Macri en el país de los gigantes

Mauricio Macri exhibe debilidades en el manejo de la ciudad de Buenos Aires que abren dudas sobre su capacidad para hacerse cargo de un país.

“Rugido de ratón” fue una frase muy usada en estos días para describir el fiasco del mensaje presidencial acerca de Papel Prensa. Pero no es ése el único escenario político al que le cabe la expresión: basta con volver la mirada desde la Casa Rosada y observar lo que ocurre al otro extremo de la plaza de Mayo, en el palacio de gobierno de la ciudad de Buenos Aires.

Un mes atrás, tras el fallo adverso por la causa de las escuchas telefónicas, la figura de Mauricio Macri se empinó por encima de las de sus rivales políticos kirchneristas y no kirchneristas al anunciar su decisión de tomar el toro por las astas, no apelar ese fallo para pasar directamente al juicio oral, y pedir su propio juicio político en la legislatura de la ciudad.

De esa bravata hoy no queda nada. El jefe de gobierno apeló finalmente el fallo de segunda instancia, y la idea del juicio político tuvo que ceder frente a la iniciativa opositora de crear una comisión investigadora sobre las tareas de espionaje que supuestamente realizaban sus subordinados. La ilusión óptica se invirtió: Macri recuerda ahora a Gulliver en Brobdingnag.

La causa judicial por las escuchas telefónicas es una patraña, y nadie puede tomar en serio la idea de que el jefe de gobierno de la ciudad recibía en su domicilio informes diarios de Ciro James sobre parejas desavenidas, conflictos de intereses entre hermanos, o las relaciones entre su padre, su cuñado y su hermana. El problema no está ahí.

El problema está en cómo Macri y sus asesores han enfrentado esa operación política hostil, probablemente gestada en las entrañas del gobierno nacional. ¿Para qué anunciar la decisión de ir sin etapas al juicio oral antes de analizar si es una buena idea? ¿Para qué anunciar la decisión de pedir el propio juicio político sin tener asegurados los votos para lograrlo?

Estas son las cosas que hacen arquear las cejas a los votantes a la hora de pensar en un candidato a la presidencia de la Nación. Macri ha aprendido mucho desde que decidió saltar de la administración de los negocios privados a la gestión de los asuntos públicos: entre otras cosas, que en el ámbito público existe la política. Las empresas son estructuras verticales.

Pero su manejo de los conflictos deja mucho que desear: en cada enfrentamiento que ha tenido, comienza con una actitud de firmeza, sufre el desgaste que esa actitud le causa, y termina cediendo, con lo cual queda mal con todos. Y como ceder en definitiva tiene también su costo financiero, lo primero que se le ocurre para solventarlo es aumentar los impuestos.

Ese comportamiento reiterado le ha impedido además conferirle la debida autoridad al gobierno ciudadano. Las normas urbanas se violan por todas partes, con inspecciones o sin ellas, como lo muestran el caso del derrumbe de Villa Urquiza, o el de la vivienda de San Telmo protegida por su valor histórico que una empresa constructora demolió pese a no contar con autorización.

El gobierno de Macri convirtió en una de sus banderas la creación de una policía metropolitana, pero ese cuerpo de seguridad comenzó a tener problemas aún antes de salir a la calle, y sufrió varias bajas y recambios en sus más altos escalones. Alguien debió haber previsto que romper arraigados intereses policiales en la ciudad iba a traer problemas.

El escaso cuidado puesto en contrataciones como la del asesor legal del ministerio de educación James, o la del destituído jefe de inspectores que privilegió sus responsabilidades en la comisión directiva de Boca cuando aun había víctimas bajo los escombros del derrumbe hace al gobierno urbano vulnerable a escándalos y operaciones de desgaste.

Y acabamos de ver cómo un ministro de la ciudad, jaqueado por unos estudiantes díscolos que condujeron tomas de edificios en varios colegios, optó por conferenciar con ellos en lugar de restablecer la disciplina, algo que estaba obligado a hacer tanto por su carácter de representante de la autoridad del estado como por su responsabilidad en la educación de los jóvenes.

Pero además de un problema de autoridad, el gobierno local parece tener también un problema de gestión, justamente donde presume hacer su mejor aporte. Los estudiantes revoltosos se justificaron invocando problemas edilicios en sus colegios. El jefe de gabinete porteño admitió que sólo se había ejecutado, hasta agosto, el siete por ciento de lo presupuestado a esos fines.

Quien exhibe estas debilidades en el manejo de un distrito privilegiado como la ciudad de Buenos Aires, debilidades que agigantan a sus rivales, ¿puede estar en condiciones de hacerse cargo de un país? ¿Tiene, como dice, los equipos necesarios? Antes de empezar a arrojar enemigos por la ventana, Mauricio Macri debería hacerse estas preguntas, ventanas adentro.

–Santiago González


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