Papeles de familia

El conflicto surgido en torno de Papel Prensa expresa una guerra entre familias, en la que es difícil distinguir buenos y malos.

De un lado el gobierno Kirchner, cuya vocación republicana es menos que nula; del otro lado Clarín y La Nación, que han abusado de su posición dominante en la prensa gráfica y sometido a otros intereses su responsabilidad de informar; en el medio, la familia Graiver, y su mundo de testaferros, quiebras, muertes misteriosas, y relaciones simultáneas con militares y guerrilleros.

Este sitio sostiene que a partir de los 70 la vida institucional del país ha venido degenerando en un sistema político económico cuasi-mafioso. El conflicto surgido en torno de Papel Prensa expresa una guerra entre familias, ligeramente desplazada en el tiempo, en la que es difícil distinguir buenos y malos. La agonía circunstancial de los Tattaglia o los Barzini no puede hacernos simpatizar con los Corleone.

Y sin embargo, cada uno de esos actores ha puesto en juego un valor que lo trasciende, y por cuya integridad debemos velar. Kirchner, la institución presidencial; Clarín y La Nación, la libertad de prensa; los Graiver, las garantías individuales. Ninguno de los tres debería resultar avasallado, y por lo que parece serán la Justicia y el Congreso los encargados de evitarlo.

La exposición de la presidente sobre Papel Prensa giró sobre tres momentos: primero, la manera supuestamente espúrea por la cual Clarín, La Nación y La Razón adquirieron la empresa; segundo, la manera de operar de la empresa, privilegiando a sus accionistas sobre otros clientes; y tercero, las intenciones del gobierno respecto del futuro de esa fábrica.

Respecto de la primera cuestión, el gobierno sostiene que la familia Graiver se vio obligada en 1976 a vender sus acciones a precio vil bajo amenaza del gobierno militar, y apoya esa interpretación en los argumentos, nunca esgrimidos hasta ahora, de Lidia Papaleo y Rafael Ianover, alguien que proclama su condición de testaferro como si fuera un título honorífico.

Clarín y La Nación afirman que los Graiver vendieron por propia y libre decisión, y recibieron una compensación adecuada. Respaldan esta tesitura los testimonios del embajador Gustavo Caraballo, quien compartió el mismo lugar de detención con la familia y conversó con ellos, y de Isidoro Graiver, quien declaró haber sido él mismo quien condujo la operación de venta.

Acerca del segundo asunto, en principio no habría nada cuestionable en el hecho de que los dueños de Papel Prensa cubran primero sus propias necesidades, y coloquen el excedente en el mercado si pueden hacerlo. Al fin y al cabo, la fábrica es de ellos, no es un servicio público, ni tampoco es “de todos los argentinos” como afirma el gobierno.

Pero desde un comienzo –caso único en los anales de la prensa independiente– el estado fue socio en Papel Prensa de Clarín y La Nación, no sólo porque se había apoderado de las acciones de María Sol, la hija de Graiver y Lidia Papaleo, sino porque a su vez las acciones de La Razón parecían estar más en manos del Ejército que de la familia Peralta Ramos.

Y el estado, ocupado por un gobierno de facto y a la vez socio de los diarios, impuso enormes aranceles a la importación de papel para proteger la planta recién nacida. Esto contribuyó a la desaparición de medios como La Prensa, puso en serios aprietos a otros, y en definitiva colocó a todos los diarios del país a merced de la buena voluntad de Clarín y La Nación.

Para asegurarse la benevolencia de esos dos poderosos colegas, muchos periódicos del interior aceptaron constituir como socios minoritarios la agencia noticiosa Diarios y Noticias (DyN), en los hechos orientada editorialmente por Clarín. Algunos, con razonable suspicacia, prefirieron mantener su pertenencia a la otra agencia noticiosa privada, Noticias Argentinas.

La tercera palanca persuasiva en manos de Clarín y La Nación era la intelectualmente indigente Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (ADEPA), cuya principal actividad ha sido defender con sonora retórica e inquebrantable unanimidad los negocios de esos dos matutinos. A cambio, los medios más pequeños obtenían protección en caso de conflictos locales.

De ese modo, los dos grandes diarios lograron alinear detrás de sus particulares intereses a todo el resto de la prensa escrita del país, que, digámoslo también, nunca logró, salvo tres o cuatro honrosas excepciones, superar con perfil propio una uniforme mediocridad. Cada vez que una crisis sacudió a alguna provincia, los medios locales fueron los últimos en enterarse.

