Luis Alberto Spinetta (1950-2012)

Lo primero que sorprende en Luis Alberto Spinetta es que su arte de músico y poeta, una de las matrices del rock en la Argentina, que se dio a conocer con Almendra en 1967 y estalló en un gran final antológico con Las Bandas Eternas en el 2009, haya sobrevivido a través de los peores años de la Argentina y mantenga aun su vitalidad.

Milagro atribuible a la cordura esencial de la locura que lo animaba, locura creativa que lo impulsaba a perseguir el sonido y la palabra capaces de dar voz a la angustia creciente de una generación tras otra, que iban brotando a la vida sólo para recibir cada vez un cachetazo más impiadoso: la locura de la cordura.

Desde sus sucesivas bandas, o su trabajo como solista, Spinetta dejó más de trescientas canciones. Probablemente algunos de nosotros, sus contemporáneos, llevemos una prendida a algún pliegue del corazón; seguramente todos guardamos allí la Muchacha, ojos de papel, la Plegaria para un niño dormido, el Seguir viviendo sin tu amor.

Hizo su trabajo a conciencia, buscando y rebuscando en las palabras de otros creadores (y aquí habría que incluir un raro espectro que incluye a Borges y a Artaud, a Van Gogh y a Jung, a Pizarnik y a Santa Teresa) y en los sonidos de otros músicos (y aquí otro raro espectro, que une el rock y el tango, el jazz y el blues, Led Zeppelin y John Cage).

No era cuestión de imitar, claro, sino de encontrar la propia voz. “Yo nací para hacer canciones”, dijo una vez. Es cierto. Su trabajo fue decir, con palabras y sonidos, romper el silencio. “Cada nota es una esperanza, mientras que el silencio no posee ninguna esperanza más que la de ser una nota.”

En su proceso creativo, el principio no era el verbo. “Para la canción escribo porque la canción exige una letra y la música siempre está antes. La música esconde algo y uno debe encontrarlo. Uno tiene que descubrir el texto que está escondido en esa línea melódica, tiene que poder arrimar. Son esas palabras y no otras.”

Spinetta fue un músico, refinado y complejo, inspirado y con buen gusto, un “músico para músicos”, pero muchos disfrutaron de sus melodías poco convencionales. Y también fue un poeta (“Tengo cuadernos y cuadernos llenos de poesías.”), poeta para nada sencillo, cuyas extrañas metáforas rescataban de la chabacanería a un público fascinado.

Si bien no era indiferente a su entorno (“Qué manga de traidores en nuestra patria. Una sarta de hijos de puta, hermano.”), sus preocupaciones esenciales se orientaban en una dirección más existencial y cósmica, lo que colocó a sus canciones en un lugar más profundo, al margen de los vendavales superficiales que nos azotaron.

La trayectoria de Spinetta se despliega a través de su participación en cuatro bandas: Almendra (1967-1970), Pescado rabioso (1972-1973), Invisible (1973-1977), Spinetta Jade (1980-1985), y Los socios del desierto (1997-1999). Entre banda y banda, una intensa labor como solista. En todos los casos, búsqueda y experimentación.

Entre las decenas de álbumes que grabó se destaca Artaud, de 1973, elegido en una encuesta como el mejor de la historia del rock argentino. Atribuído a Pescado rabioso, en realidad es un revolucionario trabajo solista que tiene como plato fuerte la “Cantata de puentes amarillos”, basada en cartas de Van Gogh a su hermano Thèo.

Al presentar ese disco en el teatro Astral de Buenos Aires, Spinetta afirmó en un manifiesto: “El Rock no es solamente una forma determinada de ritmo o melodía. Es el impulso natural de dilucidar a través de una liberación total los conocimientos profundos a los cuales, dada la represión, el hombre cualquiera no tiene acceso.” Ese fue su credo.

–Santiago González


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