Relato del país normal

«Tras la experiencia kirchnerista, muchos ansiamos prioritariamente volver a ser un país normal. No es un programa que exalte la imaginación ni encienda la fe, aunque en cambio puede alentar la esperanza. Hasta es posible imaginar una épica de la normalidad. ¿Cómo ensamblar este modesto objetivo en una narrativa histórica? Simplemente recordando que la Argentina fue un país normal hasta un momento no tan lejano -quizá los años sesenta del siglo pasado-, todavía presente en la memoria de muchos, que también fueron testigos de su demolición a lo largo de las cuatro décadas siguientes, no compensada con la exitosa construcción democrática. Esa imagen de un país normal -sin duda con mucha estilización y una cuota de idealización-, sumada a la pregunta sobre por qué se perdió, suministra una base en el sentido común para construir un relato alternativo. Señalemos algunos puntos de una narrativa posible, que recoja los logros y los problemas mal resueltos de aquel país normal. Recordemos la laboriosa construcción institucional a lo largo del siglo XIX, finalmente exitosa, pero también su precio: siete décadas de sangrientas guerras civiles. Recordemos el Estado que tuvimos, con buenas instituciones, respeto por la ley, burocracias calificadas y capacidad para emprender políticas de largo aliento, como lo fue la educativa. Pero no nos olvidemos de su desvío corporativo y prebendario, tan costoso como su tendencia a engordar con empleados innecesarios. El punto más alto de ese país normal fue su sociedad de clases medias, excepcional en el contexto hispanoamericano. Lo fue por capacidad para integrar amplios y renovados contingentes de nuevos miembros, darle a cada uno un trabajo y una buena educación y habilitarlos para sus personales aventuras de ascenso en una sociedad fluida y sin brechas profundas. Pero recordemos que uno de los precios de la democratización fue el abatimiento de sus elites, tanto las del rango como las del mérito, suplantadas por las constituidas alrededor de las corporaciones o de las prebendas estatales. Evoquemos una cultura abierta al mundo, liberal, dinámica y creativa, pero frenada reiteradamente por un núcleo tradicional, autoritario y xenófobo, que terminó por imponerse. Finalmente, recordemos que esta sociedad democrática fue políticamente facciosa, consagró gobiernos civiles autoritarios y poco republicanos y toleró dictaduras militares. Tuvimos un país que encontró la manera de convivir con sus conflictos y de mantenerse dentro de una aurea mediocritas, que fue arrasada por la crisis desencadenada en la década de 1970. Recuperar la imagen de ese pasado, afirmar lo que tuvo de virtuoso y esquivar las acechanzas que todavía rondan hoy puede ser la base de una la narrativa adecuada para una sociedad que hoy busca la normalidad.»

–Luis Alberto Romero, en La Nación, 13-5-2016

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