«Mirá, Mariano T., hay algunas cosas que merecés que se te digan. Y yo tengo derecho a hacerlo. Lo tengo porque soy judío, y porque mientras exista un judeófobo me reivindicaré judío contra esa forma miserable del odio a la humanidad ajena. Lo tengo porque toda mi familia por parte de madre (salvo mis abuelos y una hermana de mi abuelo) fue masacrada por el imperialismo alemán en su faceta nacionalsocialista en 1942. La tengo, porque honesta y sinceramente fui sionista, y porque pienso lo que pienso después de un año entero en Israel, y de empezar una vida completamente nueva al retornar a la Argentina. Y la tengo porque el Estado de Israel, dice actuar “en nombre de todos los judíos”, como si yo, un rusito de La Paternal, tuviera más derechos sobre ese pedazo del mundo que cualquier hijo o nieto de árabes palestinos (musulmanes, judíos o cristianos) que venían viviendo allí por milenios antes del desembarco judío de los últimos 150 años. Entonces no solo tengo derecho a decirte esas cosas sino que además tengo el deber, que debería ejercer todo judío honestamente comprometido con la verdad, de denunciar esa pretensión del Estado de Israel, que a lo sumo actúa en nombre de los judíos israelíes, de que lo que hace lo hace en nombre de todos los judíos del planeta. Y tengo ese deber porque el Estado de Israel, al hacerlo, ata el destino de todos los judíos del planeta al destino del imperialismo. Porque el sionismo es la consecuencia de asociar a los judíos a la repartija de tierras, siembra de odios, e implantación de poblaciones en Medio Oriente que se inició después de la llegada de las grandes potencias vencedoras en la Primera Guerra Mundial. El sionismo decidió asociar a los judíos al tratado Sykes Picot, y quien mejor entendió lo que esto significaba fue Zeev Yabotinski. Yabotinski dijo claramente que el sionismo era una empresa colonial, que no había que menospreciar a los árabes, y que cabía esperar que los árabes defendieran su tierra, ésa que los sionistas de mi niñez me decían que era una “tierra sin pueblo” para un “pueblo sin tierra” (primera gran dulce mentira que me comí con pan y queso). Yabotinski también concluyó que si queremos Estado judío en Palestina, tenemos que transformar al judío víctima de Europa en judío victimario en Asia Occidental, al menos hasta que los árabes admitan (si lo hacen algún día) la presencia de un enclave exclusiva o hegemónicamente judío allí donde antes ellos eran los dueños y señores naturales. La historia entera le dio la razón a Yabotinski. Israel es un estado colonialista. La lógica de su funcionamiento lleva al poder, a la larga a los colonialistas más sinceros y decididos. Punto. El saldo en vidas del experimento israelí (que otro judío, León Trotsky, supo identificar claramente como “una trampa mortal” para los judíos) es ajeno al holocausto. Su existencia como “estado judío” (no como “estado israelí”, que sería otra cosa pero ya no sería sionista) engendra muerte y sangre por doquier. Y las derrama con mucha más generosidad sobre los árabes que sobre los judíos. Los judíos se introdujeron (nos introdujimos, nos introdujeron) en lo que hoy es Israel bajo el ala del imperialismo. Los árabes resistieron y resisten esa introducción (esa intrusión) del mismo modo que lo hacen con el imperialismo en general: como pudieron, como pueden, y tratando de recuperar su identidad nacional en esa misma lucha. Todo el resto, ¿sabés qué es, Mariano T.? Bobe maises 1, eso es lo que es.» –Néstor Gorojovsky, ruso de La Paternal.2
- Cuentos de viejas, algo así como cuentos chinos. –Editor [↩]
- Este texto, y la identificación de quien lo suscribe, han sido tomados del blog Pájaro Rojo del periodista Juan Salinas, donde apareció publicado el 5 de julio de 2014; es la respuesta de un lector a otro que identificaba antisionismo con antisemitismo. Se reproduce aquí por su elocuencia y por considerárselo representativo del pensamiento de un sector de la colectividad judía argentina que habitualmente no encuentra eco en los medios. –Editor [↩]