La influencia de Clarín y La Nación fue visible en el caso de la crisis del 2001, cuando ambas sociedades editoras se beneficiaron de la pesificación “asimétrica”. Ninguno de los dos denunció entonces debidamente el saqueo a los ahorros de todo un país dispuesto por un gobierno de facto en beneficio de unos pocos. En el interior, los diarios tocaron la misma partitura.

Durante años y años, entonces, Clarín y La Nación pudieron ejercer, y lo hicieron, una influencia inapropiada, de “padrinazgo” digamos, sobre el resto de la prensa escrita a través de tres resortes básicos: la provisión de papel, por vía de Papel Prensa; la provisión de noticias y fotografías, a través de la agencia DyN, y la representación gremial, bajo la cobertura de ADEPA.

Esa influencia no fue ilegal, pero sí incompatible con el estado liberal que esos medios dicen defender, y fue tolerada sin demasiada resistencia por los otros diarios, con excepción del Ámbito Financiero de Julio Ramos, que se cansó de denunciar a Clarín, y la Crónica de Héctor Ricardo García, con la que se auxiliaban recíprocamente con sus reservas de papel para poder salir a la calle.

Pero esas son cuestiones del siglo pasado. Las condiciones de la prensa han variado en los últimos años: la importación de papel es ahora libre y sin aranceles, la revolución en las comunicaciones redujo el lugar de la agencia de noticias como fuente de crónicas y fotografías, y ADEPA no corta ni pincha.

Muchos diarios han cambiado de dueño, entre ellos Ámbito y Crónica, y han surgido nuevos grupos de medios con diferentes mentalidades.

En La Nación hubo un oportuno cambio de guardia, y los hermanos Saguier hacen lo posible por sacarse de encima la pesada herencia que les dejaron la indolencia de Bartolomé Mitre y las tortuosas maquinaciones de José Claudio Escribano; el grupo Clarín clama a gritos por un relevo generacional: el trío encabezado por Héctor Magnetto creyó que iba a poder manipular a todos, todo el tiempo, hasta que chocó con Kirchner.

La embestida del gobierno contra Papel Prensa forma parte de la dura contienda “familiar” de Kirchner contra Magnetto, en la que La Nación quedó envuelta porque los Saguier decidieron respetar las lealtades trabadas por sus predecesores, pese a que según se sabe fueron debidamente advertidos sobre la inconveniencia de mantener ciertas amistades.

Lo cual lleva a la tercera cuestión planteada por la presidente en su mensaje, y es la que tiene que ver con el futuro de la fábrica de papel para diarios. Por un lado dijo que toda la documentación sobre la forma como los diarios obtuvieron la propiedad de la planta iba a ser girada a la justicia, y a la secretaría de derechos humanos para su examen.

Por otro, adelantó que se proponía enviar al Congreso un proyecto de ley por el que se declararía a Papel Prensa de “utilidad pública”, una caracterización en la que muchos creyeron avizorar un futuro anuncio de “papel para todos”, esas bonanzas que la mentalidad progresista es capaz de generar por decreto mediante el sencillo trámite de la estatización.

Si estamos frente al caso de un proveedor único –al que nada obliga a suministrar papel al resto de los diarios– y de una demanda insuficientemente satisfecha, parecería más eficaz y más transparente que el gobierno destinara sus recursos a facilitar la instalación de otras plantas, con otros dueños, que a comprar una ya existente y creer que el estado la va a hacer funcionar mejor.

Pero si se sigue el camino que más le gusta al kirchnerismo, y al progresismo en general, va a ocurrir lo mismo que con Aerolíneas Argentinas, que la financian los que no vuelan, y vuela mal, y con la televisación del fútbol, que la financian los que no lo miran, y se ve mal.

Entonces los que no leen diarios van a financiar la fabricación de papel, que va a ser escaso y se va a romper. Y su distribución va a ser tan equitativa como la de la publicidad oficial.

–Santiago González

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2 opiniones en “Papeles de familia”

  1. EXCELENTE análisis. Falta la conclusión; ok, son todos malos. Q hacemos? Mi propuesta: en “Cuenten con nosotros” [www.mariazaldivar.net]
    Siempre la arbitrariedad del estado es la peor.
    Felicitaciones x el análisis
    MZ (ex diario “La Prensa”)

    1. ¿Qué hacemos? Por lo pronto reclamar en cada instancia, incluso la que parezca más trivial, el imperio de la ley. Aunque esa ley no nos guste mucho: ya habrá tiempo para mejorarla. Gracias, María, por visitar este sitio.

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