa 31, llevándola hacia los lugares, los personajes y el clima del asentamiento en el que habita. Massa, criado en una provincia de frontera con Paraguay, se movió con soltura en el lugar, y la gente de la villa se entendió con él. “Noventa mil laburantes y diez mil delincuentes… estos últimos son casi un ejército”, cuenta Massa. “Esos dos grupos, el de los laburantes y el de los delincuentes son distintos por completo, y están de alguna manera en una permanente tensa calma, que puede desembocar en guerra. Tenés que conocer muy bien ese lugar para saber cómo mostrarlo”. Zarza, que en el momento de filmarse la película estaba por concluir sus estudios de abogacía, es una reconocida animadora cultural de la Villa 21 y dirigente de varias asociaciones relacionadas con la promoción social en las villas de emergencia. Uniendo sus preocupaciones, Massa como director y Zarza como productora lograron alumbrar una película de notable calidad. Se estrenó en el 2008, cinco años después de terminada, cuando ya había obtenido reconocimiento en el exterior.

–Santiago González

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