Por un país normal

La mayor movilización popular que recuerde la historia de la democracia argentina no acudió en respaldo de una parcialidad política. Y a pesar del fuerte contenido antikirchnerista de muchas de sus consignas, tampoco se pronunció contra el oficialismo en tanto parcialidad política. No cuestionó la ideología del gobierno, sino su manera de gobernar, o mejor su desgobierno. Los centenares de miles que el 8 de noviembre se manifestaron a lo largo y lo ancho del país, y también fuera de sus fronteras, lo hicieron de la manera más normal, sin violencia ni agresiones, y en demanda de un país también normal, sin pretensiones, sereno, respetuoso de la ley y de sus ciudadanos, seguro, ordenado y previsible, preferentemente aburrido. El suyo fue un llamado a atender las reglas de juego más básicas de la Nación, sus instituciones republicanas, los derechos y obligaciones que establecen la Constitución y los códigos, y a reconstruir el Estado como prestador de educación, salud, justicia y seguridad interna y externa. Incluyó además una firme demanda de decencia y de competencia en el ejercicio del gobierno. La protesta puso en evidencia una agenda ciudadana que revela hartazgo con los experimentos extravagantes de ingeniería social y reclama más acciones de ingeniería práctica, orientadas a resolver problemas como la inflación y la inseguridad, que arruinan la vida de la gente, y que el resto del mundo más o menos ya tiene resueltos. Rechazó igualmente la pretensión totalitaria de un gobierno que va por todo avasallando las leyes y las libertades individuales, y también rechazó la atomización narcisista de una oposición carente de representatividad real: por eso los manifestantes marcharon autoconvocados, y por eso se cuidaron escrupulosamente de quedar bajo cualquier padrinazgo partidario. Ese vasto sector de la sociedad que salió a la calle, o que se identificó con los que salieron, también entregó un mensaje sobre sí mismo. Dijo: nos reconocemos como argentinos, nos unen los mismos colores y cantamos un mismo himno; nos enfrentamos a los mismos problemas y queremos soluciones, cualesquiera que sean. La ideología que enmarque esas soluciones no nos preocupa por ahora. Hasta aquí, el análisis no muestra más que buenas señales, pero ¿cuál será el efecto del caceroleo? El escepticismo planteado después del 13 de septiembre en la nota El exitoso fracaso de las cacerolas sigue en pie. ¿Cambiará acaso el gobierno su manera de dirigirse a la sociedad? Al día siguiente de la protesta, la presidente se atrincheró en su soberbia al afirmar que un “formidable aparato cultural” hace que “los argentinos tengan una idea distorsionada de su propio país”. ¿Cambiarán acaso los partidos políticos su manera de hacer política, abrirán sus filas a la sociedad? Si como muestra basta un botón, veamos el caso de las Comunas en la ciudad de Buenos Aires: supuestamente iban a ser una nueva instancia administrativa, más próxima a la gente y sus necesidades, pero nadie sabe qué hacen, cuándo se reúnen ni qué deciden. Una vez ventilado su enojo y transmitido su mensaje, ¿traducirán acaso los caceroleros su energía en acción política, procurarán generar alternativas de representación, entregarán su tiempo al servicio de la cosa pública? Tendremos un primer indicio en las elecciones del 2013, cuando se necesiten fiscales y presidentes de mesa voluntarios…

–S.G.

Califique este artículo

Calificaciones: 3; promedio: 4.7.

Sea el primero en hacerlo.

2 opiniones en “Por un país normal”

  1. El 8N fué un éxito que sobrepasó lo esperado. Estuve en Lomas De zamora con mi hija menor. Evidentemente el gobierno ordenó a los grupos de choque a “guardarse”… Y bien que hizo. La concentración de indignados es, mundialmente, una institución consuetudinaria “a mano” para los reclamos no articulados (ni organizados) por partido político alguno. Es un caso de “auto-organización”, bien estudiado por la física contemporánea pero (creo) no por la sociología y la política. La korporación gubernamental se vio sorprendida. Pero no van a cambiar por dos o tres factores: la inercia, el kompromiso (dirigentes sociales, políticos, empresarios, intelectuales K, comunicadores y lumpenaje -mercenarios K- que medran con el sistema y no sabrían qué hacer sin Cristina, y de ahí la re-elección) y… el orgullo; el orgullo les impide modificar el rumbo. No son -estas concentraciones- manifestaciones “destituyentes” como quieren (pero no pueden, y de ahí la rabia y el orgullo) los intelectuales K (Forster, Feinnman, Laclau, González y algunos más, muchos profesores…) sino reclamos puntuales, llamados de atención, y una especie nueva de Gran Desautorización; nada la lastima tanto a Cristina como que la desautoricen; ella, que quisiera ser reconocida como una gran líder mundial… pero que no lo logra. Argentina se revela débil… y fuerte, con focos de resistencia al tradicional autoritarismo gubernamental; cambió poco, pero no dejó de cambiar. De cualquier modo, desde el punto de vista infraestructural, ésta es otra década perdida…

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *