Amalia Lacroze de Fortabat (1921-2012)

Amalia Lacroze fue una de las dueñas de la Argentina, en el sentido más amplio de la palabra. Poseedora de una de las mayores fortunas del país, y administradora durante tres décadas de una de sus empresas más importantes, su trayectoria pública ejemplifica como pocas las relaciones entre el poder económico y el poder político desde el peronismo hasta nuestros días.

Cuando le preguntaron una vez si estaría dispuesta a postularse para algún cargo político, repuso: “Yo prefiero el poder real al poder formal”. Y, en una confidencia inesperada a un interlocutor circunstancial, declaró sin vueltas: “Yo, cada día que me levanto, lo hago sabiendo que la plata es mía, y que puedo hacer con ella lo que quiera”. Yo y yo.

Esas dos frases definen su visión del mundo, enmarcan el perfil de esta mujer ambiciosa y audaz, calculadora y enamoradiza, inteligente y sensual, generosa y mezquina, autoritaria y paternalista, con más dinero que buen gusto, con cierta inclinación al exhibicionismo pero reservada y discreta a la hora de la donación y el mecenazgo.

Su primer gesto de audacia fue el de abandonar a su marido Hernán de la Fuente cediendo a los reclamos amorosos del empresario Alfredo Fortabat, que la duplicaba en edad pero la centuplicaba en fortuna, con su cementera Loma Negra. Amalia y Alfredo, ambos separados, pudieron casarse en 1951 gracias a una disposición legal dictada para ellos, e inmediatamente derogada.

Amalia aprendió muchas cosas de su nuevo esposo, entre otras cómo el dinero podía influir decisivamente sobre el poder político. Fortabat mantenía aceitados vínculos con el gobierno peronista, y gratificaba a sus funcionarios a cambio de favores de todo tipo. Tan aceitados que en 1955 sus empresas fueron intervenidas e investigadas. Pero nada pudo probarse.

Alfredo, uno de cinco hermanos, había logrado por procedimientos todavía confusos que la totalidad de la fortuna familiar pasara a sus manos. Lo mismo logró Amalia cuando Alfredo murió en 1976 (poco después del fallecimiento de su médico personal y de su escribano de confianza, éste asesinado), porque el testamento que redactaba todos los años no se encontraba.

En el capítulo del libro Los dueños de la Argentina (1992) dedicado a Amalia Lacroze, el periodista Luis Majul afirma que el testamento había sido confiado a un abogado integrante del estudio de Eugenio Aramburu, hijo del militar asesinado por los Montoneros. Eugenio, hombre de íntima confianza de Amalia, se convertiría más tarde en vicepresidente de Loma Negra.

Un par de días después del fallecimiento de Alfredo, Amalia ocupó su lugar al frente de la empresa, iniciando una gestión de tres décadas que algunos califican de exitosa y otros de lamentable. De uno u otro modo, Loma Negra se erigió en ejemplo del capitalismo prebendario o, como preferimos describir en este sitio, de la mafia político-económica que se apoderó del país.

La flamante presidente del directorio mantuvo sin cambios el estilo paternalista de conducción empresaria, que entre nosotros se conoce como de “patrón de estancia”, y que combina la exigencia rigurosa con el auxilio oportuno, generoso e individual, pero incluye un rechazo visceral por la reivindicación en grupo.

En los alrededores de la planta de Loma Negra en Olavarría los Fortabat levantaron escuelas, hospitales y una villa entera para la atención y el alojamiento de sus operarios, y organizaron un club de fútbol para su entretenimiento. Pero no quisieron ni oir hablar de la silicosis, una enfermedad que según el sindicato afectaba a los trabajadores del cemento.

En 1977, el abogado Carlos Moreno, asesorado por algunos médicos, patrocinó juicios contra la empresa presentados por obreros afectados. Meses después Moreno fue capturado y muerto por los militares, según escribió su hijo, que responsabiliza a Loma Negra del hecho. La justicia falló finalmente a favor de los demandantes.

Otra cosa que hizo Amalia fue perfeccionar el sistema de cartelización que tan refinadamente había concertado su difunto esposo con las empresas de la competencia, y que suponía un reparto proporcional del mercado y un acuerdo de precios que por décadas obligó a los argentinos a pagar el cemento a cinco dólares la bolsa, frente a tres en el resto de la región.

Loma Negra obtuvo de los sucesivos gobiernos toda clase de beneficios irregulares, que van desde la estatización de millonarias deudas en dólares (que pagamos todos), a tarifas preferenciales en la provisión de energía, pasando por una miríada de exenciones impositivas, algunas encubiertas detrás de los famosamente corruptos regímenes de promoción industrial.

Además, el Estado siempre fue un cliente preferencial de Loma Negra para la construcción de autopistas, represas y obras públicas de diversa envergadura. Amalia siempre tuvo a mano un intermediario adecuado para obtener esos favores, fuesen las concesiones especiales o los contratos para la provisión de cemento.

