¡Quiero una república bananera!

Al principio fue una simple curiosidad: leer las marcas graciosas en las etiquetas que aparecen pegadas en las bananas, Chiquita, Bonita… La curiosidad me llevó a la revelación: ¡todas las bananas que venden en el supermercado son importadas, en su enorme mayoría de Ecuador! Me aseguran, aunque no las descubrí, que ¡también compramos bananas al Brasil!

¡Es de necesidad y urgencia que tomemos conciencia de esta verdad, oculta o disimulada con toda malicia por los medios concentrados! La Argentina, nuestra Argentina, compatriotas y compatriotos, ¡es un país dependiente en materia bananera! ¡Estamos a merced de las corporaciones extranjeras, de la United Fruit, de la Forestal, vaya uno a saber!

Imaginemos el drenaje de divisas que produce el ingreso incesante de cachos de banana importados. A diferencia de las otras frutas, las bananas no parecen tener estacionalidad. Llegan durante todo el año, alimentando continuamente las licuadoras, y licuando al mismo tiempo las reservas del Banco Central.

Nuestro gobierno nacional y popular no puede ni debe permanecer inactivo frente a esta situación. Las mentes que conducen nuestra economía ya han dado muestras de conocer los perjuicios que nos causa la importación, y han imaginado numerosos mecanismos para reducirlas, obstaculizarlas o simplemente impedirlas.

Si alguno de ellos llegó a decir que no había que importar ni un tornillo, ¿cómo ignorar entonces el ingreso masivo y descontrolado de bananas, que ni siquiera son bienes de capital?

Amado Boudou, Guillermo Moreno, Beatriz Paglieri, Débora Giorgi, Mercedes Marcó del Pont, Julián Domínguez deberían formar ya mismo un comité de crisis para encarar con decisión y audacia el tema crucial de la banana. Nada nos impide, todo lo contrario, producir bananas en nuestro suelo, sustituir importaciones.

Si hasta el propio Dios, que seguramente es argentino, nos ha enviado el viento de cola necesario para favorecer el cultivo local del banano. ¿Acaso la misma corporación mediática no ha debido reconocer que el clima nacional se está tropicalizando aceleradamente? ¿Acaso no hay loros por todas partes?

¿Acaso nuestras radios no están saturadas de ritmos tropicales? ¿Acaso nuestra bendita tierra no se ha visto favorecida por una masiva inmigración procedente del trópico, presumiblemente más apta para ponerse a trabajar de inmediato en la reconversión de nuestras praderas en inmensos bananales?

Lo que en los setenta era apenas una utopía, finalmente lo hemos hecho realidad: ¡somos Latinoamérica!

¡Es hora de poner fin a la dependencia de la soja, ese yuyo que ni siquiera consumimos y que sólo sirve para engordar a los puercos chinos (al ganado porcino chino, quiero decir)! ¡Es hora de terminar con los pools de siembra, de batir en retirada a las corporaciones internacionales que han sometido a este país al monocultivo sojero y al agravio del glifosato! ¡Bananas para todos!

¡Qué oportunidad de oro para la militancia juvenil oficialista! ¡Emular la gloriosa batalla de la revolución cubana por la zafra azucarera! Puedo ver en el futuro a cientos, qué digo cientos, miles de jóvenes brigadistas marchando desde el Obelisco hacia Formosa, el Chaco, Corrientes, Misiones, para echar las simientes de la industria bananera nacional.

Y también puedo avizorar la consigna, multiplicada en los medios estatales y privados (los beneficiados con la pauta), repetida en carteles sobre las rutas a lo largo y ancho del país, sobreimpresa en todas las pantallas de la Televisión Digital Abierta: “Argentina, un país de buenas bananas”.

¡El futuro es la república bananera! ¡No nos neguemos al progreso!

–Santiago González

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