La indecencia

Tras la muerte de Néstor Kirchner su viuda gestionó y obtuvo en tiempo récord una pensión que a lo largo del 2011 le reportó más de 420.000 pesos. Al conocer la noticia buena parte de la sociedad argentina reaccionó escandalizada, y con razón. Aun dando por supuesta la legalidad del trámite (sobre el punto se ha entablado una demanda judicial), ¿es decente que la mandataria que percibe mensualmente más de 15 salarios mínimos, y cuyo patrimonio personal declarado supera los 70 millones de pesos, pretenda cobrar esa suma del fondo estatal de pensiones? La pregunta clave es la pregunta sobre la decencia, y excede los límites del actual gobierno. Como dijo la propia Cristina Kirchner, los pueblos tienen ahora gobernantes que se les parecen. Conozco personalmente no pocas matronas de los mejores barrios de Buenos Aires, de más que holgada posición económica, que corrieron a gestionar sus jubilaciones como amas de casa, sin haber hecho jamás aportes, tan pronto descubrieron que podían hacerlo. La jubilación mínima que así obtuvieron es tan insignificante respecto de sus patrimonios como la pensión de la presidente respecto del suyo. Pero cuando se trata de rapiñar de las arcas públicas, ni la presidente populista ni las señoras de Recoleta liberales y republicanas que se aprestan a cacerolear contra ella se ruborizan en lo más mínimo. La codicia desenfrenada no conoce barreras ideológicas, porque las únicas barreras que protegen la salud de una sociedad son éticas y la cuestión esencial es la decencia. Decencia supone honestidad, pero también honor, dignidad y gracia. En la Serenata para la tierra de uno, María Elena Walsh reconoce en la Argentina, entre otras cosas, una “decencia de vidala”. Cuando escribió esa canción, probablemente hacia fines de los 60, teníamos todavía una masa crítica de decencia en nuestra sociedad, o éramos lo bastante ingenuos como para creerlo. Hoy no hay espacio siquiera para esa ingenuidad. La indecencia marca ahora el tono de la sociedad, apuntalada por la indiferencia, el miedo o la complicidad. El problema de la indecencia no es político sino social, y la política refleja la indecencia social. De la enternecedora declaración de amor a la patria de María Elena saltamos al grito exasperado de Elisa Carrió: “¡Reaccionemos los argentinos, se los ruego! ¡Miren sus hijos, miren sus nietos…! ¡Ya no sé cómo decirles que salvemos la Argentina de la indecencia! Nos hemos convertido en vulgares, en ignorantes, nos hemos convertido en el hazmerreir del mundo… ¡Hay que sacar la dignidad de adentro del corazón alguna vez…! ¡Alguna vez dejen de pensar en la quinta, en el auto! Alguna vez piensen que fuimos otra cosa, y que podemos volver a serlo… Estamos resignados a ser dominados por vulgares, por prepotentes, por imbéciles, y vamos a ser juzgados por eso, como cómplices.” Esto advirtió Carrió. Nos convendría escuchar.

–S.G.

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2 opiniones en “La indecencia”

  1. “…cuando se trata de rapiñar de las arcas públicas…” ahí está toda la sociedad presente. Debería ver cómo en los colegios públicos de la ciudad de Bs. As. se agolpan los padres a principio de año para solicitar la beca del comedor… pero son los mismos que luego portan su carterita Prüne, salen de escapada el fin de semana o dejan a sus hijos a unas cuadras del colegio para que no les vean el auto… Pero como ud. indica, a falta de principios morales, un mínimo de decencia y la falta de control que tenemos hoy en día, la sociedad toda los subvenciona para que ellos sigan en su fiesta personal…

    1. Muy buen ejemplo, y hay decenas y decenas por el estilo. El principio ético que guía a nuestra sociedad fue precisamente formulado por nuestra presidente: “Si vamos a truchar, truchemos todos”.

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