Leonardo Favio (1938-2012)

Leonardo Favio fue actor, cantautor, director cinematográfico, y militante peronista. En esas cuatro esquinas de su vida pública es posible reconocer el hilo unificador de una pasión argentina: una aguda sensibilidad para los tipos, las voces, los paisajes, la historia, los sueños nacionales, y una tenaz voluntad para darles expresión artística.

De su actividad política, la memoria recuerda su participación en el vuelo que trajo de regreso a Juan Perón, sus patéticamente absurdos llamados a la calma desde el palco en Ezeiza en 1973 mientras a su alrededor las facciones peronistas dirimían el poder a tiros, su larguísimo documental sobre el fenómeno peronista, ejercicios todos de responsable militancia.

Su vida artística deja un legado seguramente más perdurable: un puñado de canciones a las que el paso del tiempo no logra envejecer, y tres o cuatro películas que la historia del cine argentino no podrá pasar por alto, amén de las escenas o los personajes de otros filmes que sorprenden cada vez que el espectador se encuentra con ellos.

Abandonado de niño por su padre, tuvo una infancia difícil en la que los períodos de internación en institutos de menores se alternaron con momentos más gratos junto a su madre, una locutora y escritora que lo introdujo en el mundo reparador, rico e ilimitado de la ficción y la fantasía. Sus primeros pasos los hizo como actor de radioteatro.

Y como actor llegó al mundo del cine, junto a Leopoldo Torre Nilsson, de quien fue aprendiendo el oficio. Crónica de un niño solo (1964) fue su primer largometraje. En ese filme en blanco y negro, intimista, con ecos del François Truffaut de Los cuatrocientos golpes, Favio reflejó su experiencia en los albergues para la minoridad.

En el contexto de la época, con un cine nacional dominado por bodrios pseudoexistencialistas, la Crónica… llamó rápidamente la atención sobre el joven director y su promisorio trabajo. Más de un crítico, sin embargo, temió haber errado el vizcachazo cuando Favio, sin pedir permiso, hizo su debut como cantante popular, en 1966, en la Botica del Ángel de Bergara Leumann.

En esa época, diarios y revistas incluían abundantes páginas culturales que se ocupaban de personas como Favio pero no de cantantes populares, que iban en otras secciones. Favio se convirtió en un problema editorial cuando temas como “Fuiste mía un verano” o “Ella ya me olvidó” fueron tan exitosos que lo empinaron al nivel de los consagrados Sandro y Palito.

La solución fue entenderlo como una boutade o excentricidad marginal del cineasta, quien sin embargo parecía tomarse muy en serio, y con insospechado talento musical, su tarea de cantor y compositor. Favio mostraba un respeto por el público de las baladas románticas y la canción popular que los críticos culturales no tenían.

Éste es el romance del Aniceto y la Francisca, de cómo quedó trunco, comenzó la tristeza y unas pocas cosas más… (1966) fue el extenso título de la segunda película de Favio. Al igual que la próxima, El dependiente (1969), estaba basada en un cuento de su hermano Jorge Zuhair Jury, y las tres cierran un primer período, a mi juicio el mejor, de este director.

Antes del brusco hiato en la vida argentina que impondrían la violencia subversiva y la represión militar, Favio dirigió Juan Moreira (1973), Nazareno Cruz y el lobo (1975), y Soñar, soñar (1976), todas rodadas en color. Juan Moreira posee una vitalidad narrativa, una energía violenta, que cautivan todavía cuatro décadas más tarde.

Las otras parecen más bien experimentos de estilo, visual pero también conceptual, con el ingreso de una dimensión mágica, mitológica, en los asuntos humanos. El resultado no es del todo satisfactorio, más allá de algunas escenas o personajes memorables, como el de la bruja Lechiguana interpretada por Nora Cullen en Nazareno…

Favio volvió al cine mucho después del regreso de la democracia con Gatica, el mono (1993), una poco atractiva, plana, literal biografía del boxeador, más próxima al género documental que lo ocuparía en los años siguientes, y que daría como resultado Peronismo, sinfonía del sentimiento (1999), un extenso, involuntario epitafio de seis horas de duración.

Aun en este filme, encarado a instancias de Eduardo Duhalde con propósitos pedagógicos y proselitistas, el director pareció responder en el fondo más a sus intuiciones artísticas que a sus criterios ideológicos. En este sentido, conviene atender a la descripción que de él hizo su colaborador Rodolfo Mórtola:

“Favio es un eterno adolescente, hipersensible e intuitivo, y eso es en buena medida lo que le permite ser tan creativo”, dijo al diario La Nación. “Es alguien que sigue un dictado, y yo siempre le digo «Hacé lo que te dictan». No creo que haya otro director que trabaje lo trágico como él. Fijate que todos sus protagonistas mueren”.

–Santiago González

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