¡Subcampeones!

clemente

Perder una final no le gusta a nadie. Pero hay maneras de perder que son un triunfo. La selección conducida por Alejandro Sabella nos dio todos los motivos para sentirnos orgullosos: trabajo, entrenamiento, preparación física, corrección dentro y fuera del campo de juego, espíritu de cuerpo, respeto por el otro, tolerancia con el error ajeno, humildad con el acierto propio. Cuando la última prueba resultó adversa no se escucharon excusas por los errores o las dificultades, ni quejas por el arbitraje (pese al penal no cobrado) ni atribución de culpas a factores externos. Este comportamiento refleja un acertado liderazgo, y es de justicia recordar aquí el menosprecio con que fue tratado Sabella antes del torneo, tal vez por su estilo poco mediático, sin estridencias, correcto, educado, sencillo, prudente. Lo visto en el campo de juego a lo largo de estas semanas indica que el técnico se ganó el respeto de sus jugadores, y que ese respeto seguramente fue recíproco. Hubo otro liderazgo notable en el equipo y fue el de Javier Mascherano, a quien en todo momento, incluso dolorido y sin fuerzas, se lo vio orientando, ordenando, estimulando a sus compañeros. Las palabras que tuvo para el arquero Sergio Romero antes del desafío de los penales van a ser recogidas seguramente en los manuales de motivación y conducción. El público advirtió sus méritos y lo hizo saber: la dirigencia social y política de la Argentina podría tomar nota de qué clase de liderazgos está reclamado el país. El equipo demostró ser exactamente eso, un equipo. No fue dependiente de su astro más famoso, antes bien supo compensar los eclipses que por una u otra razón ese astro tuvo a lo largo de la competencia. Quizás más que en otros torneos similares, se vio en este mundial que los partidos se ganan, cuando se ganan, con una adecuada combinación de pasión e inteligencia; mejor dicho, que la pasión, si no es gobernada por la inteligencia, no alcanza. También se vio que la viveza criolla no sirve para nada, y que es posible prescindir absolutamente de ella.

Este subcampeonato debe ser un motivo de felicidad y orgullo para todos los que nos reconocemos como argentinos, tanto como lo habría sido el campeonato, que estuvo apenas a un gol de distancia, porque fue limpia, honorable, esforzadamente conseguido. Por eso mismo también comporta una lección, para los que componemos el equipo más amplio que construye el país día a día, y para sus dirigentes: enseña cómo hay que trabajar y cómo hay que conducir para que el esfuerzo, la pasión, la inteligencia rindan frutos. –S.G.

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