Tango de Malvinas

Los señores David Cameron y Cristina Kirchner han salido a la pista a bailar el tango de Malvinas. Como se sabe, se necesitan dos para ejecutar la danza, y estos líderes, movidos por la necesidad política, lo hacen de maravilla. El caballero conduce y la dama acompaña, pero con giros y paradas en los que demuestra que ella también tiene algo que decir en el asunto.

Como ocurre cada vez que suena esta música, se reavivan los apasionados argumentos que los argentinos normalmente tenemos sobre todas las cosas, en este caso entre los halcones para quienes el agravio de 1833 sólo se salda con una retirada inglesa bajo presión, y las palomas mansamente confiadas en que el tiempo y la conversación todo lo arreglan.

En esta oportunidad, sin embargo se escucharon además puntos de vista novedosos, por lo menos para este cronista, y también sugestivos. Puntos de vista que nos han invitado a pensar en los habitantes de las Malvinas como personas, no como intrusos ni como kelpers (palabra que los deshumaniza, los convierte en cosas) sino como gente.

Primero fue el escritor Enrique Arenz, con la nota Los malvinenses son personas como nosotros, que publicó en su blog; luego el historiador Luis Alberto Romero, con ¿Son realmente nuestras las Malvinas?, un artículo que apareció en el diario La Nación.

Arenz advierte con alarma que el debate público sobre la cuestión Malvinas sigue anclado en los mismos términos que regían en 1982, especialmente en cuanto a que “no debemos dialogar ni negociar nada con los isleños sino con Londres, la metrópolis colonial”. Pero, agrega, “es posible pensar de otra manera sin renunciar por ello a nuestros legítimos derechos”.

Los isleños, dice Arenz, “son personas como nosotros, viven por azar en una tierra con la que mantienen un lazo de pertenencia muy profundo, tierra que ellos no tomaron por la fuerza porque nacieron allí y cuyos antepasados hace mucho tiempo que estuvieron allí”. Y subraya una y otra vez que “las personas son siempre más importantes que los territorios”.

“No estoy insinuando que debamos renunciar a las Malvinas”, aclara. “Siempre reivindicaremos esas islas porque son legítimamente argentinas. Pero entre tanto, hacer que los isleños nos odien más de lo que nos odian por todo lo que les hemos hecho y les seguimos haciendo, no tiene nada de patriótico ni de racional, es sencillamente una gran estupidez”.

“Los isleños necesitan tener contacto con nuestro territorio por razones comerciales, educacionales, sanitarias, culturales y económicas. Eso no implica reconocerlos como un estado independiente, porque la cuestión de la soberanía se defenderá siempre con el derecho internacional”, agrega el escritor.

Para el historiador Romero, “resulta difícil pensar en una solución para Malvinas que no se base en la voluntad de sus habitantes, que viven allí desde hace casi dos siglos. Es imposible no tenerlos en cuenta, como lo hace el gobierno argentino. Podemos obligar a Gran Bretaña a negociar. Y hasta convencerlos.

“Pero no habrá solución argentina a la cuestión de Malvinas hasta que sus habitantes quieran ser argentinos e ingresen voluntariamente como ciudadanos a su nuevo Estado. Y debemos admitir la posibilidad de que no quieran hacerlo. Porque el Estado que existe en nuestra Constitución remite a un contrato, libremente aceptado, y no a una imposición de la geografía o de la historia”.

La Argentina, dice Romero, ya probó sin resultado los acuerdos políticos con Londres y el garrotazo. “Queda la alternativa de cortejar a los falklanders. Demostrarles las ventajas de integrar el territorio argentino. Estimularlos a que lo conozcan. Facilitarles nuestros hospitales y universidades. Seguramente a Gran Bretaña le será cada vez más difícil competir en esos terrenos”.

Me interesa comentar aquí estos artículos porque, como dije más arriba, nos colocan frente a los malvinenses como personas: esto nos facilita ponernos en el lugar de ellos, y mirarnos como si nos miráramos desde las islas. El extrañamiento, la toma de distancia, siempre ayuda a mejorar la perspectiva, a despejar la mirada.

