Sudor y algunas lágrimas

Cuando Winston Churchill necesitó galvanizar la voluntad de los británicos para comprometerlos en el esfuerzo de guerra contra Alemania, no les prometió paz y prosperidad, en todo caso un objetivo de largo plazo de esa guerra, sino sangre, sudor y lágrimas. Los británicos le respondieron porque sintieron que en el corazón de esas palabras duras latía la verdad: no les estaban dorando la píldora, les estaban anticipando un sacrificio en el que estarían en juego incluso sus vidas y las de sus seres queridos. El gran problema con el nuevo gobierno argentino es su reticencia, su temor a plantearle la verdad a la gente, a hablar claro, a decir las cosas como son. Y no son tan difíciles de explicar: la Argentina, es decir sus ciudadanos y también su Estado, se ha acostumbrado a vivir por encima de sus posibilidades, tratando de sostener parámetros alcanzados en épocas más prósperas; por razones demasiado complejas para resumirlas aquí, su trabajo perdió competitividad y productividad; para cubrir las diferencias, durante mucho tiempo apeló alternativamente a endeudarse en el exterior o a despojar internamente a quienes lograban acumular incluso los más modestos ahorros; esos atajos son ya insostenibles, y es necesario replantear todo: los ciudadanos deben resignarse a ver reducida su capacidad de consumo, y el Estado debe renunciar a muchas de las tareas de promoción y fomento que asumió en el pasado para concentrarse en la eficiente administración de las tres o cuatro cosas básicas que le competen: salud, educación, defensa, seguridad, y nada más. Jorge Fontevecchia dice en su columna de Perfil que protestas como el reciente cacerolazo no podrán torcer el rumbo de lo inevitable: una reducción de la capacidad de consumo, que él calcula en un cinco por ciento, e incluso más. “¿Pero quién ganaría las elecciones prometiendo bajar el consumo un 5%? O ya en el gobierno, ¿quién no perdería apoyo más rápidamente si le dijera a la población que no hay más salida que apretarse el cinturón?” –pregunta el articulista–. “Por eso, el problema del gobierno no es de comunicación –concluye–, hay temas que no se pueden comunicar.” La conclusión es errónea. La Argentina tiene ante sí un desafío de supervivencia como, salvando las enormes distancias, lo tenía Gran Bretaña cuando Churchill le habló a su pueblo. Al hacerse cargo de sus palabras, y de lo que ellas implicaban, el inglés demostró su capacidad de liderazgo. Mauricio Macri sólo tendría que pedir bastante sudor, y tal vez algunas lágrimas, pero no mucho más, y sin embargo no habla; a la inversa de Fernando de la Rúa, tal vez piensa que es feo dar malas noticias. Su capacidad de liderazgo, de este modo, no aflora; se diluye en los pronósticos edulcorados sobre un futuro que nadie sabe cómo habrá de llegar. Y la gente ya está harta de pronósticos edulcorados: votó un cambio con la esperanza de que alguien, alguna vez, le diga la verdad, por dura que sea. ¿Será que Macri carece de esa capacidad de liderazgo, o será que, como dice Fontevecchia, hay temas que no se pueden comunicar? El periodista sostiene correctamente en su comentario que los aprietos por los que atraviesa la Argentina se deben a que el déficit fiscal viene aumentando año tras año, y que el 2016 arrancó con un ocho por ciento del producto bruto, cuando un nivel sustentable sería del tres por ciento. Esa diferencia, deduce, debería cubrirse con una reducción del cinco por ciento en la capacidad de consumo. Pero en ningún momento dice que también es posible reducir el déficit achicando el Estado, lo que aliviaría el peso que recae sobre el ciudadano. Esto que Fontevecchia no dice es lo que Macri no hace, y lo que Macri no hace –no está, por lo visto, dispuesto a hacer– es lo que en definitiva le impide hablarle con la verdad a la gente. –S.G.

Califique este artículo

Calificaciones: 3; promedio: 5.

Sea el primero en hacerlo.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *