La soberbia y el precipicio

Los últimos gestos de Cristina Kirchner la muestran en la cumbre de la soberbia, a un paso del precipicio: se burló de la opinión internacional, y le ganó de mano al New Yorker; se burló de la historia, y emplazó a Juana Azurduy en el lugar reservado para honrar la figura de Cristóbal Colón; se burló de la justicia, e hizo echar al juez que investigaba los turbios negocios de su familia; y, lo que es más grave, se burló reiteradamente de sus gobernados, primero negando los absurdos niveles de pobreza e indigencia en que los sumió, después llevando a pasear en el avión del estado al presidente de un país que no mueve un dedo para liberar a decenas de argentinos sitiados en su territorio, y por fin al infligirles reiterados mensajes en cadena, que nadie escucha y todos aborrecen como ella bien sabe.

La presidente parece transitar las vísperas del fin de un ciclo vital que reconoce como escalones principales el resentimiento acumulado en la adolescencia y juventud como motor; la imperiosa, obsesiva necesidad de venganza como propósito; la acumulación de poder económico y político, por las buenas y por las malas, como instrumento; la humillación de los amigos porque soportan todo y de los enemigos porque no toleran nada, como ejecución; y, en el último peldaño, la soberbia sin límites, la hubris enceguecedora como consecuencia.

Ya en la cumbre, bajo los efectos del encandilamiento, en plena borrachera del poder, que no es impunidad sino ilusión de impunidad, perdida la cautela, muy pocos atinan a cuidarse de dar el próximo paso, el que conduce inexorablemente al abismo. Abajo esperan, anhelantes, las fauces abiertas de los nuevos ofendidos, de los humillados, de los resentidos, que –según dice nuestra experiencia histórica– se alimentarán del caído para engendrar otro encumbramiento, y reiniciar el ciclo. –S.G.

Notas relacionadasHumillaciones

Califique este artículo

Calificaciones: 3; promedio: 5.

Sea el primero en hacerlo.

Publicado el Categorías PolíticaEtiquetas Imprimir Imprimir Enviar Enviar

4 opiniones en “La soberbia y el precipicio”

  1. No hay nada que agregar a sus palabras.
    El aforismo de Acton se vuelve a aplicar: “El poder tiende a corromper; y el poder absoluto, corrompe absolutamente”.
    La estatua de Azurduy, una representación indirecta de Ella misma, corona sus esfuerzos de auto-engrandecimiento (aún más allá del que le dedicara a su difunto esposo, su maestro en política).
    La estatua de Zerneri que festeja a Juana-Cristina exhibe un lenguaje impersonal y ampuloso; y patético, como nos gusta a los “americanos”…
    Carece totalmente de poder de síntesis, igual que los discursos de Cristina Fernández.
    La prueba, entre otras cosas, está en la cara: de repente, en un contexto impersonal, aparece una cara personal, la cara de alguien en particular, como una foto o un calco agrandado; y todo el movimiento se detiene ahí, en la cara, el foco del conjunto, ¡pero tiene otro lenguaje, como si se tratara de un montaje…!.
    El otro foco es la tremenda espada que blande con la mano izquierda frente a la casa de gobierno; que por eso, posiblemente, se pone colorada, morada, violácea, azulada…
    Pero el simulacro no está completo porque falta – sorprendentemente – el gesto que hubiese unificado un poco al cuerpo con la cara y la espada: ¿cómo puede ser que, con semejante esfuerzo, la figura no “abra la boca” y muestre los dientes para gritar su rebelión? (¡Lo que nos perdimos!)
    Las aclaraciones de Zerneri sobre la estética europea y la americana indican que es un gran trabajador, pero muy inocente…
    Un amontonamiento de materia no es una forma.
    Y el gobierno de Cristina Fernández es un amontonamiento de insensateces.

      1. Es muy inquitente su última frase, Santiago.
        Augura una especie de eterno retorno de lo mismo.
        Habrá que confiar en lo imprevisible: quizás, una pendulación hacia prácticas políticas honestas; un despertar de la justicia.
        ¿Quién sabe?

        1. Muchas veces pensé que habíamos aprendido la lección, y en todas me equivoqué. No veo que nada haya cambiado, al contrario: basta una recorrida por los foros, las redes sociales, para comprobar que seguimos atrapados en enconos ciegos (y además equivocados). Pero, bueno, es cierto, perder las esperanzas sólo empeora las cosas.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *