Sopa de pollo

Cambiemos no ha querido aplicar un tratamiento de shock, pero bien puede asistirnos en nuestra convalecencia

Esperaba más del nuevo gobierno. Esperaba un cambio, que era lo que prometía desde su propio nombre la coalición que lo sostiene; un cambio antes que otra cosa cultural. Más que el cepo o los subsidios me importaba la mentalidad que había concebido desde el poder y tolerado desde el llano el cepo y los subsidios, y además el autoritarismo y la corrupción. Ese cambio en las nociones básicas y elementales que ordenan el desenvolvimiento de una sociedad de hombres libres no se produjo, o no se produjo con la intensidad suficiente, y por lo tanto la mentalidad prevaleciente entre gobernantes y gobernados sigue siendo la misma. Sería injusto negar que muchas áreas del Estado han recuperado el apego al orden institucional , y que las acciones de gobierno se ajustan convenientemente a la ley. Pero la mentalidad estatista sigue en pie, el gasto público es inflexible, el aparato del Estado no deja de crecer, y el gobierno no ha renunciado un palmo a su capacidad de regular la vida de la gente, más bien la ha aumentado. Ni tampoco ha renunciado a su poder discrecional para actuar en la esfera de la economía y los negocios, en beneficio de unos y en perjuicio de otros.

En el quehacer cotidiano, al ciudadano de a pie se le hace difícil percibir un cambio: los delincuentes conocidos todavía no están presos, los dineros públicos robados todavía no fueron devueltos, los políticos (funcionarios, legisladores) se comportan según sus rutinas habituales (con la rara excepción de María Eugenia Vidal, que luce distinta), aquí y allá aparecen sospechas de negociados, los precios siguen aumentando, y la economía no arranca. El asfaltado de una ruta remota o el tendido de un puente imprescindible son importantes, pero no alcanzan para generar en el ciudadano algún tipo de identificación con o adhesión hacia un gobierno que parece igual a cualquier otro.

La conducción política del gobierno creyó que su sola presencia iba a atraer una catarata de inversiones, locales y externas; que esas inversiones iban a movilizar la economía y generar trabajo, y que el cambio de mentalidad se iba a dar por sí solo. Pero esas expectativas, decididamente infundadas, no se cumplieron. Las inversiones no aparecen, el atraso cambiario contiene la inflación pero no contribuye a la reactivación, y la capacidad de endeudamiento ya ingresó en la zona de alerta amarilla, por decirlo de algún modo. El cambio de mentalidad no se produjo espontáneamente, como esperaba el gobierno, pero tampoco fue inducido porque Cambiemos se negó a desarrollar la labor pedagógica que doce años de propaganda populista a machamartillo exigían a gritos. “La política no es pedagogía”, dicen que dijo el jefe de gabinete.

El funcionario se equivoca: en el siglo XXI la polítca es antes que nada pedagogía, las contiendas políticas ya no tienen que ver solo con las ideologías, las plataformas partidarias y los programas de gobierno, sino que han adquirido la forma de batallas culturales, más amplias y abarcadoras; en la Argentina la batalla cultural la conduce un solo bando, en el que se alinean con menos diferencias entre sí que las que ellos mismos suponen los medios de comunicación, el sistema educativo en todos sus niveles, y la iglesia católica. Estos son los principales generadores de los mensajes que recorren la sociedad argentina, y la mentalidad populista progresista que transmiten no es contestada por nadie, o, para ser justos, sólo es contestada por algunas voces, débiles, aisladas y marginales. ¿Puede extrañar, en este contexto, la renovada virulencia que pudo inyectar el kirchnerismo en las últimas manifestaciones públicas, de la CGT, de los docentes, de los mal llamados organismos de derechos humanos?

A esa virulencia, un grupo de ciudadanos, presumiblemente votantes de Cambiemos, quiere responder con una manifestación pública en respaldo de las instituciones y del estado de derecho. En esos términos, la iniciativa es plausible; no lo sería si se la planteara como una marcha contra el kirchnerismo, el populismo, el peronismo, o sus resabios. Cualquier propuesta que apunte contra un enemigo interno es peligrosa, porque conduce a la idea falaz de que basta con eliminar a ese enemigo para restablecer el orden. Nunca se trata de eliminar al enemigo sino de persuadir al compatriota, que es una cosa muy distinta. Las recientes marchas agitadas por el kirchnerismo reivindicaron esa lógica del enemigo interno, que alimentó la violencia política de los setenta, y lo peor que podría hacerse sería echar leña a ese fuego.

El gobierno no produjo los cambios drásticos que algunos esperábamos, porque así lo planeó o porque no le da el cuero para otra cosa. Pero al menos hace el intento de encaminar al país por el camino de la normalidad, que ya es algo. Probablemente, la maltrecha sociedad argentina puede beneficiarse de un período de convalecencia, de curación de los espíritus, de sanación del tejido social, de reparación de ese lugar de encuentro donde nos reconocemos como argentinos (y que con sorprendente agilidad instalan en el exterior los argentinos de la diáspora). Si logramos darnos de alta podremos, ¿quién sabe?, ajustar de una vez las cuentas con el pasado, y resolver o encauzar nuestras eternas querellas ideológicas. Cambiemos no nos va a ofrecer un tratamiento de shock, pero bien puede entretanto proveernos ese caldito liviano, esa sopa de pollo que necesitamos para restablecernos, para recuperar fuerzas, para aclarar las ideas. Sólo por eso vale la pena darle apoyo, sólo por eso y porque no tenemos alternativa.

–Santiago González

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Publicado el Categorías Política, SociedadEtiquetas Imprimir Imprimir Enviar Enviar

2 opiniones en “Sopa de pollo”

  1. Hay que reconocer que, con toda esta escalada de histeria colectiva por el tema mapuche, la sopa de pollo es lo que más necesita nuestra sociedad. Aclarar las ideas, calmar los ánimos, fijarse en los datos para realizar conclusiones y tomar decisiones.

    Pensar, cuestionarse a uno mismo despiadadamente, y darle una oportunidad al prójimo para que se exprese, pero en serio.

    1. Ojalá fuera así, pero veo que estamos demasiado enconados contra nosotros mismos. Nos falta un mínimo de confianza recíproca, de reconocimiento y de pertenencia para sanar como sociedad, me parece.

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