Víctor Massuh (1924-2008)

Víctor Massuh, sin duda uno de los pensadores argentinos más importantes de los últimos cincuenta años, cumplió a cabalidad el precepto de Kipling: supo conservar la cabeza cuando todos a su alrededor la perdían.

Pudo hacerlo porque ejerció su tarea filosófica con responsabilidad y libertad. No rehuyó los problemas de su tiempo, sino que los encaró de frente, con un coraje intelectual que no hizo concesiones a las modas de la época ni a las autoridades de turno en el campo de las ideas.

Sus obras capitales, La libertad y la violencia (1968) y Nihilismo y experiencia extrema (1975), no se quedan en el análisis de lo acontecido y de lo pensado hasta entonces, sino que parten de ese análisis para proyectar su luz sobre el futuro.

Hoy no podríamos entender debidamente las cataclísmicas transformaciones operadas en el último cuarto del siglo XX sin recurrir a esos dos trabajos, escritos antes de que esos cambios estremecedores se produjeran. La primera edición de La libertad y la violencia es de mayo de 1968, justamente cuando las calles de París presentaban en sociedad al “hombre apocalíptico” cuya gestación había advertido Massuh en ese libro.

A ese “hombre apocalíptico”, Massuh le opone el “hombre del autosacrificio y del coraje silencioso”, liberado de la fe en la redención de la historia por una catástrofe total, de la confianza en las revoluciones históricas para el cumplimiento de fines absolutos, de la creencia en el lenguaje equívoco de las ideologías.

La libertad y la violencia pasa revista a la gestación de esa convicción apocalíptica, y se detiene en sus principales apoyaturas: la ideología, la revolución, la utopía; se dedica luego a examinar los conceptos de libertad e individuo, sobre los que se asienta su “hombre del autosacrificio”, y concluye planteando un “optimismo trágico” que solo en la forma evoca a Emmanuel Mounier.

“El nihilismo es la bomba terrorista lanzada en la cultura contemporánea para hacerla saltar en mil pedazos”, escribe Massuh en Nihilismo y experiencia extrema, una obra que advierte en el horizonte la tarea de demolición que emprenderían en los años siguientes diversas sectas intelectuales dedicadas a demostrar que el autor no existe, la obra no existe, el espectador no existe, el sentido, en fin, no existe.

A la visión cerrada y estéril del nihilismo, opone la visión abierta y creativa de lo que denomina experiencia extrema: “Al menos se hace nuevamente posible que el espíritu creador inicie su trabajo de selección y valoración. Otra vez el riesgo de discriminar, trazar un orden jerárquico, elegir las reglas, dibujar una fisonomía, configurar un mundo. Otra vez el momento en que con los fragmentos del caos es preciso organizar un cosmos”.

Este tucumano de nacimiento no podía dejar de reflexionar sobre los estragos que la violencia y el nihilismo operaban entre nosotros, enmarcados en una problemática nacional más amplia a la que dedica otro de sus trabajos, La Argentina como sentimiento (1982), y varios de sus ensayos posteriores.

En ese libro pasa revista a las múltiples parejas de opuestos a las que se ha recurrido para tratar de explicar los problemas del país -políticos versus militares, desierto versus población, lo vernáculo versus lo europeo, oligarquía versus inmigrantes- y concluye que el supuesto mal argentino “no es un hecho histórico sino un estado de alma: es la falta de fe, el vacío del descreimiento”.

Su reclamo fundamental es entonces el de “subordinar la voluntad a una norma ética, jurídica, constitucional”, única manera de dotar de legitimidad a la empresa nacional.

“Cuando un ser humano descubre que su contradictor es una prolongación de sí mismo, que el único caudillaje auténtico es el que se ejerce sobre la propia voluntad y no sobre los otros, cuando además comprende que la libertad es conquista de sus manos y no una dádiva de los otros, en ese preciso instante la democracia levanta su reino”, escribe Massuh.

En una conferencia más reciente, “Rasgos perdurables de una identidad argentina”, invoca quizás el mejor logro de nuestra vida como nación, la integración de múltiples tradiciones culturales, como un pasaporte para la saludable incorporación del país a un mundo “cuya mejor aventura tiende sencillamente hacia la integración, la interdependencia de las culturas, la coexistencia de lo diverso”.

Massuh enumera los legados que confluyen en nuestra identidad -indígena, español, criollo e inmigratorio-, y los aportes de este último: apertura a lo que llega de fuera, pluralismo, una visión del país que pone el acento en el futuro como espacio para la aventura y un “segundo nacimiento”.

“Pero ese país abierto, en sus mejores momentos no se olvidó de sí mismo como nación. No estuvo dispuesto a caer en la anomia de una extraversión desmesurada, ni menos a renunciar a la condición de argentino. Esta condición, con sus contenidos de orgullo y autoestima, es hoy un imperativo vital. Incluso para salvar nuestra tradicional apertura al mundo”, dice.

Una relectura de los trabajos de Massuh podría ayudarnos hoy a comprender mejor las tribulaciones por las que atravesamos como sociedad. Incluso pudo habernos ayudado a evitar algunas si le hubiésemos prestado atención a tiempo. Pero el rencor y el resentimiento que la libertad y la originalidad suelen generar lo mantuvieron apartado tanto de la cátedra como del debate público.

Ese maltrato, sin embargo, nunca empañó su generosidad, ni disminuyó su confianza en la capacidad del país para encontrarse a sí mismo y resolver sus problemas. El siguiente pasaje de la conferencia mencionada lo atestigua:

“Pido perdón a mi audiencia de no ofrecerle un panorama depresivo que es lo único que pone eufóricos a mis compatriotas en estos días. No formo parte de esa inteligencia argentina que se complace morbosamente en la enumeración del fracaso, demora más de la cuenta en su análisis, al punto de convencernos que todo derrotismo es un triunfo moral. Para ello basta con esa chatura mediática que sin descanso celebra la danza de la muerte en torno a un país malogrado por la crisis”.

–Santiago González

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4 opiniones en “Víctor Massuh (1924-2008)”

  1. No había reparado en esta nota.
    Es un buen retrato de Massuh.
    Yo era alumno de él cuando publicó La Libertad y la Violencia.
    La primera edición de agotó e hicieron otra en 1969.
    Después, el libro cayó en el olvido.
    Yo lo he releído más varias veces y creo que no sobra una palabra. Sobre todo, no sobra ningún capítulo.
    Lo mismo vale para Nihilismo y Experiencia extrema.
    Ambos libros, merecen una nueva edición. No tengo ninguna duda.
    Pero en en 1968/9 era imposible que ese libro ejerciese influencia alguna porque nuestra mente era un batifondo que hacía el mismo ruido – con la misma dinámica también -, que la leche cuando hierve y nada la detiene. A mí me fascinó (estaba preparado para entenderlo; por casualidad, claro; podría haber sido lo contrario) y me mantuvo contenido ante lo que se venía. José Emilio Burucúa – historiador del arte – confesó que a él, le paso lo mismo. Fue la mejor advertencia ante los múltiples cantos de sirena que nos llevaron al 74/5 y su continuidad y apoteosis en 76/83.
    Massuh era un verdadero “inactual”, apenas comprendido por cuatro o cinco de sus alumnos y vilipendiado en clase por cualquiera, porque lo escuchaban hablar de cosas “superadas”.
    Sus clases eran de mucha calidad y él era muy afectuoso e increíblemente respetuoso con sus alumnos. Pero estaba harto de la Facultad de Filosofía y Letras, alienado y después de hacer el tremendo esfuerzo de escribir y publicar en aquél año La libertad y la Violencia, creo que se desvinculó y aprovechó sus relaciones de clase para hacerse nombrar después, por el gobierno militar del 76, embajador en UNESCO, organismo al que dirigió durante unos cuantos años con idoneidad y destreza. Pero la relación con el gobierno militar – y algunas actuaciones criticables en relación a derechos humanos que Rodolfo Terragno inventarió hace unos años sin ningún atenuante – lo alienó aún más del público “general” y de algunos intelectuales (Kovadloff, por ejemplo) que con el tiempo no dudaron en reconocer la deuda que tenían con él.
    Yo no volví a contactarme con él porque cambié de rumbo. Pero nunca olvidé su extraordinario aporte ni me perdí de leer, creo, ninguno de sus libros; al menos los posteriores al más inolvidable: La Libertad y la Violencia.

    1. Lo valioso de testimonios como el suyo es que ayudan a quienes no vivieron en esos años a tomar dimensión del papel que jugaron ciertas personas de juicio independiente, hoy cadi olvidadas, con sus escritos y con su docencia, y le agradezco que lo haya traído a su lugar. En su esfuerzo por entender, Massuh pudo ofrecer al mismo tiempo advertencia y, como usted bien dice, contención.

  2. Reconforta leer un artículo que valore la enorme inteligencia puesta al servicio de la razón, la paz, la cultura, la nación. Lamentablemente, la miopía egoista de nuestros intelectuales no reconoce la estatura intelectual de este argentino, que ocupó los sitios mas altos en el concierto de la cultura mundial. Felicitaciones!!!

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