Mónica Carranza (1946-2009)

Mónica Carranza fue una de esas mujeres que desde el corazón mismo de la pobreza y la exclusión libran cotidianas, desiguales batallas por mantener en pie la dignidad de los olvidados, de los humillados, de los marginados.

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Mónica Carranza fue una de esas mujeres que desde el corazón mismo de la pobreza y la exclusión libran cotidianas, desiguales batallas por mantener en pie la dignidad de los olvidados, de los humillados, de los marginados. Quién sabe qué poderoso instinto maternal, qué ansia de justicia, les da energías para extender su abrazo hacia la especie.

Desde su comedor “Los Carasucias” empezó por lo elemental, por atacar el hambre, cuya mordida destruye toda dignidad. Y siguió con la salud, la educación, el trabajo, cubriendo a fuerza de voluntad esas áreas que el Estado desatiende, que la sociedad ignora, coto de caza de los traficantes de droga, de los traficantes de votos, de los traficantes de personas.

En un país donde los políticos de carrera, los emprendedores profesionales, los líderes de opinión fracasan, Mónica Carranza, prácticamente criada en la calle, logró llevar adelante su empresa asistencial, atraer los aportes necesarios para sostenerla, ganar voluntades, concitar apoyos, y administrar todo eso hasta convertirlo en sostén de centenares de personas.

Carranza nació en la pobreza en el barrio porteño de Parque Patricios, y vivió junto a sus once hermanos hasta los nueve años, cuando la muerte del padre y la ausencia de la madre hicieron que fueran todos repartidos en diversos institutos. La desprovista mesa familiar que sin embargo los reunía quedó grabada en el espíritu de la niña como un paraíso a reconquistar.

Mónica no soportó la institucionalización y terminó por escaparse. Pasó hambre, sintió frío, durmió a la intemperie, sufrió abusos. Entre semejante desamparo, los correccionales de menores y las comisarías, atravesó la adolescencia. “En esas noches de frío en la calle, siempre soñaba con un hogar cariñoso y sábanas limpias”, recordaría después.

Alguien la rescató de la calle y le enseñó a leer y escribir. Alguien le propuso formar una familia, y tener hijos. Pasó el tiempo, pero el hecho de haber montado por fin su hogar en una casa de Mataderos, de haber tenido un hijo, de haber reconstruído la mesa familiar, no le hizo olvidar el desamparo doloroso que había conocido desde la niñez.

Un par de chicos que a comienzos de los 90 le pidieron algo para comer fueron el detonante que puso en marcha su actividad solidaria. Mónica les ofreció unos sandwiches. Al día siguiente volvieron, y trajeron a otros consigo. Al poco tiempo formaban una animada pandilla de unos veinte voraces “carasucias”, como los llamaba afectuosamente.

Para entonces su hijo ya cursaba el secundario, y su marido, que trabajaba de noche en una fábrica, había logrado juntar algún dinero para salir de vacaciones. Pero ella tenía otros planes. “Decidí hacer una gran cena, puse mi mejor mantel, mis mejores servilletas y estaba feliz preparando milanesas a la napolitana, ensaladas, postres. Era una fiesta”.

El hijo adolescente le reprochó las vacaciones frustradas, el marido terminó por irse de la casa. Pero Mónica sólo pensaba en su mesa, a la que iban sumándose nuevos comensales. Para solventar los gastos comenzó a fabricar flores de papel, antes de encerrarse en la cocina. “Vendía las flores y pedía en los barrios vecinos, pero no alcanzaba”.

Finalmente, el hijo comprendió los motivos de su madre, y el marido regresó para aportar su precioso sueldo. Juntos decidieron hipotecar la casa para solventar la obra. La veintena de personas que comían en la mesa de Mónica se había multiplicado hasta alcanzar los tres centenares, y hubo abandonar la casa familiar y tender los manteles en la plaza vecina.

El comedor ya tenía el nombre de “Los carasucias”, el trabajo de esta mujer se fue conociendo, comenzaron a llegar los aportes oficiales, las ayudas privadas. Un viejo galpón desocupado brindó un alojamiento más adecuado para la cocina y las mesas, y comenzaron a planearse servicios adicionales, como los consultorios y las aulas, y los hogares infantiles.

“Tengo muchos niños desnutridos, con piojos, enfermos de SIDA, con las defensas bajas”, decía Mónica al reclamar padrinazgos para sus chicos (ella y su marido adoptaron a cuatro). “Necesito que me ayuden a cuidarlos. La idea es que aquí los pibes puedan ir al colegio, comer bien, vacunarse y tener atención médica”.

Aquella mesa tendida en la sala de su casa se convirtió en una fundación, desarrollada en edificios más adecuados a sus fines, que sirve comidas a unas 2500 personas, refuerzos alimentarios a 1500 niños, alberga a otros 150, brinda capacitación laboral, cuenta con talleres propios, ofrece atención primaria de salud, y también cuenta con un hogar para madres solteras, con guardería incluída que les permite salir a trabajar.

Mónica, que en su juventud había conocido la pobreza extrema, marcaba sin embargo diferencias con la situación actual. “En mis tiempos no había tanta violencia ni droga en las calles”, observaba. Ni tanta pérdida de dignidad: “Ahora las madres llegan a nuestro hogar como si fueran perros apaleados. La gente está muy dolida en estos tiempos tan duros”.

Insistía en subrayar el papel destructivo de la droga, y no disimulaba su incidencia entre los más pobres “porque también hay pobres que han hecho mucha plata con la droga, sobre todo con el paco. Hoy, en cada rancho hay historias de droga. Está el pibe, el hermano mayor, el padre. Siempre vas a escuchar la misma frase: están todos dados vuelta, todos fisurados”.

Le dolía hasta las lágrimas la criminalización de los menores. “La gente condena a los chicos porque los cree responsables de todos nuestros pesares, pero primero habría que condenar a los adultos que permitieron que un chico pase hambre, sea analfabeto y drogadicto. Somos culpables de dejarlos crecer en las calles, de que los violen, de que los maltraten”, decía.

En el 2007, en plena campaña electoral, Cristina Kirchner visitó “Los carasucias”, circunstancia que describió entonces como “estupenda”. No omitió tomarse la foto y dejar vagas promesas de asistencia. “Tengo esperanzas”, comentó entonces Mónica. “Pero cada vez que vino un político tuve esperanzas. Hasta hoy no he recibido nada… Vamos a ver qué pasa con esta chica…”

En los últimos meses peleaba contra el cáncer que le minaba las fuerzas y por terminar un nuevo comedor que habrá de inaugurarse dentro de poco. Por esas ironías del destino, murió el mismo día en que la justicia virtualmente absolvió a los Kirchner de la acusación de enriquecimiento ilícito. El día de los Santos Inocentes.

–Santiago González

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1 opinión en “Mónica Carranza (1946-2009)”

  1. ¡Extraordinaria la obra de esta mujer, despues de tanto sufrimiento en edad temprana lo que pudo lograr para que los niños no sean “tan desamparados ” extraordinaria tambien la ayuda y comprensión de su esposo e hijos, no es fácil lograr un amor tan grande !

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