Se dice que en tiempos de la dictadura los contactos le fueron facilitados por el coronel Luis Premoli, y en tiempos de Raúl Alfonsín, por Enrique “Coti” Nosiglia, ambos hombres de su íntima confianza. No necesitó gestores con Carlos Menem, que la nombró embajadora itinerante, ni tampoco con Fernando de la Rúa, que le respetó esa condición.

A esa altura, Amalia ya no buscaba a los políticos sino que los políticos la buscaban a ella, esperaban ser recibidos en su magnífico piso de la avenida Libertador. En algún reportaje, la empresaria comentaría, entre sorprendida y divertida, cómo los hombres supuestamente poderosos del país acudían temerosos a sentarse en sus sillones. Poder real y poder formal.

Esta mujer astuta y calculadora para los negocios tenía sin embargo un costado sensible, una inquietud siempre viva, entre sensual y enamoradiza, por la compañía masculina. La nómina de quienes le arrancaron suspiros incluye abogados, diplomáticos, políticos, artistas, militares, e incluso algunos codiciados padrillos de buena sociedad (se dice que uno se le retobó).

La crónica menuda recuerda que su enemistad con la dueña del grupo Clarín nació de la competencia entre ambas por la atención de José María Alfaro y Polanco, un elocuente embajador español que dedicó dieciséis años de su carrera a homenajear la belleza de las damas más encumbradas de la sociedad porteña.

En algún momento el diplomático desbordó los límites de la prudencia en la manifestación de su atracción por Amalia, lo que le ocasionó a ésta un primer gran disgusto con Alfredo, quien todavía vivía. Posteriormente, el embajador aparecería fotografiado casi a diario en las páginas de Clarín, y el mundillo local pudo saber quién había ganado la contienda.

El incidente tal vez dejó a Amalia el regusto de una derrota, y la necesidad de una venganza. De otro modo no se explica su imprudente incursión en el mundo de los medios, primero con Radio El Mundo, y luego con el diario La Prensa, donde desperdició 20 millones de dólares en el proyecto desopilante que le llevó un grupo de timadores.

Algunos que la conocieron de cerca la describen como una persona ingenua, capaz de caer en esas trampas cuando la motivación que la impulsaba no era del todo racional. Ingenuamente también posaba como conocedora de las artes plásticas, y había acumulado una costosa colección de originales que los entendidos describen piadosamente como “ecléctica”.

Ese perfil, alentado por el periodismo complaciente, la llevó a presidir el Fondo Nacional de las Artes, donde se la recuerda por haber manifestado su disgusto por un premio concedido a la novela El anatomista, cuyo autor Federico Andahazi cuenta la historia del descubridor de un secreto femenino muy bien guardado. Gesto inesperado en una mujer de su audacia.

En los noventa se vio arrastrada por la ola de frivolidad y exhibicionismo que recorría el país, y era frecuente verla mostrando su casa y sus vestidos en las revistas, que también relataban con pelos y señales su vida amorosa. Incluso se sometió al interrogatorio del “Contra” Juan Carlos Calabró, quien le preguntó cómo se las arreglaba con tantos cuadros “en dos ambientes”.

Mucho se ha hablado en estos días de las actividades caritativas y de mecenazgo en que se vio envuelta Amalia, algunas veces a título personal, otras a través de su fundación, unas veces para resolver carencias y sostener instituciones públicas, otras para promover disciplinas científicas o artes determinadas.

Se dice que sus donaciones de todo tipo pudieron haber alcanzado la suma de cuarenta millones de dólares. Aunque la cifra es equivalente a la mitad de la deuda estatizada de Loma Negra, no debe ser por eso desdeñada. Son muchos los colegas de la empresaria que recibieron favores similares, y no retribuyeron ni un peso.

El último acto controvertido en la vida empresaria de Amalia Lacroze fue la venta de Loma Negra en el 2005 a un grupo brasileño, decisión que no esperaban quienes recordaban su preocupación por los veteranos de Malvinas, su reiterada costumbre de proponer un brindis por la Argentina, su pasión por el tango y el folklore (que bailaba con placer), su apoyo a la ciencia y el arte argentinos.

Para entonces el gobierno de Néstor Kirchner ya la había echado del Fondo Nacional de las Artes, le había quitado el rango de embajadora, le había demandado el pago de deudas impositivas, le había iniciado juicio por la cartelización del mercado del cemento. Amalia, ya mayor, no tenía fuerzas para soportar estos embates y mantener la empresa a flote.

Explicó su decisión de vender diciendo que no había en su familia la energía o la voluntad para seguir conduciéndola. Pudo haber sacado la empresa a la Bolsa, para que los inversionistas argentinos tuviesen un alternativa mejor que fugar sus capitales del país, pero aparentemente no se le ocurrió. Con su plata, en definitiva, hizo lo que quiso.

De todos modos, dejó a la Argentina un legado importante: la fundación y el museo de arte que llevan su nombre. Su personalidad unió a un tiempo los perfiles de la vieja clase dirigente argentina, paternalista, arbitraria, orgullosa y hasta cierto punto autónoma, con los de los nuevos dueños del país, cuya prosperidad depende de su cercanía a un estado corrupto.

–Santiago González

Califique este artículo

Calificaciones: 5; promedio: 5.

Sea el primero en hacerlo.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *