Abrigado hasta las orejas, con una espesa barba blanca que lo cubre aún más, evidentemente excedido de peso, y con algunos síntomas de hipertensión, Santa Claus maltrata a sus renos en el caluroso verano del sur, víctima temprana de una globalización que lo eligió como símbolo de la Navidad. Pero, ¿qué otra cosa puede hacer este gordo simplote y bonachón? Allí abajo los niños ya han colgado sus medias de la repisa de hogares apagados, o dejado sus cartas junto a un árbol... Continúa →