Gobierno sobre aviso

El cacerolazo reflejó descontento con las tarifas pero también con la falta de cambios, y envió un mensaje sobre el 2017

El oficialismo haría bien en no subestimar el cacerolazo contra el alza de tarifas: fue más intenso de lo que cualquiera habría esperado e incluyó una variada serie de advertencias sobre su gestión de gobierno y sus reflejos políticos, o más bien la ausencia de ellos. La primera advertencia, obvia, es sobre las tarifas de los servicios; la segunda es sobre las expectativas de cambio; la tercera es sobre las alineaciones políticas.

Tarifas. El gobierno hizo todo mal. Lo que sugiere que sus famosos planes y estudios y equipos eran puro verso. Lo primero que hizo mal el gobierno fue no explicar la situación a la gente. Si hubiera algún liberal en el elenco podría haber recordado los esfuerzos pedagógicos de Álvaro Alsogaray y su famoso pizarrón, o al menos la más cercana claridad expositiva de Domingo Cavallo. Pero nadie creyó necesario explicar al ciudano cuánto cuesta importar gas, acondicionarlo y distribuirlo, y cuánto de ese costo se le cobra en la tarifa y cuánto todavía paga el Estado. Ni tampoco explicarle por qué hay que importar gas cuando una década atrás lo exportábamos. Desde el gobierno sólo se le dijo que había que cumplir con una planilla de Exel, en una grave confusión entre administración de empresas y gestión política. El gobierno va por su tercer intento de acomodar los números de la planilla, y ninguno es satisfactorio, ni para los consumidores ni para los proveedores. La gente percibe el nivel de improvisación que hay entre quienes deberían ofrecerles explicaciones y certezas, y siente que una vez más le están metiendo la mano en el bolsillo, aunque no sea cierto o, al menos, no del todo cierto. ¿Puede sorprender que salga a la calle a expresar su descontento?

Cambio. El año pasado los ciudadanos votaron por un cambio y, como ya dijimos en este sitio, empezaron por cambiar ellos mismos: pusieron en la escena política a un nuevo jugador, y por primera vez dieron su apoyo a una coalición de corte centro derechista y de orientación pro mercado. Votaron por un cambio, esperaban un cambio, y ese cambio no aparece. Las tarifas aumentan como es debido, pero los impuestos no desaparecen como también es debido ni baja el gasto público ni, consecuentemente, tampoco cede la inflación. El Estado se resiste a desmantelarse a sí mismo, a eliminar dependencias y trámites y regulaciones, que hay que sostener con personal, oficinas, equipos y papelerío, y que no sirven para nada como no sea para entorpecer la vida de la gente. Se despilfarra en caprichos suntuarios o políticamente correctos –desde el Canal de la Ciudad hasta la Superliga–, y el capitalismo de amigos vuelve a levantar cabeza, sólo que con otro surtido de amigos. Aunque algunas instituciones del Estado arrasadas por el kirchnerismo están volviendo a la normalidad, eso no es un cambio; en todo caso es una corrección de lo que estaba torcido. Nada, absolutamente nada cambió de manera claramente perceptible para el ciudadano, ni siquiera en el terreno de lo simbólico, con excepción del bienvenido regreso de los desfiles militares. ¿Puede sorprender que salga a la calle a expresar su frustración?

Alineaciones. La protesta fue más fuerte en los barrios de clase media, que es la más golpeada por las nuevas tarifas: los más pobres conservan los subsidios y los más ricos no tienen problemas. El problema político para el oficialismo es que fue justamente esa clase media, o esa franja de la clase media, la que le dio los votos para llegar al poder y la misma que no tendría problemas para negárselos en el futuro porque en general carece de lealtades políticas, más allá de un difuso y confuso progresismo del que se apartó para darle los votos a Cambiemos. Es cierto que la nueva administración lleva apenas siete meses en el gobierno, pero también es cierto que las elecciones legislativas del 2017 están a la vuelta de la esquina, y Cambiemos no puede arriesgarse a sufrir una derrota. Mejor dicho, la Argentina no puede arriesgarse a sufrir una derrota de Cambiemos, su apuesta extrema para revertir la decadencia y el empobrecimiento que la asuelan. ¿Puede sorprender que los ciudadanos le hayan comunicado al oficialismo que no tiene los votos comprados, y que para mayor claridad lo hayan hecho en respuesta a una convocatoria kirchnerista?

La primera reacción oficial tras la protesta apuntó a minimizarla. Incluso como respuesta mediática, parece poco inteligente. En estos días escuché dos veces, separadamente, en boca de sendos comentaristas que ven con simpatía al nuevo gobierno la palabra “pedantería”. Quisiera que estuvieran equivocados, quisiera ver aparecer de una buena vez el gobierno que el país votó, defendiendo los valores y la cultura que sus figuras dijeron representar, quisiera ver aparecer el coraje y el liderazgo, la palabra que ilumine, ordene y aliente, lejos del autoritarismo y cerca de la autoridad. Muchos dicen que al gobierno le falta un relato, y creo que es un error, o una palabra equivocada para referirse a otra cosa. Me parece que al gobierno le falta pedagogía, le falta magisterio para compensar décadas de lavado de cerebro progresista, le falta usar el pizarrón de Alsogaray en materias que van mucho más allá de la economía, y especialmente le faltan hechos sobre los que apoyar prácticamente sus enseñanzas. Y temo que le falte todo eso porque en el fondo le faltan convicciones: tiene ante sí una oportunidad histórica que se le puede escapar de las manos porque aparentemente no cree en lo que dice que cree. Y sin convicciones no hay liderazgo. Y sin liderazgo, lamentablemente, no hay cambio.

–Santiago González

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