Entonces podemos formularnos la pregunta: ¿por qué un malvinense querría ser argentino? Para nosotros mismos, ¿es tan atractivo serlo? Démonos respuestas honestas: muchos más argentinos que habitantes hay en las islas tienen su dinero depositado fuera del país, dinero que alcanzaría para comprar varias veces las Malvinas.

Muchos más argentinos que los pocos miles de sajones que viven en el archipiélago se han procurado para sí y para sus descendientes una segunda nacionalidad, porque sienten que el estado argentino no los ampara como es debido, o porque, con razón o sin ella, suponen que las posibilidades de progreso y desarrollo pasan por otras latitudes.

Ahora, si nosotros mismos no confiamos en nuestro propio estado, en nuestras propias instituciones, ¿por qué vamos a imaginar que los isleños pueden sentirse dispuestos a abandonar la vida simple y sin pretensiones que viven en Malvinas para colocarse voluntariamente bajo la bandera argentina?

Nuestro fracaso respecto de las Malvinas es mucho más profundo y doloroso que la impotencia de nuestra diplomacia o de nuestra fuerza armada, es un fracaso que nos interpela como nación: en 180 años, nunca fuimos lo suficientemente atractivos como para que los isleños consideraran deseable incorporar su territorio a las Provincias Unidas.

A pesar de la proximidad, nunca fuimos una opción para sus jóvenes, un imán que los atrajera para estudiar, desarrollarse, crecer, aprender, e incluso volver al archipiélago a mejorar su calidad de vida con lo aquí aprendido. Nunca fuimos capaces de vencer, por simple peso específico, los recelos sembrados entre los isleños por quienes siempre lucraron con ellos.

Hoy las cosas se dan casi de la manera contraria a la que razonablemente cabía esperar. Somos nosotros los que miramos hacia las islas, tal como lo refleja la amarga exhortación de la periodista Sylvina Walger en una nota en La Nación: “Por favor, dejemos en paz a esos isleños que tienen muchas más posibilidades que nosotros de llegar a ser un país en serio”.

Las Malvinas no volverán a ser argentinas mientras los argentinos no volvamos a ser argentinos, una condición que fuimos perdiendo con el tiempo a fuerza de manosear, despreciar y bastardear las instituciones que tanto esfuerzo les costó erigir a los fundadores de la nación, y que en algún momento nos permitieron reconocernos como parte de un proyecto común.

–Santiago González


ReferenciasLos malvinenses son personas como nosotros, por Enrique Arenz
¿Son realmente nuestras las Malvinas?, por Luis Alberto Romero


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2 opiniones en “Tango de Malvinas”

  1. Ésta es la inquietud que siempre se me presenta: ¿Para qué van a querer ser argentinos los isleños, para que le pongamos algún mequetrefe de gobernador, les cobremos impuestos irrisorios, los llenemos de empleados públicos inertes y los olvidemos a su suerte? (a menos que algún político piense en usar el tema Malvinas como campaña política… ¡UN MOMENTO!…)

    A los isleños hacerse argentinos les va a significar empobrecerse, les va a significar perder calidad de vida, sin duda. Entonces ¿para qué van a querer ser argentinos? Si les ofreciéramos algo mejor que los ingleses seguramente considerarían el nacionalizarse. Pero así como estamos ahora, utilizando el pretexto de Malvinas para ganar adeptos políticos mientras entregamos el resto del país a los intereses buitres internacionales, no vamos a conseguir nada bueno. Estamos frente a un circo sin sentido que, a mí forma de verlo, sólo puede terminar en una invitación a que los ingleses nos pasen por encima.

    Y para peor ahora parece que todo el resto del mundo nos apoya… ¿por qué se la juegan tanto todos por Argentina AHORA, cuando lo que necesitábamos es que nos ayudasen ANTES? A mi me huele muy a podrido, muy. Pero bueno, ya veremos qué nos depara el futuro.

    1. No crea que el resto del mundo nos apoya tanto. Los países sudamericanos, que se han mostrado muy locuaces, tienen todos pretensiones sobre la Antártida, y un enclave británico en Malvinas consolida los argumentos de otro aspirante a esa torta. Gracias por compartir aquí sus opiniones.

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