Tilingos, marmotas, creyentes

En una de sus Travesías, Eduardo Mallea decía que hay libros que nos leen. También los diarios nos leen, imaginan el perfil promedio de su lector y le devuelven esa imagen como un producto editorial. Esa imagen se construye en parte con la selección de contenidos, pero en mucho mayor medida con la manera como esos contenidos son presentados, el estilo, el acento, la voz con la que el diario le habla a su lector. A la construcción de esa imagen contribuyen también decisivamente los avisos publicitarios, por lo general mucho más sutilmente sintonizados con el perfil de su público. Como lector habitual de los principales diarios de Buenos Aires, advierto que cada uno de ellos me ve de diferente manera, me muestra aspectos de mi rostro porteño. Organizando apresuradamente esas facetas, pude armar esta apretada taxonomía de la prensa bonaerense.

La Nación, para empezar, me ve como un tilingo. Tilingo es una palabra muy nuestra cuyo significado desentrañó para siempre Arturo Jauretche en El medio pelo. Para poner al día su aporte, diría que un tilingo en potencia es el que toma en serio las descripciones de los vinos (“rico en aromas frutales, con ecos de maderas y especias del medio oriente”) y un tilingo en acto es el que cree percibir esos aromas y esos sabores al tomar el vino. En su edición diaria, en sus revistas y en sus coleccionables, La Nación le habla al tilingo, a veces incluso en inglés (pero cosas sencillas, como para no ponerlo en aprietos). No puede decirse que sea una tribuna de doctrina pero sí que ejerce un importante magisterio: en las últimas décadas, la corrupción y la soja han arrojado a la plaza pública una enorme cantidad de nuevos ricos desesperados por saber cómo elegir un vino y qué quiere decir serendipity. La Nación es el salvavidas que los familiariza con ésas y otras cuestiones como el bullying, los veganos y los baneadosClarín es otra cosa. Clarín, y sus avisadores, me pintan cara de marmota. Nacional, popular, sentimental, optimista y estúpido. Estúpido como para ignorar la intención de sus tapas, antes o después de Néstor; o para dejarme embaucar por su relato de trifulca callejera: “Ahora Moyano salió a cruzar a Zutano”. Contento con las promociones de las empresas y los descuentos de las tarjetas bancarias, feliz porque el yogur tiene menos calorías y la cámara tiene más megapíxeles. El lector de La Nación cree en las marcas, y el de Clarín cree en las segundas marcas. Y no debe sorprender que mientras los coleccionables de La Nación distribuyen principalmente cultura chatarra, los de Clarín apuntan a promover la cultura general: atlas, enciclopedias, diccionarios, historias. La Nación le habla al tilingo como si fuera culto, pero le da a leer lo que de veras puede digerir. Clarín sabe que su lector marmota es un ignorante, el lector lo intuye y atesora entonces esos fascículos que algún día leerá.

Detrás de los dos grandes medios nacionales, en una segunda franja, vienen Perfil y Página/12, en los que me resulta más difícil descubrir mi rostro. Esto es comprensible porque se trata de dos periódicos improbables, que carecen de publicidad y se financian uno con la fortuna de su dueño y el otro con los impuestos nacionales, sin los cuales no existirían. Son, digamos, excipientes para sus ingredientes activos, que son las columnas de Jorge Fontevecchia en el primer caso, y las de Horacio Verbitsky en el segundo. Estos medios trabajan con público desengañado de los dos más grandes: como tilingo al que no le alcanzó la plata puedo encontrar en Página/12 argumentos ideológicos para ventilar racionalmente mi resentimiento; como marmota que un día tomó conciencia de serlo, puedo encontrar en Perfil argumentos psicoanalíticos para resolver mis tribulaciones. En síntesis, tilingos y marmotas en clave psicobolche.

Queda una tercera franja, en la que se ubican Ámbito (o El Cronista: son intercambiables) y Olé, correspondiente a la categoría de prensa confesional porque para contarme como lector me exigen primero ser creyente. Tengo que creer en la libre competencia del mercado y de los campos deportivos, porque si no creo, ni las tablas de posiciones ni los cuadros de cotizaciones tienen el menor sentido. Y se trata de un artículo de fe, porque esa libre competencia no existe en ninguno de los dos casos o sólo existe de manera harto impura. Esto los periodistas económicos y los periodistas deportivos lo saben, y a veces lo insinúan, pero nunca lo escriben claramente (excepto, en algún caso, fuera de sus medios). Ambas ramas periodísticas se parecen mucho: las dos recurren a las imágenes épicas para describir los choques entre equipos deportivos o corporaciones, CEOs o DTs, a fin de mantener viva la ilusión de una disputa heroica, limpia y honorable. La mugre de los pasillos corporativos rara vez sale a la luz, como ocurre con la mugre de los vestuarios, las comisiones directivas y las federaciones. Los precios arreglados son tan comunes como los partidos arreglados, y las cuevas financieras tan conocidas como los reductos de los barras bravas, pero los medios confesionales no van a atentar contra mi fe, no viven de eso, sino que van a tratar de consolidarla.

–S.G.

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4 opiniones en “Tilingos, marmotas, creyentes”

  1. Nunca fui una ferviente lectora de diarios pues jamás lograron captar mi atención con sus relatos; mucho menos luego de ver cómo se decía cualquier cosa en temas acerca de los que yo entiendo (y “cualquier cosa” siginifica errores garrafales conceptuales y de análisis). Extrapolando… es fácil concluir que me van a vender el buzón que les plazca en los temas que no domino. Sin embargo, confieso que debería ubicarme en la segunda franja y vaya uno a saber por qué, pero a mis 20 años podía leer Página/12 y 20 años después Perfil. Por alguna razón éste invita a leerlo, ¿será su prosa llevadera que hace que leamos el artículo completo?. Ya no leo ninguno y tenemos una suscripción a La Nación, porque de paso está la tarjeta del Club y recibimos la revista Lugares, que me permite practicar mensualmente ese ejercicio masoquista de deslumbrame y soñar un rato con esos parajes y paisajes que nuestros hoy devaluados salarios ya no pueden comprar….

    1. Página/12 fue y sigue siendo uno de los diarios mejor escritos, si no el mejor. Respecto de la franja en la que usted entiende ubicarse, tenga en cuenta que la nota propone una clasificación de los diarios, no de sus lectores: no pretendo insinuar que todos los lectores de La Nación son tilingos ni los de Clarín marmotas. Sugiero, sí, con todas las letras, que los editores de La Nación tratan a sus lectores como tilingos y los de Clarín a los suyos como marmotas. Ellos sabrán por qué. Gracias por su comentario.

  2. Me gusta estar informado. Por eso no leo los diarios. Aunque si los titulares, porque me gusta saber qué es lo que opina el común de la gente de los temas de actualidad.

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